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Sitios web como Netflix y Amazon le están poniendo la pata a la piratería con su oferta de películas, que se transmiten de inmediato y a muy bajo precio. Por ahora, el servicio solo está disponible en Estados Unidos.

PROPIEDAD INTELECTUAL

Deberes de autor

Los artistas ya no ven a la tecnología como rival. Internet los está acercando a su público y está conduciendo a una transformación que exige un cambio en la forma como se piensan los derechos del creador.

26 de febrero de 2011

"Internet no es el futuro, sino el presente, la salvación de nuestro cine", dijo el director español Álex de la Iglesia, autor de El día de la bestia, en la pasada ceremonia de entrega de los Premios Goya. "Tenemos una responsabilidad moral para con el público", agregó. Y la frase, en un discurso que sorprendió (vea el video), era una crítica frontal a la aprobación de la ley que busca regular la descarga y el intercambio de películas y canciones en Internet.

Esta toma de posición no es algo aislado. Cada vez son más los creadores que dejan de ver a la red como un enemigo. Hasta hace poco, Paulo Coelho era un perfecto desconocido en Rusia. Todo cambió cuando, por su propia iniciativa, el autor brasileño de best sellers puso en su sitio web algunas de sus obras: hoy, tras circular de pantalla en pantalla, se venden muy bien en el mercado legal de impresos en ese país. A nivel local, el director de cine caleño Luis Ospina reconoce que él mismo les ha llevado sus películas a los vendedores piratas, para que las distribuyan. "Los cineastas ya nos dimos cuenta de que no seremos millonarios: nos interesa que se difunda nuestro trabajo", dice.

Es claro que el mercado informal reta al formal: suele ser más expedito -el público de hoy, con todo a su disposición en la red, no quiere esperar ni un solo día- y, sobre todo, tiende a tener mayor cobertura. En Colombia, el 70 por ciento de las pantallas del país y más del 80 por ciento de las librerías se concentran en Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla. Los artistas saben que sus obras tardan décadas en llegar al público por los canales de siempre. Por eso algunos toleran que la piratería se encargue de distribuirlas. Quizás, como le sucedió a Coelho, el público conseguirá después las ediciones oficiales o pagará por ver una presentación en vivo.

Pero más importante que esto es la revolución que la web 2.0 (la segunda generación de Internet basada en la interactividad) ha representado para la creación artística. Aquel modelo vertical en el que un creador distribuía una obra para que el público simplemente la disfrutara le cede el paso a un modelo de doble vía. "Con los medios digitales, quienes consumen también producen, transmiten. Eso cambia las reglas del juego completamente. Cuando bajo o compro discos solo oigo, soy pasivo. Pero si fuera músico, yo podría intervenir la música y generar un remix. Con las imágenes pasa lo mismo", opina Pablo Arrieta, consultor experto en nuevas tecnologías.

La penetración cada vez mayor de Internet y la llegada de herramientas como las redes sociales han hecho que se baraje de nuevo el negocio. El resultado es que el creador cada vez necesita menos a los intermediarios y se acerca más a su público: autor y espectador han quedado cara a cara. La web 2.0 y su revolución son, para Carolina Botero, abogada especialista en propiedad intelectual, una "amenaza a una forma de negocio que estaba sustentada en unos bienes escasos. Por el otro, da un poder a una cantidad de gente que no lo tenía. Ese nuevo contexto es el que genera las tensiones que estamos viendo ahora".

Tensiones que conducen a los derechos de autor: unos piden eliminarlos mientras otros abogan por endurecer las actuales leyes. Como siempre, es mejor evitar los extremos. Eliminar del todo el derecho de autor acabaría con los incentivos económicos para los creadores, afectaría la calidad de la creación y pondría en serio riesgo la diversidad: no es realista pensar en música, cine o literatura de buen nivel hecha a punta de amor al arte. De ocurrir esto, la cultura correría el riesgo de quedar en manos estatales. Aun así, es necesario sintonizar el derecho de autor con la nueva realidad. "Hoy los usuarios pueden crear sobre una obra previa y difundirla. Los que producen ya no son industrias, son individuos, y esto es un problema. No se puede considerar que toda la sociedad es criminal, pero si todo el mundo está haciendo algo, es que hubo un cambio en la forma de producción y le toca a la ley ajustarse a la nueva realidad", afirma Arrieta.

El punto medio apunta a un escenario en que el derecho de autor no desaparezca. Al fin y al cabo, los artistas no pueden vivir solo de buenas intenciones. Eso sí, hace falta que se replantee. De otro lado, hay eslabones de la cadena que difícilmente sobrevivirán a mediano plazo y que deberán transformarse: discotiendas y librerías, editoriales y disqueras. Felipe Rubio, profesor de Derechos de Autor de la Universidad de los Andes, ve en Internet una fuente de nuevas herramientas para la difusión de las obras. "Lo que hoy se vive ya ocurrió con la imprenta, el cinematógrafo y el fonógrafo. Hay que mirar el problema como una oportunidad para desarrollar modelos de negocios que permitan aceptar que la tecnología puede geneitunesrar beneficios mutuos", asegura.

Sin duda, la iniciativa que más ha avanzado en este sentido es la de Creative Commons , organización que trabaja para reducir las barreras legales proponiendo una visión de los derechos de autor en la que el creador puede decidir qué usos se le pueden dar a su obra. Carolina Botero es su abanderada en Colombia. Para ella, se trata "de que un creador no se reserve todos los derechos y que decida cederle algunos a terceros. Que pueda compartir".

Por otro lado, y para garantizar que los creadores reciban dinero por su obra, la misma tecnología que ha favorecido la piratería ha concebido herramientas como iTunes,  Hulu, Netflix y Amazon. Estos servicios permiten descargar música y películas a un precio ligeramente superior al de los piratas. Con estas nuevas reglas, muchos querrán pagar por obras al saber que su dinero le llega directamente a un artista, con el que hay más cercanía que antes. Pagar además garantiza que el autor pueda producir sin afanes y con una mayor calidad. "Aun así, el desafío es enorme en una cultura de 'gratis hasta un puño'", sostiene Víctor Solano, consultor en comunicaciones.

Y es que la demanda de obras gratuitas o por una suma irrisoria que no le llegará al autor y la presencia de personas inescrupulosas dispuestas a proveerlas difícilmente desaparecerán. La pregunta es qué tanto sirve perseguir a los eslabones más débiles de la cadena, como ha sido la constante. Un cambio en la legislación que le permita a un creador como Luis Ospina hacerse cargo de la distribución de su obra -tendencia innegable- sin violar la ley -algo imposible hoy- también es necesario. Pero sobre todo hay que generar una cultura de respeto a los bienes intelectuales, tarea que comienza en la educación. "Es increíble ver, en los hogares, cómo los padres le compran piratería a sus hijos o cómo los estudiantes ven como acción legítima plagiar o hacer 'copy-paste' de cuanto contenido encuentran en Internet, sin siquiera investigar", afirma Rubio.

Por último, los creadores deben entender que reservarse todos los derechos de una obra los puede dejar, más que millonarios, rezagados. Y entonces recordarán al cineasta Jean-Luc Godard cuando sostuvo: "Yo, como creador, más que derechos siento que tengo deberes de autor".