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DE GRANADA AL SANTA FE

"Yerma", uno de los clásicos de García Lorca, en un moderno montaje en el Teatro Santa Fe.

27 de marzo de 1989

Una obra clásica. Un montaje moderno. Una escenografía futurista. Y un drama de siempre: la esterilidad. Así, simplemente, podría definirse la versión de "Yerma" que se presenta por estos días en el Teatro Santa Fe.
La primera impresión es que un clásico español como éste de García Lorca, está agotando taquillas en una epoca en la que resultan más vendedoras las obras contestatarias y aún las clandestinas. Pero lo cierto es que el grupo Teatro Actores de Colombia, bajo la dirección de Jaime Arturo Gómez, ha logrado una excelente combinación de elementos clásicos y modernos, en un montaje que aunque revive la estructura antigua del teatro, no resulta tan rígido para el momento.
Los diálogos son totalmente fieles. Sin embargo, sin alterar la concepción garcia lorquiana de la obra, se han introducido ciertas variaciones de forma que convierten al poema trágico original en un espectáculo de luces, música e imagen.
La primera visión, la de una mujer dormida que recrea en el inconsciente su pérdida de libertad, le anuncia al espectador que se trata de una versión futurista de "Yerma". El telón se ha subido previamente con música de Jean Michel Jarre y, no obstante, una silla al extremo del escenario espera la actuación de un guitarrista clásico.
La mujer duerme sobre un trapecio de madera. La escenografía, siempre en tonos de gris, y en el blanco y el negro de García Lorca, aparece complementada con otra serie de figuras geométricas y de cubos intercambiables. La luz empieza a jugar su papel protagónico. Al fondo del escenario sólo se observa un triángulo cubierto por un velo, donde los reflectores se divertirán proyectando sombras festivas, o sombras siniestras, según la ocasión. Los coros, con textos de Leticia Palacio, recrean el drama a la manera griega.
Con ese marco se le da vida nuevamente a una de las mayores tragedias de García Lorca. En seis actos se desarrolla un drama de cualquier época: la esterilidad. Con una gran dosis psicológica, el escritor español va dejando atrás el problema externo y poco a poco se va adentrando en la crisis interna de una mujer que tiene a la maternidad como su razón de ser.
El marco de su tragedia es la concepción de una época signada por el machismo. La mujer debe permanecer en la casa, y apenas puede entrar en contacto con las calles y con la gente de fuera en los momentos en que se dirige, sumisa y atenta, a llevar el almuerzo a su marido.
Y es precisamente en esas ocasiones de escape dande está el énfasis del drama. Será allá, en medio de las calles, en el paso de un puente o en el campo, donde la mujer puede sacar de sí todos los rencores y las frustraciones contenidas. Será allá donde todas las mujeres del pueblo, que por cierto también viven en función de parir y criar, se dolerán y se burlarán de la tragedia de Yerma, le aconsejarán que tome tal potage o que practique cierta medida.
Pero todo es infructuoso. Tan infructuoso como los deseos de Yerma por cambiar una época en la que la mujer es la culpable de todo. Y Yerma, incapaz de ser infiel, aunque su único deseo sea el de dar a luz, al fin se cansará de esa esterilidad que sólo lleva en su mente.
La presente versión de Yerma es un buen ejemplo de cómo no hay que temerle a la complejidad de ciertas piezas clásicas. Aprovechando las facilidades técnicas de la actualidad, lo que al principio parecía un problema termina convirtiéndose en lo innovador. Eso ocurre en este caso con el ritmo logrado. El hecho de contar con 6 actos y 24 personajes en escena, resultaba bastante engorroso. No obstante, la agilidad de la escenografía, diseñada por Rafael Saade Forero, permitió que con un momentáneo apagón de luces el puente se convirtiera en río y la cama se volviera una escalera. Algo similar ocurre con el tiempo necesario para el cambio de vestuario de los actores que deben desempeñar varios papeles: como también se requería algún efecto que diera la noción de paso de tiempo, el director encontró la solución en pequeños fragmentos de baile flamenco, que también ayudaban a restarle rigidez a la concepción clásica.