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Descubriendoa César Aira

Llegan a Colombia las novelas de uno de los más singulares escritores argentinos contemporáneos.

Luis Fernando Afanador
13 de mayo de 2002

La primera noticia la tuve hace ya algunos años leyendo un artículo de Carlos Fuentes sobre los escritores del posboom publicado en la revista Time. Allí Fuentes hablaba con entusiasmo de El vestido rosa, un relato del escritor argentino César Aira que a su juicio era indispensable leer si queríamos conocer lo más valioso de la nueva narrativa latinoamericana. Pero, como se sabe, por más interesados que estemos no es tarea fácil leer a un buen escritor mexicano, peruano o argentino: si las grandes editoriales españolas consideran que el autor no es suficientemente rentable no circula en el ámbito latinoamericano y queda restringido al estrecho círculo de su país o a su publicación en editoriales pequeñas, que es decir lo mismo. La metrópoli nos ha balcanizado y hemos vuelto a la misma situación que había antes del boom en la que sólo existían literaturas nacionales: chilena, boliviana o colombiana. Es como si no pudiéramos caminar hacia delante o salir de aquella soledad del Macondo rodeado de agua por todas partes. Es como si hubieran sido vanas las obras de Borges, Neruda, Carpentier —y tantos otros— y vanos sus esfuerzos en dotarnos de una identidad y una lengua común. Por fortuna siempre queda el correo de las brujas o eso que Lezama Lima llamó el azar concurrente: no sé de qué manera llegó a mis manos El vestido rosa. Y era lo que Carlos Fuentes había anunciado: la simple maravilla de un vestidito rosa que va circulando por la pampa argentina. Una variación del cuento de Guimaraes Rosa, O recado do morro, sobre un mensaje que se va trasmitiendo de boca en boca. Y el azar fue ayudado por la gente de Ediciones Brevedad que en Bogotá, Colombia, se atrevió a publicar dos textos extraordinarios de Aira, El infinito y Duchamp en México: “Hay que agotar la lista de insensateces para que no se escape la única que tiene el poder mágico de darle sentido a todo”. Entretanto iba sabiendo con cierta desesperación que la obra de Aira crecía —por supuesto en ediciones marginales— a un ritmo considerable: más de 20 novelas, obras de teatro y numerosos ensayos. Que, desentendido de asuntos menores de famas y mercados, seguía viviendo en su amado barrio de Flores y asistiendo a los gimnasios. Que seguía escribiendo sin pausa en los cafés de Buenos Aires. Hasta que, por si acaso no hubiera sido suficiente el llamado de Fuentes, alguien dio otra voz de alarma: “César Aira es uno de los secretos mejor guardados de la literatura argentina”. Y vino el éxito de su novela Cómo me hice monja que fue escogida como uno de los mejores libros publicados en España en 1998. Y, desde luego, el aval de Ignacio Echevarría, el papa de la crítica en El País de Madrid y quien es bastante exigente con nuestros escritores: “Aira no es sólo uno de los más destacables escritores argentinos de la actualidad: es también uno de los más chocantes, más inteligentes y divertidos de la narrativa contemporánea en lengua española”. La madre patria le había dado la visa para que sus obras pudieran circular por América Latina. Bueno, se dirá, anécdotas irrelevantes, discusiones inútiles. Lo que al final importa es que los colombianos tenemos ahora la posibilidad de acercarnos a este singular escritor y a algunas de sus obras: Cómo me hice monja, La mendiga, Cumpleaños, Ema, la cautiva y Un sueño realizado. ¿De qué tratan estos libros? De muy poco, de anécdotas triviales que desembocan en una sola pregunta: la realidad. Su obra es una búsqueda continua e insobornable de lo nuevo que podemos encontrar en la realidad y que está ligado a la particularidad que somos, a la especie única que puede llegar a ser cada individuo. Su obsesión es el punto en el que la particularidad puede coincidir con lo absoluto, con las leyes generales de la existencia: el ambicioso e inasible tema de los grandes artistas.