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Dónde estudiar arte?

París ha dejado de ser el gran centro de formación de artistas. Para muchos, países como Estados Unidos, Canadá, Alemania e Inglaterra ofrecen mejores alternativas.

23 de agosto de 1993


EL DILEMA DE SI EL ARTISTA NACE O SE hace, en la actualidad ya parece tener respuesta. Si durante mucho tiempo se sostuvo que dicho cuestionamiento era igual a preguntar si fue primero el huevo o la gallina, hoy la posición de críticos y artistas apunta hacia un mismo camino: a pesar del talento, cada día el artista necesita de más especialización.
De hecho, en Colombia son contados con los dedos de la mano los artistas que no han sentido la necesidad de viajar a Europa o Estados Unidos, en aras de lograr la madurez conceptual y estética indispensables para triunfar. A pesar de que nadie cuestiona el nivel que han adquirido las facultades de bellas artes del país, lo cierto es que muy pocos egresados se sienten verdaderos profesionales antes de haber logrado una especialización en el exterior.
Sin embargo, si hace 40 ó 50 años los artistas se preocupaban ante todo por viajar, independientemente de la escuela que les sirviera de motivación, hoy las cosas parecen invertidas. Para muchos, además de los excesivos costos, la competencia y el mercado son tan exigentes, y hay tal variedad de formas de expresión, que en la actualidad no basta irse sino saber exactamente a dónde se va.
Entre otras cosas porque curiosamente los grandes centros del arte, que hacían soñar a los jóvenes interpretes colombianos recien egresados con Italia, Francia y España, han ido rotando en el último siglo de ciudad en ciudad, de país en país, e incluso de continente en continente, hasta el punto de que hoy Paris, considerada por mucho tiempo como la meca del arte, ha sido desplazada por otra potencia artística que se ha sostenido desde finales de los años 40: Nueva York.

LA INFLUENCIA EUROPEA
Tradicionalmente, Europa reunía suficientes elementos a su favor para que se convirtiera en el sueño dorado de los artistas colombianos. Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, el antiguo continente llevaba varios siglos dictando los parámetros mundiales del arte. Toda esta influencia se hizo notar en Colombia desde el siglo XVII, cuando Vásquez y Ceballos fundó el primer taller de pintura del país. Más tarde, José Celestino Mutis se encargó de crear la primera Escuela Nacional de Arte, con el deseo casi exclusivo -pero trascendental- de formar jóvenes pintores para ilustrar en láminas todas y cada una de las plantas investigadas durante la histórica Expedición Botánica.
Con estas precarias bases, durante el siglo XIX comenzaron a proliferar las academias privadas, y, en consecuencia, aparecieron los primeros artistas nacionales, los primeros en formarse en París para luego, volcar todo su conocimiento y su experiencia en Colombia. La fundación de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, en 1886, marcó el arranque definitivo de un arte nacional forjado bajo parámetros típicamente europeos. En consecuencia, en la mente de los artistas colombianos sólo existía la idea de cruzar el Atlántico en busca de la meca de entonces: París. Allí fueron a parar artistas de la talla de Ricardo Gómez Campuzano, en aras de darle un impulso básico a sus carreras.
Los pintores colombianos de la primera década del siglo XX alternaron dos escuelas igual de importantes para la época: la academia Julien, en París, y la de San Fernando, en Madrid. Los pioneros habían sido dos de los más grandes representantes de la historia del arte colombiano: Epifanio Garay y Ricardo Acevedo Bernal. Sus logros calaron tanto en el país, que en los proyectos de los estudiantes de bellas artes, París se levantaba como la meta anhelada, el centro vital donde confluían todas las rutas del arte mundial. En los años 30, pintores como Andrés de Santamaría, por un lado, y los integrantes del llamado grupo Bachue, como Luis Alberto Acuña, Rómulo Rozo y José Domingo Rodríguez, por el otro, también se dejaron llevar por el llamado de la Ciudad Luz en sus búsquedas individuales.

