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Desde una radiola sin tiempo

Una antología de viejas canciones cubanas rescata el formato radial y la nostalgia por la época de las transmisiones musicales en vivo.

Juan Carlos Garay
12 de febrero de 2001

Una historia justa de la música popular cu-bana tendría que dedicar un capítulo entero a la radio. No sin razón historiadores y amantes de la música han asumido las vidas de los compositores, líderes de orquesta o cantantes como punto de partida. Pero también sería acertado hablar de esas emisoras que, antaño, acogieron en sus enormes estudios a los grandes de la música popular y ayudaron a difundir sus canciones por toda la isla. Hace poco, en entrevista concedida a esta revista, la inmortal Celia Cruz contaba que fue, justamente, en los estudios de Radio Progreso donde conoció a los músicos de la Sonora Matancera. Y a pesar de la loable existencia de sellos disqueros y de la Egrem (empresa estatal de grabaciones musicales), valga decir que la radio cumplió y sigue cumpliendo una labor de difusión de la música que (para utilizar un término algo mordaz en el contexto cubano) es la más democrática de todas. Sin embargo lo que sorprende a quien explore este pedazo de la historia es saber que tales grabaciones subsisten. En los años 50, cuando los programas radiales se hacían en vivo, Radio Progreso invitaba a las orquestas y a los cantantes más destacados para que animaran las tardes y las noches de sus incontables oyentes. Precavida, y sobre todo consciente de la valía cultural de esas veladas, la emisora fue dejando un archivo que hoy empieza a redescubrirse. La caja de dos discos titulada Los años maravillosos de la música tropical cubana obtiene todo su repertorio de esas fuentes. Y el sello Universal ha emprendido la edición con un esmero casi artesanal: varias veces logran oírse la voz del locutor o los aplausos del público al punto de crear la ilusión de que la música no sale de un moderno aparato de discos compactos. Más bien es como si pudiéramos viajar al pasado y, curiosos, encender una radiola para escuchar qué transmitían hace medio siglo. Como es obvio, de grabaciones tan añejas no puede esperarse un sonido óptimo: la radio en estéreo sólo se inventó hasta la década siguiente. Pero hay un encanto que permite pasar por alto esos imperfectos, y es el de interpretaciones especialísimas. El oyente se sorprenderá al encontrar, por ejemplo, la primera interpretación de El manicero, a cargo de Rita Mon-taner. O la Guantanamera en versión de su propio autor, Joseíto Fernández. O al legendario Bola de Nieve entonando Mama Inés con estrofas que no aparecen en la grabación comercial. O un curioso trabalenguas con música llamado La Mazu-camba, que cantan las Hermanas Márquez. Y, como ya habían hecho en una antología anterior llamada Los años maravillosos del bolero cubano (1999), los compiladores han ignorado para bien una rigurosa definición de lo que es ‘cubano’. Ello permite disfrutar, por ejemplo, de una canción del puertorriqueño Daniel Santos: al fin y al cabo es el registro de su paso por Radio Progreso y de sus días con la Sonora Matancera. Así mismo, una pieza que pertenece a la tradición italiana, Volare, se cuela en versión sonera gracias a la orquesta Aragón. Un censo de 1953 hablaba de un millón de radiolas en Cuba. La cifra da buena cuenta de una melomanía popular que entonces estaba en su cima. Pero, claro, la radio transmitía estas canciones sólo una vez y luego parecían perderse en la memoria. La fortuna de hoy, casi medio siglo después, es saber que en realidad nada de esta música se estaba esfumando y que podemos volver a escucharla como quien enciende una radiola a la que no le pasa el tiempo.