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Dragón rojo

La figura del doctor Hannibal Lecter está a salvo: este es un homenaje a su locura.

Ricardo Silva Romero
28 de octubre de 2002

Director: Brett Ratner
Protagonistas : Anthony Hopkins, Edward Norton, Ralph Fiennes, Emily Watson, Harvey Keitel, Phillip Seymour Hoffman, Mary-Louise Parker

Ahi, entre los cientos de espectadores que asisten a un concierto de la Orquesta Filarmónica de Baltimore, está el doctor Hannibal Lecter. Es el estupendo prólogo de Dragón rojo. Y vemos al siquiatra en esa silla, mirándonos a todos a la cara, porque debemos recordar que estamos ante un hombre que es capaz de ponerse en el lugar de cualquier monstruo. Pronto, muy pronto, en una terrible discusión con su discípulo, el agente Will Graham, sabremos que es un caníbal refinado. Y entenderemos que no sólo comprende a los asesinos en serie porque esté loco sino porque, como los grandes artistas, como el propio agente Graham, es capaz de asumir el punto de vista de quien quiera.

Un escalofriante asesino de familias, que la prensa sensacionalista ha llamado "el hada de los dientes", atacará de nuevo en los próximos días. Y el director del FBI, Jack Crawford, ha llegado a la conclusión de que no podrán atraparlo sin la lógica enferma del doctor Lecter y las preocupantes intuiciones del agente Graham. Porque sólo una persona como ellos, que contemple la posibilidad de enloquecer y tenga la imaginación necesaria para convertirse en los demás, podría intuir el pasado, las máscaras y las motivaciones de un hombre refundido en las paredes del cerebro.

Sí, así es. Si El silencio de los inocentes es una obra maestra del suspenso que nos habla sobre la fragilidad de aquellos seres que han caído en el mundo equivocado y Hannibal es un apasionante fracaso que nos recuerda la belleza que se esconde en el fondo de todos los horrores, Dragón rojo, la tercera película de la serie, que en verdad es el primer capítulo de la historia, es un buen largometraje que nos hace conscientes de los peligros que corremos dentro de nosotros mismos. Conviene saber que no se trata de una trilogía que nos devuelva la fe en los gestos humanos. Que es una antología, en tres partes desiguales, de imágenes infernales. Y que aquellos espectadores que no consiguen poner en contexto las escenas llenas de sangre y de violencia deben evitarla a toda costa.

Es una lástima, a propósito, que el director de esta tercera entrega, Brett Ratner, sólo sea un buen profesional: en manos de un gran realizador, un cineasta como el Jonathan Demme de El silencio de los inocentes, Dragón rojo sería otra obra maestra. Pero bueno: no se le podía pedir a Ratner, el hombre detrás de Una pareja explosiva, que hiciera algo diferente a entregarle el excelente guión de Ted Tally a un elenco genial, sólo comparable al del Real Madrid, para concentrarse en imitar las brillantes ideas de la primera parte y en sacar de la manga el triste efectismo de la segunda.

Se le debe agradecer, eso sí, el respeto que ha demostrado, desde el prólogo, por el genial Anthony Hopkins y su doctor Hannibal Lecter. Porque si algo consigue esta película, creo, es rendirle un homenaje al siquiatra de los monstruos.