LA NUEVA MECA
Pero el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial y sus inevitables consecuencias, alteraron ese rumbo artístico para siempre. Probablemente por la debilidad en que quedó Europa por la cornflagración, pero también porque el arte contemporáneo estaba a punto de estallar en mil pedazos, París, como Roma, Florencia y Madrid comenzaron a ceder su liderazgo frente a otras capitales. Avida de expansión cultural, Nueva York estaba dispuesta no sólo a formar los mejores museos de arte contemporáneo, sino a forjar en sus academias a los mejores artistas. De hecho, brillantes representantes del arte europeo se habían refugiado en Estados Unidos durante la guerra; y muchos ya no regresarían jamás a su lugar de orígen. Ellos serían los encargados de imponer el movimiento vanguardista en Norteamérica, de participar directamente en el surgimiento de nuevas escuelas y, en definitiva, en el nacimiento de una nueva meca del arte
lnternacional. No sólo por la revolución artística que se estaba gestando en sus academias, museos y galerías, sino por la aparición de un mercado cada vez más expansivo, Nueva York se convirtió en el camino obligado de cualquier artista.
Por tal motivo, aunque muchos de los pintores contemporáneos más destacados fueron formados en Europa, como Alejandro Obregón, Fernando Botero, a partir de la década de los 60 los artistas jóvenes latinoamericanos en general, y colombianos en particular, emigraron hacía el país del norte para nutrir sus conocimientos. A los ojos de muchos, artistas como Juan Antonio Roda, David Manzur y Juan Cárdenas abrieron el camino. Pero poco después ya no se necesitó de emisarios para que los recién egresados miraran a Norteamérica como el paraíso del arte vanguardista.
En la actualidad, Chicago, Los Angeles y San Francisco se han transformado, imitando a Nueva York, en importantes centros de arte de vanguardia. Mientras para muchos críticos y artistas la mayoría de las escuelas europeas se han quedado relegadas en relación con las nuevas propuestas, Estados Unidos -y ultimamente Canadá- ofrecen un ramillete bastante amplio de alternativas de estudios, según la especialización que se desee. El Instituto de Arte, de Chicago y el Rhode Island School of Design, en Providence; el Instituto de Arte de San Francisco; y la School of Visual Art, la Universidad de Yale, el Pratt Institute y la escuela Parsons, en Nueva York, se cuentan entre los principales centros de estudios en Estados Unidos. La más cotizada del momento es la academia Cal Art, en California, donde se rumora que se están gestando las mejores propuestas pictóricas del momento. Por su parte, Canadá no se queda atrás. En los últimos años, las escuelas de arte de Nueva Escocia y Vancouver se están erigiendo como alternativas sólidas de especialización.
Lo anterior no quiere decir que los países europeos no continúen siendo atractivos para los jóvenes pintores. Si bien la Escuela de Bellas Artes de París, tan afamada en otras épocas, no este pasando por el mejor momento, en la opinión de los expertos existen oportunidades interesantes en otros países. En este sentido, Alemania e Inglaterra son el fuerte artístico en Europa. Sin embargo, a la hora de la verdad muchos especialistas insisten en que el fenómeno europeo es simplemente el de la crísis de las facultades tradicionales, que coincide con el surgimiento de una gran variedad de academias privadas. Pero estas son practicamente de imposible acceso a los jóvenes colombianos, pues los precios de matrícula son exorbitantes. De hecho ya es muy difícil que un artista ingrese a una facultad de artes sin una beca de estudios. Tanto en Estados Unidos y Canada, como en Europa en general, matricularse en una facultad de artes puede llegar a costar entre catorce mil y 18 mil dólares anuales; es decir, alrededor de 15 millones de pesos.
Por el momento, Nueva York sigue enfilándose como la gran alternativa artística, no sólo por la educación impartida sino por la oportunidad de estar en el centro del mercado internacional y los grandes galeristas. No obstante, para el año 2000 muchos se han atrevido a asegurar que la cosa va a cambiar de extremo. Y no tendría nada de raro que Japón, cuya inversión en arte está superando al mismo Estados Unidos, se convierta en la próxima meca del arte universal. Si eso sucede y aunque parezca extraño, en Tokio confluirán los nuevos talentos, en busca de otras alternativas. Porque en última instancia, el mercado es capaz de transformarlo todo. Hasta el arte. -