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L I B R O S

Desplazados con diccionario

La historia de amor de un desplazado y una francesa: un ‘love story’ poco convincente.

Luis Fernando Afanador
15 de octubre de 2001

Laura Restrepo
La multitud errante
Planeta, 2001
138 paginas

Jorge Luis Borges —quien lo sabía todo en materia literaria— dijo alguna vez que encontrar la voz era encontrar al personaje. Los personajes deben tener la voz que les corresponde para llegar a ser creíbles y para que la historia funcione. Esa es precisamente la gran falla de La multitud errante: sus personajes tienen una voz que suena falsa.

‘Siete por Tres’, el protagonista de la novela de Laura Restrepo, es un campesino colombiano, pobre, de un remoto pueblo del Huila y víctima de la violencia conservadora de los años 50 y de todas las violencias que siguen asolando a este país. Ha perdido todo: a sus padres que lo abandonaron, a su pueblo, a Matilde Lina, la lavandera que lo crió. Pero, sin que sepamos por qué, ‘Siete por Tres’ posee un lenguaje exquisito y elaborado que no corresponde a su condición: “Huíamos de la violencia, sí, pero a nuestro paso la esparcíamos también. Asaltábamos haciendas; asolábamos sementeras y establos; robábamos para comer; metíamos miedo con nuestro estrépito; nos mostrábamos inclementes cada vez que nos cruzábamos con el otro bando. La guerra a todos envuelve, es un aire sucio que se cuela en toda nariz, y aunque no lo quiera, el que huye de ella se convierte a su vez en difusor”.

Iba a subrayar las palabras que no usaría un campesino desplazado pero creo que no es necesario: sería menospreciar la inteligencia del lector. Podría citar innumerables ejemplos pero no alcanzaría el breve espacio de esta reseña. Baste decir que ‘Siete por Tres’ llegará a hablar como todo un poeta. Y no sólo por aquello de “esparcir“ y “la guerra a todos envuelve”. No. En la página 54 el personaje suspira: “Tanta vida y jamás...”. Se trata de un verso de César Vallejo, pero poco importa: él ha hecho suyos a los mejores poetas de la lengua.

La narradora es caso aparte. Es una mujer francesa (bellísima, tanto es así que ‘Siete por Tres’, el poeta, le dice “Ojos de agua”) que trabaja en un albergue para desplazados por la violencia al que llega nuestro personaje. Parece ser una enfermera (sabemos que ha ido a la universidad, que es culta) pero en realidad es una gran escritora, a la altura de la Yourcenar o, mínimo, de Margerite Duras. Aunque esté de incógnita en Colombia merece una silla en la Academia Francesa (o en la Real Academia Española en caso de no ser traducción) por su prosa decantada, sostenida, por su lirismo, por la forma en que logra expresar su amor callado y sutil: “Todo está bien, constato, y registro sin asombro que la calma bienhechora que se extiende afuera se ha instalado también dentro de mi pecho. Hace ya más de un mes que se fueron el párroco de Vistahermosa y su colorida corte, pero el hechizo de su solidaridad pesa, protector, sobre nosotros”.

La elaborada y suntuosa escritura que utiliza la narradora también le resta verosimilitud: es demasiada orfebrería puesta al servicio de una simple aventurera francesa. Para no hablar de su capacidad de análisis, de su comprensión de la situación colombiana, que supera a la de Daniel Pécaut: “No, madre, no es el caos —trato de explicarle yo, con varios aguardientes subidos a la cabeza—. No es el caos, es la Historia, así con mayúscula, ¿no se da cuenta? Sólo que fragmentada en pequeñas y asombrosas historias”. Camilo Gómez, el despistado Camilo Gómez, haría bien en contratarla para los diálogos de paz.

Y hay algo más que se constituye en una incómoda referencia para esta obra. A partir de los valiosos trabajos de Alfredo Molano, sabemos cómo hablan y cómo sienten estos colombianos. La comparación está ahí, a la mano, y el contraste es abismal. Puede que un extranjero se coma el cuento, pero para nosotros es como si nos presentaran una película sobre la violencia en Colombia y el papel del desplazado fuera protagonizado por Leonardo Di Caprio. Laura Restrepo cita a Molano en el prólogo, dice que le pidió prestadas una docena de frases. Han debido ser muchas, pero muchísimas más.



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