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"DIOS SE PARECE A MI, PROFESIONALMENTE HABLANDO"

Reflexioné - MONOS, un vistazo a quince años de Antonio Caballero caricaturista

12 de enero de 1987

Un caricaturista es alguien que tiene un arma mortal, fulminante. En el caso de Antonio Caballero: él la ha usado desde los 13 años en público --antes practicaba con profesores y compañeros-- y la ha mantenido apuntada hacia todas las miserias humanas posibles, pero cada vez con mayor precisión hacia el prototipo colombiano, mientras en la literatura y el periodismo vuelve texto crítico y a veces caricaturesco, el mismo talento que da origen a los monos: una observación no saciada nunca.
Esta semana ha salido su libro "Reflexioné-MONOS", compendio de sus caricaturas desde 1970, hecha por Cerec. Reúne desde sus Cartones --los primeros en El Tiempo-- un hombre y una mujer con problemas metafísicos y físicos universales; el Señor agente de Alternativa en que hacía ambiguo y simpático a ese personaje que para la izquierda dura era "el representante de la autoridad burguesá"; Macondo en que tómaba a la clase política colombiana para pasarla dos veces. Por su bisturí en un texto ilustrado con caricatura y llega hasta el Monólogó Nacional que hace ahora para SEMANA. El libro muestra la eficacia con que Caballero --el caricaturista-- ha desnudado el absurdo y la crueldad, batallando contra la tendencia, colombiana, de aceptarlos como cosa seria.
La edición de "Reflexioné-MONOS?' tiene un prólogo de Gabriel García Márquez y comentarios de sus compañeros de batalla contra la solemnidad colombiana: Daniel Samper, Héctor Osuna y Ugo Barti. En suma, un plebiscito de reconocimiento al talento múltiple de Antonio Caballero y su utilidad. Cada uno, toma el ángulo de su afinidad y hace un reproche, que son los mismos dos sentimientos que tienen los seguidores de sus columnas, de su corresponsalía en Cambio 16, de sus crónicas ecológicas, internacionales ó políticas en SEMANA y de su Monólogo: "... cómo puede llegarle tanto a uno alguien que es tan distante..." reproche que le hace la señora del cocinol, lo mismo que el clubman. García Márquez lo expresa en su prólogo así: "Nunca creí que un talento que daba para tanto pudiera dar también para escribir novelas...", y el reproche: "El ácido muriático de su incredulidad irreparable. Esa incredulidad que los cachacos como él prefieren llamar escepticismo". Héctor Osuna: "Lo hace muy bien, para qué", y el reproche: "Toma, deja y retoma el dibujo a su antojo, con el mismo instrumento y el mismo desgano, pues para él no es un punto de llegada, sino apenas un vericueto en el camino del decir". Daniel Samper: "Los monos, para decirlo con elegancia, estaban inscritos en la tradición surrealistá y escatológica de Jerónimo Bosco...". Y protesta: "...para decirlo con menos elegancia, representaban víctimas de horripilantes insucesos". A él, al de las afinidades y los reproches, al Caballero armado, fulminante, había que hacerle preguntas, lo cual resulta como blandir un sable aparatoso. Aunque no saque su pistola por caballerosidad, él no la necesita: es un especialista del sable que corta y puya como su lápiz, como su lengua.

SEMANA: En realidad usted era un niño genio que a los 12 años publicaba en Cromos la historia de Colombia en monos, ¿o quién le ayudó?
