Home

Cultura

Artículo

M U S I C A

Donde crecen las canciones

El nuevo disco del cantante inglés Sting demuestra que la obra de los artistas madura al mismo tiempo que sus autores.

Juan Carlos Garay
26 de febrero de 2002

Tal vez la muestra más elocuente de lo que le está sucediendo a Sting como artista sea la nueva versión de su canción Roxanne. Cuando la compuso y la empezó a cantar, hace un cuarto de siglo, se trataba de una tonadilla punk.

Y no sonaba nada mal. Tratándose del retrato de una prostituta londinense la interpretación aguerrida casaba perfectamente con la sordidez del tema. Ahora Roxanne ha vuelto a aparecer en el nuevo disco de Sting. Está completamente reformada, es casi otra mujer, suena a jazz.

¿Cómo explicarlo? Hace poco el novelista inglés de origen paquistaní Hanif Kureishi observaba que sólo cuando cumplió 43 años pudo escribir un relato “desde el punto de vista de un hombre maduro”. En el caso de los cantantes, obligados a repetir en concierto sus viejos éxitos, el contraste entre los antiguos himnos de juventud y las nuevas canciones de madurez se va haciendo cada vez más notorio. Hay que recurrir a algunos trucos para que todo el repertorio avance a la par. Vestir a Roxanne con nuevas ropas, por ejemplo.

Claro que no faltan aquellos que critican a Sting por deslizarse con tanta premeditación de los estadios a los clubes nocturnos, cambiando a sus antiguos compañeros de banda por jazzistas consolidados, como Chris Botti o Christian McBride. Se nos está aburguesando Sting, suspiran algunos que quisieran congelar el tiempo. Y sí, concedámoslo: el jazz tiene connotaciones de burguesía. Pero también —no se nos olvide— de cierta sofisticación, de cierto sentido de la elegancia que se va adquiriendo con los años.

All this time, el nuevo disco de Sting, no es interesante porque se acerque al jazz sino porque se aleja de los textos y los tonos que lo hicieron ídolo entre los adolescentes hace ya cierto tiempo. El cantante acaba de cumplir 50 años, sus fanáticos acusan también las secuelas del tiempo, sus composiciones no podían quedarse como disecadas. Al ser éste un registro en vivo adquiere más sentido una canción como Brand new day, que se abre con una sarta de preguntas: “¿Cuántos de ustedes han sufrido por amor? ¿Cuántos juraron que no volverían a amar?”. Ya las preguntas no están siendo lanzadas al vacío sino a un público que con aplausos indica que entiende.

Y la transformación abarca casi todas sus canciones. Fragile pasó de ser una balada acústica a pisar sutilmente los terrenos de la música electrónica. Don’t stand so close to me y When we dance se convirtieron en una sola pieza, ensamblando dos épocas distintas de su carrera. ¡Every breath you take, que se caracterizaba por su fluida serenidad, parece ahora un canto de celebración de barras deportivas!

El fenómeno no responde a una arbitraria voluntad de metamorfosis. Más bien es un proceso involuntario, descomplicado, natural. El hecho de que el disco sea grabado en concierto es la respuesta, porque justamente la actividad constante sobre el escenario es la causa de todas estas transformaciones sonoras.

El año pasado el diario El Mundo, de Madrid, citaba al cantautor Joaquín Sabina con estas reflexiones tan esclarecedoras: “Yo me aburro muchísimo si canto todos los días lo mismo; así que dando conciertos terminé recomponiendo mis canciones”. Este disco sigue esa senda y, por ende, es más que una colección de éxitos en vivo. Es la muestra patente de cómo las canciones de este hombre van madurando a la par con él.