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Desequilibrado de amor

Cartas inéditas de Juan Rulfo: un valioso documento biográfico.

Luis Fernando Afanador
14 de agosto de 2000

Juan Rulfo
Aire de las colinas, cartas a Clara
Plaza y Janes, 2000
340 paginas
$34.200


Juan Rulfo y Clara Aparicio se conocieron en el Café Nápoles de Guadalajara en 1944. Rulfo tenía 27 años y Clara 16. Casi inmediatamente —con la promesa de casarse tres años después— Rulfo viaja a Ciudad de México para buscar trabajo y hacerse a un lugar en el mundo. La intensa y abundante correspondencia de esos años difíciles y decisivos en la vida del gran escritor mexicano, constituyen el material de este valioso documento: Aire de las colinas, cartas a Clara.

Aunque durante ese período Rulfo escribió algunos de sus cuentos famosos y empezó a gestar su obra mayor Pedro Páramo —titulada en esa época Una estrella junto a la luna—, el lector no debe esperar grandes revelaciones sobre su proceso creativo. No son, en ese sentido, un material importante como lo pueden ser las cartas de Flaubert a Louise Colet, o las de Kafka a Felice Bauer. Rulfo eludía hablar con Clara de temas artísticos e incluso evitaba alusiones a sus ‘demonios’ personales. Entre muchas trivialidades, entre las frases reiterativas y dulzonas y demasiado privadas que son el lenguaje del amor, es muy poco lo que les suelta Rulfo a los buscadores de pistas clave sobre el misterio de la creación. De pronto, del total de las 81 cartas, una frase inquietante que parece darnos luces sobre la génesis de Pedro Páramo: “La vida es corta y estamos mucho tiempo enterrados”. Pero no más. En verdad, muy poco.

El discurso amoroso —dice Roland Barthes— es un discurso horizontal: el enamorado habla por paquetes de frases, pero no integra esas frases a un nivel superior, a una obra. Tiene la pobreza de las esencias porque está urdido de deseo, de imaginario y de declaraciones. Desde luego que a Rulfo —ni a nadie que escribe cartas de amor— se le ocurre siquiera que éstas llegarán a ser luego un libro. Son cartas de amor, y como tales, ridículas. Todas las cartas de amor, si hay amor, son ridículas, nos enseñó Pessoa. (Pero al final, los que nunca escribieron cartas de amor, son los que terminan siendo ridículos).

Sin embargo, como testimonio biográfico, las Cartas a Clara, son de un valor indudable. Nos devuelven esa voz querida y plagada de mexicanismos y nos dan una visión auténtica y fiel de Rulfo, el hombre. Un ser solitario, atormentado, frágil, con grandes carencias afectivas. Era, como él mismo lo dice, “un desequilibrado de amor”, por haber perdido muy temprano a sus padres. Un suicida en potencia que por un feliz azar conoció a una muchacha en la que pudo volcar un afecto desmedido al que se aferró como un náufrago para integrarse y sobrevivir en la realidad. Clara le devolvió una zona de pureza y esperanza que aún le quedaba, que cultivó y protegió como una loba en celo. A conciencia, la mantuvo alejada de los demonios que hicieron posible sus obras maestras. Con toda la razón. Como decía Calvino, en este mundo rodeado de infierno, hay muy pocas cosas, muy pocas personas que no son infierno. Por eso hay que abrirles espacio; hacerlas durar.