CINE

Dulces sueños

Un ejercicio de estilo que, a falta de drama, se gana el más triste de los adjetivos: 'interesante'.

Ricardo Silva Romero
19 de septiembre de 2009
El compositor comercial Gary Shaller (Martin Freeman) ha llegado a un punto ciego en su relación con su esposa Dora (Gwyneth Paltrow)

Título original: The Good Night.
Año de estreno: 2007.
Dirección: Jake Paltrow.
Actores: Martin Freeman, Gwyneth Paltrow, Danny DeVito, Penélope Cruz, Simon Pegg, Michael Gambon, Sonia Doubell.

Si la vida es tal como la pinta el cine, según todo parece indicarlo, hay un punto en las relaciones de pareja en la que alguno de los dos necesita algo más: "Son bellas las melodías", decía el poeta John Keats, "pero más las que no hemos oído". Es eso lo que le sucede al apocado, adormilado, malogrado Gary Shaller, compositor de música para comerciales, desde la noche en la que la modelo de moda se le aparece en uno de sus extraños sueños: para sobreponerse a los pesos de la rutina, para resistir un matrimonio que parece una cadena perpetua, y fantasear con las que no ha tenido sin correr ningún riesgo, Shaller aprende, a punta de gurúes y de libros de autoayuda, a elegir las cosas que sueña: aprende, por ejemplo, a soñar con aquella mujer, con la modelo que está en todas las vallas, cada vez que le es indispensable escaparse de la realidad.

No es, de ninguna manera, un mal punto de partida. Pero la ejecución es tan torpe, tan poco dramática, tan poco interesante desde el punto de vista de la puesta en escena, que muy pronto crea la sensación de que no está pasando nada. Dirigida por el debutante Jake Paltrow, miembro de una reconocida familia del cine de Hollywood (su padre fue un cineasta independiente, su madre es una actriz capaz de interpretar cualquier clase de personaje y su hermana es la estrella famosa que sabemos), Dulces sueños trata de documentar lo que sucede dentro de la mente masculina cuando descubre que una relación de pareja no va a resolverle ninguna de sus frustraciones, y hasta cierto punto lo logra, pero en el proceso se queda sin buenos personajes que lo salven de parecer algo más que un ejercicio de estilo.

El comediante inglés Martin Freeman, conocido en los teatros del mundo por Realmente amor y Guía del viajero intergaláctico, hace lo mejor que puede para encarnar a ese hombre hastiado que no sabe bien qué quiere. A pesar de lo abstracto que resulta su personaje, la siempre valiente Gwyneth Paltrow trata de asumir así, sin más pistas, el difícil papel de la mujer triste que se traga la mitad de lo que piensa. Danny DeVito parodia, en sus breves apariciones, a uno de esos pequeños hombres que siempre le han salido tan bien: un perdedor hostigante que convence a los demás, a punta de persistencia, de que es un ganador. Simon Pegg, uno de los comediantes ingleses de moda, compone al amigo problemático, como si se lo supiera de memoria, sin tener muy claro cuál es el drama al que se enfrenta. Y Penélope Cruz, en el doble papel de la modelo que aparece en los sueños y la mujer sin escrúpulos que sólo vive el presente, les prueba a los incrédulos que es una gran actriz.

Y sin embargo, a pesar de los esfuerzos de su extraordinario elenco, la sensación de que no son personajes, sino bocetos de personajes, no deja avanzar a Dulces sueños. Y lleva a anhelar el final más de la cuenta.