ECOS DE ORIENTE
La ola de orientalismo que invadió los años 70s y que buscaba verdades más permanentes, ahora parece resurgir
"Dos grandes maestros del Taoismo ".
Lao-Tsey Chuang Tzu. Edición preparada por Carmelo Elorduy. Editora Nacional Madrid, 1977, 660 páginas.
Hará unos tres años que el libro del Tao desapareció de las librerías. Una ola de orientalismo --que ahora parece resurgir-- buscaba en los textos del antiguo oriente verdades más permanentes y firmes que las nociones académicas en que se formaba una generación convencionalmente. Eran los primeros años de los setenta. En esta década prodigiosa una generación conoció la más poética e inolvidable, la más mágica de las épocas del siglo, sin pasar --y quizás por ello-- por la especulación teórica. Los ecos lejanos de oriente llegaban a través de los textos místicos y sapienciales de una manera vaga, espiritual, a veces metafórica, constituyendo un verdadero analogon invisible de un mundo que quería cambiarse. Así el libro del Tao tuvo la importancia de superar cualquier aventura libresca. Los tiempos fueron cambiando y la cultura modificó el rostro de una esperanza. Aún hoy no hemos dilucidado inteligentemente aquel periodo que culminó en una dramática relación entre el rock, las drogas, el alcohol, la inspiración sicodélica, el nihilismo y la evocación a Oriente. Lo que habría que señalar, sin demora, es que con la desaparición de aquella contra-cultura el interés por Oriente sigue vigente, fluye y refluye de una generación a otra, misteriosamente, porque al fin y al cabo su curso es eterno, si podemos usar tan tremenda palabra.
En días pasados tuve la agradable sorpresa de los encuentros imprevisibles . Cuando hace un año se pagaba a precio de oro un ejemplar del "Tao-te-king", en días pasados, decía, me encuentro, en la distribuidora Cruz del Sur, un buen número del codiciado libro.
La edición preparada por Carmelo Elorduy es tan prolija, tan acabada que es un verdadero monumento de aplicación consienzuda a un tema. Abundan las pesquisas históricas, las explicaciones, los "pie de página", incluso las interpretaciones personales. Nada de esto debe interferir una primera lectura del texto. El "Tao-te- king" debe leerse en una primera instancia poniendo de lado todo aparataje erudito, que en una segunda lectura, tan necesaria, tal aparato viene a resultar como una lectura compartida. Pero aquí no se detiene la tarea de Elourdy: Tras el "Tao-te-king" el volumen ofrece dos textos más: el Chuang Tzu Nah king; y otro un complemento --una especie de glosario-- de los 64 conceptos del taoismo. Son estos libros sapienciales textos íntimos, ruta hacia sí mismo, poemas milenarios cuya lectura es como un lento deslizarse por el estuario que bordea el cambiante paisaje del mundo y que conduce a las fuentes mismas de la sabiduría primordial.
Sobre el legendario encuentro entre los dos grandes maestros de la sabiduría china Confucio y Lao-Tse se cuenta lo siguiente (Pág. 15): "Confucio fue a ver a Lao Tan (Lao-Tse) y le habló del Jen, amor al prójimo, y de la i, equidad". Lao Tan le contestó: "Si al cerner el salvado se le ha metido a alguien su polvo en el ojo, vera el mundo trastocado. Si un mosquito o un jején le ha picado en la piel, no puede conciliar el sueño toda la noche.
De la misma manera nos escuecen y turban el corazón esa equidad. Nos causan una confusión inmensa. Procure que el mundo no pierda su autenticidad natural. Déjese mecer con el viento y yérgase con la virtud (del Tao) ¿Para qué tantos esfuerzos?... "La admiración y los elogios de otros no agrandan nuestra fama. Secado el río los peces se apiñan en la tierra seca, y con la humedad de su aliento se mojan mutuamente. Mejor les iba antes en sus ríos y en sus lagos olvidados los unos de los otros".
Enrique Pulecio Mariño