ANTONIO CABALLERO: Yo solito. Papá nos prohibió los comics porque leíamos mientras comíamos y había que verlos por fuera. Rico McPato me encantaba, aunque de Walt Disney no me gustaba el dibujo; como sí me gustaba el de las Urracas parlanchinas. De chiquito yo era mejor que Luis (el pintor, su hermano) sin ninguna duda, pero todo lo que dibujaba me salía caricaturesco. Luis fue mejor a partir de los 14 años. Mingote era el dibujante que más me gustaba y a los 11 años, vivía en España (por razones de exilio de su padre, Eduardo Caballero) y me regalaron "La historia de la gente" por Mingote. Cuando volví, intenté hacer comics en El Tiempo al ver unas novelas dibujadas malísimas que publicaban entonces y pensé que yo las podía hacer mejor. Hice tres capítulos de los Tres mosqueteros y me aburrí porque era muy complicado, había que meter caballos. Vino primero la historia de Colombia en Cromos y luego la "Historia del mundo" inspirada en Mingote. Tenía sólo textos abajo, pero era difícil y yo no dibujaba bien, pero en ese momento leía apasionadamente la historia universal. Comencé luego Los cartones, que eran monos universales (problemas de la gente con su cuerpo, con su entorno) y a Francia llegué con ellos debajo del brazo, como un hombre grande (tenía 17 años). Me los aceptaron en Candide, que era un periódico de derecha --que luego se volvió ultra-- y en Plexus, que era una revista mensual. También los publicaron en Myfair, una revista inglesa, y en el Evergreen Review de Nueva York, pero en el New Yorker no me los aceptaron.
Quería vivir de eso, pero en realidad no se puede, porque sólo lo pagan bien en Estados Unidos y el Evergreen sólo publicaba un mono mío cada cuatro meses. Cuando me fui a vivir a París (ya solo) hacía los dibujitos en los cafés.
S.: ¿Sólo hacía entonces en monos a un hombre y a una mujer, con sus problemas? ¿Por qué paró luego?
A.C.: También hice una vieja, con su problema de vejez, durante seis meses para El Siglo como en el 69. En España en el 75, antes de la muerte de Franco, en plena censura, hice en Cambio 16, caricaturas en las que no se podía tocar el tema político directamente y por eso hacía metaforas con Portugal, era bastante esotérico. De ellas salió un librito en España, "Apertura, oración y cierre"... La censura sirve mucho, por eso los dibujantes españoles y brasileros son tan buenos. El humor gráfico político allí donde se puede decir cualquier cosa, suele ser burdo. Con la censura tiene que refinarse muchísimo más: es muy buena para los dibujantes. Entre El Siglo y España dejé de hacer los monos cinco años porque eran todos muy parecidos; uno se vuelve repetitivo...
S.: Y volvió con el Señor agente en Alternativa...
A.C.: Sí. Aquí no hay censura sino autocensura de los periódicos. En Alternativa no había y por eso se ofendían a veces los del partido (comunista) y los trostkistas; en elecciones me burlaba porque les iba siempre mal. El Señor agente era un tipo simpático y la teoría no aceptaba que la autoridad pudiera ser un pobre diablo simpático, aunque en la práctica se sabía que sí.
S.: En el Macondo de Alternativa hacía caricaturas de personajes que son impecables, ¿por qué no volvió a hacerlas?
A.C.: ... Turbay era muy bueno (sonríe), era buenísimo. Nos hace mucha falta.
S.: Antonio: ¿usted en qué cree?, qué respeta?
A.C.: A los entrevistadores... (se ríe y se pone serio de inmediato). La caricatura es una cosa muy seria. No es un chiste. Es que el mundo no es serio y el caricaturista es alguien que se da cuenta que el mundo es algo mucho más grotesco que serio... porque el señor de Pozzetto no es serio...
S.: Usted hace caricaturas incluso en sus columnas. ¿Eso le quita credibilidad ?
