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DE TODO, COMO EN BOTICA

En medio de la eterna polémica en torno de si el arte contemporáneo es válido o no, el XXXV Salón Nacional de Artistas entra en su última semana.

23 de mayo de 1994

PRIMERO SE APARECIO EN LA PLAZA de Mompox, a las seis de la mañana o de un día indeterminado. Más tarde, su imagen se vio deambular por Cartagena, antes del anochecer; luego en Barranquilla... y así, por diversos pueblos de la Costa. Hasta que la semana pasada se apareció en Bogotá, en pleno recinto de Corferias, vestido con traje negro, corbata y sombrero, con un bigote poblado y rostro impertérrito, acompañado de un botiquín entreabierto del que colgaba una camándula. Era la imagen exacta del médico José Gregorio Hernández, el milagroso patrono de los enfermos, venerado por pueblos enteros por su facultad de curar desde la tumba.
Parecía vivo, pero no era él. Era Alfonso Suárez, un artista empírico momposino que se llevó con su perfomance 'Visitas y apariciones' uno de los premios mayores del XXXV Salón Nacional de Artistas, que se presenta con la Feria del Libro, en los galpones de Corferias, en Bogotá.
Suárez, nacido en uno de los pueblos más religiosos de Colombia, tomó la imagen de Gregorio Hernández para rendirle así una especie de sátira honorífica a quien hace parte de la vida cotidiana de Mompox y de decenas de regiones colombovenezolanas. Un cúmulo de fotografías cuidadosamente ordenadas, y un baúl de madera tapizado por estampillas, sellos de correo, tarifas postales y hojas de pasaporte, que al abrirse dejaba ver la figura del propio Suárez en su papel del popular San Gregorio, conforman una obra que llamó la atención del público desde la inauguración del evento.
El fallo, firmado por los jurados Marco Lantra, de Brasil; Carla Stellweg, de México; Roberto Guevara, de Venezuela, y los colombianos John Castles y Miguel González, originó, como siempre, una polémica alrededor de quienes consideraban que la de Suárez era una moderna forma de hacer arte y de los que veían en su obra móvil una pantomima que se salía de los límites plásticos para ingresar en los del género teatral.
Para los expertos, 'Visitas y apariciones' lograba el objetivo primordial de utilizar un lenguaje universal, a través de elementos sugestivos y solidez en su estructura interna. No obstante, para quienes miden el arte como una pieza de vital función decorativa, el performance de Suárez fue la confirmación de que el arte estaba desapareciendo. Suárez no fue el único premiado. Los artistas José Horacio Martínez, de Buga, por sus obras 'La naturaleza no da saltos' y 'Seréis como dioses', y el quindiano Fernando Arias, por 'Cuarto frío', también recibieron el premio mayor.
Martínez sorprendió al jurado por su juventud (33 años) en una obra tan madura: dos cuadros con variaciones sobre el mismo tema, hechos con técnica mixta sobre lienzo, en los que el artista, con base en un elaborado trabajo del espacio y de los elementos temáticos, creó toda una simbología alrededor de la Historia, por momentos impenetrable para el espectador común, pero impecable para los especialistas. Arias, por su parte, ganó con una instalación de algo similar a un frigorífico, en donde están almacenadas, en cilindros, 12.000 placas de pruebas de laboratorio. Esta obra fue la base para su exposición titulada 'Seropositivo', que se presentó en Bogotá a principios de año.
Al igual que en los pasados salones nacionales, esta vez hubo de todo. Decenas de lienzos, un buen número de instalaciones y una que otra escultura. Y como siempre, junto a obras de gran calidad artística, aparecieron otras lamentables.
Pero aparte de la discusión en torno de si el arte de hoy es válido o no, lo cierto es que en esta materia Colombia sigue teniendo un público conservador. Con escasas excepciones, las galerías y museos se transan más por el óleo sobre el lienzo que por las técnicas modernas del vídeo, la instalación y el pertormance. Las razones no son sólo monetarias. Existe el temor de perder un público que, en general, tiende a rechazar la novedad.
Así las cosas, un Salón Nacional es la mejor ocasión para calibrar las fuerzas innovadoras del arte colombiano. Allí están congregados, bajo un mismo techo, desde las tendencias y las técnicas mas tradicionales, hasta las ocurrencias más estrambóticas. Lo cual no quiere decir que el Salón no haya tenido un nivel aceptable. Marco Lantra, uno de los jurados, reconoció la calidad del Salón, sin tomar en cuenta la cantidad. "El arte contemporáneo se basa en la duda y no en la certeza -comenta-. Por eso no importa el material utilizado ni la forma de expresión. Si una obra me produce curiosidad para acercarme e intentar comunicarme con ella, esa obra tiene validez. Por supuesto, en un Salón Nacional, que no es una curaduría sino una muestra ecléctica, muchas de las obras pueden ser una basura. Pero unas pocas obras brillantes pueden ser la justificación del evento".
Y así pareció suceder este año, cuando participaron en total 338 artistas entre invitados y concursantes; y que sirvió para que el público, en medio de tanta locura, se enfrente cada vez con menos temor a las multiformes expresiones artísticas de final de siglo.