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¿Es posible censurar obras de arte en el nombre del respeto a las mujeres?

Una niña en una pose erótica, un grupo de ninfas que persiguen a un hombre y desnudos pintados hace 100 años. Las recientes polémicas en el mundo del arte tienen a muchos hablando de censura.

17 de febrero de 2018

El lienzo muestra a una niña de 11 o 12 años durmiendo en una silla. Tiene las manos sobre la cabeza, sus piernas abiertas y se alcanza a ver su ropa interior en una pose que, para muchos, resulta sugerente. Se llama Teresa soñando y la pintó el franco-polaco Balthasar Klossowski (más conocido como Balthus) en 1938.

Esta obra, ya muy conocida, desde diciembre pasado es una de las más famosas del mundo. Todo porque Mia Merril, una neoyorquina de 30 años, la vio expuesta en el Museo Metropolitano de Nueva York e inició una petición online (que hoy reúne más de 11.000 firmas de apoyo) para pedirle al museo removerla o, al menos, acompañarla de una aclaración, pues considera que “muestra a una niña en una pose sexualmente sugestiva”. La institución se negó rotundamente, pero el caso generó un debate mundial, pues coincidió con el escándalo por las denuncias de abusos sexuales en Hollywood y otros lugares del mundo.

El caso del Balthus no es único. El 26 de enero pasado la Galería de Arte de Manchester retiró de sus salas Hylas y las ninfas, un lienzo pintado hace 122 años por John William Waterhouse, un artista inglés famoso en la era victoriana. Lo hizo para “generar una reflexión” sobre la ‘cosificación’ de la mujer en el arte y sobre “la forma en la que se exhiben e interpretan las obras de la colección”. La pintura muestra una escena de la mitología griega en la que un grupo de ninfas desnudas seducen a un hombre.

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Del tema no se ha salvado ni siquiera Egon Schiele, el artista austriaco muerto hace 100 años. En Gran Bretaña y Alemania se negaron a colgar unos carteles con sus obras en edificios y paradas de metro, pues aparecían genitales femeninos (y masculinos). La solución, ingeniosa, fue taparlos con un mensaje: “Lo sentimos. Tiene 100 años, pero sigue siendo demasiado osada”. Algo similar ocurrió cuando Facebook cerró la cuenta de un profesor francés que compartió El origen del mundo, de Gustave Courbet (1886). Hoy, por ese hecho, el docente tiene a la poderosa empresa norteamericana ante un tribunal en Francia.

Y es que en los últimos años se han multiplicado las polémicas y los debates al respecto. Por un lado, el crecimiento de movimientos como #MeToo (#YoTambién) no solo ha llevado a cuestionar a los personajes que utilizaron su poder para acosar a otras personas, sino también a revisar lo que se consume en la cultura popular y en el arte. Y por el otro, la exageración de lo políticamente correcto –como se le llama al hecho de cuidar que el lenguaje no atente contra la dignidad de las minorías– ha puesto en la picota a obras o artistas que, en su momento, se expresaron descarnada y crudamente. Otros creen que también influye el aumento de grupos conservadores o de derecha en el mundo.

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Para Lucas Ospina, profesor de la Universidad de los Andes, también tiene que ver la visibilidad que internet les dio a quienes antes no tenían espacios de expresión. “Es muy diciente –agrega– que los grupos y personas con un sentido de identidad más fuerte sean los que inicien este tipo de peticiones al sentirse confrontados por una imagen. Se trata de una iconoclastia moralizante que, antes que preguntarse por qué encuentra chocante su mensaje, prefiere matar al mensajero”.

Llama la atención que casi todas las obras discutidas provienen de hace 100 años o más, por lo que evaluarlas a la luz de hoy tiene un sesgo. Como explica el curador y crítico de arte Jaime Cerón, “es anacrónico usar los valores morales actuales para analizar otros momentos de la historia, en los que esos valores no tenían sentido”.

En el mundo, de hecho, muchas obras de arte muestran (se puede decir que de forma ‘romántica’) temas como el racismo, la esclavitud, la prostitución o el maltrato animal porque para su época eran situaciones normales. Y si se intentara remover o filtrar lo que a muchos les parece molesto o inmoral (e incluso ilegal), habría que desterrar también algunas obras de teatro como Salomé, de Oscar Wilde, o novelas como Lolita, de Vladimir Nabokov. “¿Debemos tirar todo el arte que explora y explota la sexualidad? ¿Es esto lo que los nuevos puritanos están demandando? –escribió el historiador de arte Kevin Childs en The Independent el 3 de febrero–. Los desnudos flagrantes de Titian, la pudenda prominente de Modigliani deben irse entonces”.

En el caso de Balthus, por ejemplo, es claro que en muchas de sus obras aparecen niñas en posiciones sugerentes y es posible que muchos vean en ellas una insinuación de pedofilia. Pero como escribió Phillip Kennicott, crítico de arte del diario The Washington Post, “censurar a Balthus, cuyo trabajo es perturbador pero no pornográfico, no tiene sentido. No eliminaría los deseos que anima y perderíamos gran parte del progreso imperfecto que hicimos lejos de la vergüenza y el silencio sobre el deseo”. Sin embargo, otros comentaristas, como Gina Bellafane, de The New York Times, creen que no hay que evadir la discusión: “Hay una demanda completamente razonable de poner la obra en contexto, en forma de texto expandido, por ejemplo, pues está relacionada con el tipo de abusos que ahora tratamos de desmantelar”.

En últimas, quienes resuelven el destino de las obras tienen el poder de marcar el límite entre pornografía y arte. El MET, por ejemplo, se negó a la petición y mantuvo expuesto el cuadro de Balthus, sin aclaraciones de ningún tipo. Pero en octubre, en cambio, el Banco Santander decidió suspender una exposición sobre arte queer en Porto Alegre, Brasil, por presiones y quejas de grupos evangélicos y de derecha.

“No es fácil”, explica Constanza Toquica, directora del Museo Santa Clara de Bogotá, quien hace cuatro años tuvo que lidiar con el intento de censura de una obra inspirada en custodias religiosas. “Es cierto que el límite es el respeto a los demás, pero el arte está llamado a reflexionar y visibilizar. Y si hay ‘performances’ u obras que nos mueven el piso, nos desestabilizan y nos sacan de nuestra zona de confort, eso está bien”.

No hay que olvidar que, como explica Adriana Ríos, quien fue curadora del Museo de Antioquia y hoy lidera el club curatorial Piso Alto en Medellín, el arte “es capaz de hablar de temas de los que otros no hablan, de mostrar otras formas de ver el mundo”. Y en ese caso lo mejor es aprender a ver, a sentir, a perturbarse y a debatir.