A.C.: Tengo una tendencia de ver lo caricaturesco de las cosas, veo ese ángulo que está en la realidad. Pero también escribo desde el lírico, en las columnas, y en el libro ("Sin remedio") hay pasajes enteros... hay gotas de rocío y todo. El ángulo de la caricatura es tan válido como cualquier otro para mostrar las cosas. En Colombia es el ángulo más eficaz; más rápido y contundente que cualquier exposición. La diferencia entre una caricatura buena y una mala, sea escrita o dibujada, es que sus rasgos sean ciertos. Como la poesía, es buena cuando es verdad, aunque nunca es toda la verdad. Porque la verdad no cabe toda en una obra humana. En todos los casos se trata de una simplificación, sólo que si es sociológica o científica no incluye lo grotesco. La caricatura es un ángulo de la simplificación, una representación de la realidad tan completo o incompleto como una fórmula algebraica. Italo Calvino en sus "Cosmicómicos" hace caricaturas de teorías científicas que no son menos incompletas o falsas que las teorías mismas. ¿Es más cierta o más falsa una foto de frente que una de perfil?
S.: ¿Por qué no fue abogado?
A.C.: Estudié derecho un año, pero es precisamente caricaturesca la visión del derecho porque deja por fuera cientos de aspectos de la realidad. La caricatura es una disciplina científica que no se puede teorizar porque sería hacer caricatura de la caricatura.
S.: Como dice usted que es Colombia...
A.C.: En Colombia hacer caricatura es sólo demostrar el absurdo de la vida cotidiana. En lo político, el país es una caricatura de sí mismo junto a la pretensión de respetabilidad y solemnidad que la realidad no garantiza. Como hace meses esa protesta del rector de una universidad y de una asociación de abogados por el doctor Pardito: esa no es una caricatura inventada, es buena porque es realidad, sólo había que mostrarla.
S.: ¿Por qué se vino de España?
A.C.: La caricatura se ve mucho más clara de cerca, porque se ven muchos más elementos de la realidad. Me vine porque me interesa muchisimo la realidad colombiana no sólo en ese aspecto, sino en sus aspectos líricos, épicos. Creo que es tan válido un soneto de Carranza sobre los Llanos como una sesión de la Asamblea departamental del Meta --que es una escena de comedia--, pero son tan ciertos el sol de los venados como la Asamblea del Meta; la realidad es tan compleja. Por eso la naturaleza no es caricaturesca. La caricatura la ponen los humanos y si hay algunos micos que lo sean es porque son caricatura del hombre. La naturaleza sí es absolutamente seria, será porque no tiene conciencia.

S.: ¿Por qué no ha hecho caricatura de los militares?
A.C.: En América Latina, la caricatura de militares es demasiado obvia, es otra caricatura de la caricatura, porque no hay nada que exagerar, con demasiado unidimensionales, demasiado fáciles.
S.: ¿Las preocupaciones metafísicas de los monos del comienzo eran sus propias preocupaciones?
A.C.: No tomaba propiamente el tema de la existencia de Dios sino la angustia que esto provoca en las personas y que es un problema central en las relaciones humanas, independiente de que Dios exista o no exista. Me interesaban los obsesos de la existencia de Dios, como Mahoma o Santo Tomás, pero no es un problema mío sino de otros. Dios a lo mejor no sabe que eso nos preocupa tanto.
S.: ¿Qué caricatura puede hacerse de usted mismo entonces? ¿Era como Felipe, el de Mafalda?
A.C.: No. Felipe es un ser angustiado. Yo era y soy, un observador neutral. En ese caso seria más parecido a Dios: si existe debe ser muy parecido a mí. Profesionalmente hablando, quiero decir (sonrie). El es un observador que no participa. Cuando la agitación estudiantil en Francia en mayo del 68, yo estaba allí y asistía a las batallas con la Policía hasta el momento en que empezaban a atacar, claro porque era interesante y divertido, pero sin tomármelo muy en serio. No era maoista furioso ni trotskista furioso, no tenia nada que defender en particular, la reforma universitaria me tenía perfectamente sin cuidado. Así ha sido mi participación en política, nunca he militado en el Partido Liberal ni en el Partido Comunista, porque son grupúsculos intercambiables, no en cuanto a sus principios ideológicos ni en cuanto a sus fines políticos, pero si en cuanto a sus métodos. La militancia es siempre la misma. El católico o el musulmán, el problema del entusiasmo y la acción es el mismo, sea cual sea el entusiasmo y sea cual sea la acción.
S.: ¿Cómo se vacunó contra el entusiasmo?
A.C.: Es algo temperamental. Borges lo explica cuando se metió al Partido Conservador argentino, que es allá un partido insignificante y marginal, algo que no puede despertar entusiasmo. Es todo lo contrario de una militancia política. La política justifica la indignación pero no el entusiasmo. O se justifica por el ansia de poder, y nunca la he tenido. Me gusta más mirar el funcionamiento de las personas y las cosas que manejarlo.
S.: ¿Quién fue su maestro en el escepticismo?
A.C.: El Eclesiastés. El "Gran Congregador" es el maestro del escepticismo. Y la lectura de la historia y de las guerras: la historia de la humanidad no es otra que la historia del entusiasmo; es igual para el lado que sea y provocan igual entusiasmo cosas contradictorias... "Dice el Gran Congregador, vale más un perro vivo que un león muerto... no hay nada nuevo bajo el sol... el sol se pone por Oriente y vuelve a salir por Occidente o como sea, no importa... pasan las nubes y mueren los rebaños...": el Gran Salomón en el Eclesiastés. Pero eso lo ha dicho Mao Tse-tung y el Arcángel San Gabriel en el Corán. No es más convincente una doctrina marxista que una taoista. Por eso las conversiones no existen: San Pablo se cayó del caballo y dejó de perseguir cristianos para perseguir gentiles; lo que le gustaba era perseguir. La conversión es sólo un cambio de lado. Creo que eso significa conversión para las matemáticas. Las matemáticas enseñan mucho. Pero yo era muy malo para ellas en el colegio. Cuando descubrí las posibilidades de las matemáticas para hacer cualquier tipo de demostración con más elegancia y más limpieza que la retórica, habría tenido que estudiar toda una nueva etapa de las matemáticas que no conocía. En Italia tuve un amigo irlandés que me explico la lógica matemática con la que hice una demostración perfecta de algo que, de existir, cambiaría la realidad: una serie semejante a la de los números primos (esos que sólo son divisibles por sí mismos y por la unidad) que sólo eran divisibles por sí mismos pero no por la unidad. Mi amigo se entusiasmó con la demostración porque era irlandés, pero se la mostró a unos matemáticos franceses y como carecen de todo sentido del humor, les produjo sólo cólera.
S.: Les mataba a Descartes...
A.C.: Pascal es lúcido también, otro profesor de escepticismo: "Error más allá de los Pirineos, verdad más acá". La verdad y la mentira son especificaciones geográficas, puntos de vista, posiciones de clase como diría el marxismo, gracia divina como dicen los cristianos. Razón es lo que tenemos nosotros y no tienen los otros. Eso que dije, de que Dios se parecía a mí, es así para todos. Los que creen en Dios, creen que Dios es como ellos: Jomeini se imagina que Dios es como él y el padre Llano SJ piensa que Dios es como el padre Llano SJ --eso lo deben haber explicado Freud y Marx y los antropólogos y Lao-Tsé le aseguro.
S.: El instrumento de su talento es un oído muy bueno...
A.C.: No creo que tenga oído musical nunca he intentado tocar ningún instrumento, soy muy torpe con las manos. Tengo oído para los tics de las conversaciones. Es sólo observación.
S.: ¿Cómo fue esa "Carta al padre " que usted publicó siendo muy joven?
A.C.: Escribí para El Tiempo una columna desde Italia sobre la clase dirigente colombiana, sobre su grotesca existencia. Papá publicó otra columna en el mismo periódico diciendo que no era cierto lo que decía. Yo le escribí una carta que él hizo publicar como columna y que tituló "En mi casa y de tu boca" y decía eso, que esas cosas que había dicho las había oído de él y era así, porque me había fijado mucho.
S.: Cría cuervos...
A.C.: No, yo soy muy amigo de papá. Si dio esa carta para que la publicaran es porque sabía que tenia la razón. O no, en realidad se dio la razón a él mismo.