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EL ACECHO DE ORIENTE

La película 'Siete años en el Tíbet', que se estrena esta semana en Colombia, y otra más sobre la vida del Dalai Lama, han puesto de moda el tema del budismo en Occidente.

19 de enero de 1998

Esta semana se estrena en Colombia la película Siete años en el Tíbet, del director Jean-Jacques Annaud, el mismo de El nombre de la rosa y El amante. La cinta, una adaptación de la novela homónima escrita por el escalador austríaco Heinrich Harrer basado en sus propias memorias sobre su larga estadía accidental en el Tíbet durante la Segunda Guerra Mundial, narra la historia de cómo Harrer conoció al Dalai Lama y de cómo el líder tibetano logró transformar su corazón. Las opiniones en Estados Unidos sobre la película han estado más bien divididas. Hay quienes se han ido lanza en ristre contra su protagonista, el apuesto y cotizado Brad Pitt, a quien le han criticado su excesivo exhibicionismo como símbolo sexual antes que como el verdadero intérprete de un hombre infeliz que logra renovar su espíritu. Otros, por el contrario, han dejado en paz a Pitt para concentrarse más en la simbología de la historia y en la esplendorosa producción. Independientemente de la crítica, la película ha sido todo un acontecimiento en Estados Unidos, no sólo porque la novela, escrita en 1953, ya se había convertido en un best seller y sus lectores esperaban su adaptación con gran expectativa, sino porque su estreno ha confirmado el interés que ha suscitado el Dalai Lama en el planeta, sobre todo después de su elección como Nobel de la Paz en 1989 y, en general, el creciente ascenso del budismo en Occidente en los últimos años.
El tema, para empezar, está de moda en Hollywood. El afamado director italiano Bernardo Bertolucci, quien ya había volcado su mirada hacia Oriente en su película ganadora del Oscar El último emperador, estrenó hace poco más de dos años El pequeño Buda, una aproximación más bien ligera a la biografía de Siddharta Gautama (Buda), mezclada con una historia contemporánea sobre la posible reencarnación de un maestro Budista en un niño estadounidense. La cinta, protagonizada por Keanu Reeves, fue un fracaso tanto en la taquilla como frente a la crítica, pero por lo menos sirvió para llamar la atención sobre un fenómeno que estaba lejos de acabar con la desafortunada realización de Bertolucci. Un año después, Annaud ya estaba pensando en llevar las memorias de Heinrich Harrer a la pantalla gigante. Desde el punto de vista político su propuesta era mucho más osada que la de Bertolucci. Cuando la China tomó posesión por la fuerza del territorio tibetano a mediados de la década del 50, dentro de la política nacionalista de Mao Tse Tung, la mayoría de los líderes espirituales budistas del Tíbet fueron condenados a salir del país, cuando no a morir en las masacres que acabarían con la vida de más de un millón de tibetanos. El propio líder nacional del Tíbet, el Dalai Lama, en ese entonces todavía un niño, debió fugarse hacia la India para continuar su gobierno desde el exilio e iniciar una pacífica cruzada que ha involucrado a miles de simpatizantes, para recuperar la libertad de su pueblo, una iniciativa que lo hizo acreedor al Premio Nobel de Paz en 1989 y que aún continúa. Todo esto estaría consignado en la película a través de la historia del alpinista austríaco y su conversión espiritual al lado del Dalai Lama.
Bajo esos parámetros era imposible que el gobierno chino autorizara filmar en territorio tibetano, ni siquiera cerca de sus fronteras. Annaud decidió entonces filmar en Argentina, a miles de kilómetros del Tibet pero en condiciones ambientales sorprendentemente similares. Los Andes reemplazaron con fidelidad al Himalaya y los decorados y escenarios fueron reconstruidos con tal rigurosidad que es difícil creer que en realidad la filmación haya tenido lugar en Suramérica. Más que una curiosidadAnnaud no es, sin embargo, el único que ha tocado últimamente el delicado tema del Tíbet y sus sueños libertarios. De hecho, otro prestigioso director, Martin Scorsese, quien ha llevado al cine cintas tan aclamadas como El toro salvaje, Buenos muchachos y La edad de la inocencia, está a punto de estrenar su propia versión de la vida del Dalai Lama. La película se titula Kundun y será estrenada en Estados Unidos en los próximos meses. Si se tiene en cuenta que Scorsese fue quien escandalizó a la comunidad católica mundial con su versión de la vida de Jesús de Nazareth en La última tentación de Cristo (cinta que fue prohibida en Colombia), es de esperar que su historia sobre el máximo líder del budismo tibetano en la actualidad no cause simpatía alguna en China. Estas tres películas, pero sobre todo las de Annaud y Scorsese, no han hecho sino ser consecuentes con el interés que ha despertado el budismo en Estados Unidos, incluso en el propio Hollywood. Algunas estrellas, como el héroe de acción Steven Seagal, la cantante Tina Turner y el actor Richard Gere, han aprovechado su popularidad alrededor del mundo para reclamar enfáticamente por los derechos de los tibetanos frente a la sistemática violación de los derechos humanos en la China. Pero además ellos mismos se han vuelto practicantes de las enseñanzas del Dalai Lama. Gere es discípulo directo del líder tibetano, mientras de Steven Seagal se ha alcanzado a decir que es una reencarnación de un antiguo maestro budista. Otros personajes, como el actor Harrison Ford y el director Oliver Stone, también son simpatizantes, aunque no hayan declarado abiertamente sus nuevas creencias.
El budismo en Norteamérica tuvo su boom primero a comienzos de la década del 50 y luego en los 70 en clara reacción contra la guerra del Vietnam. Y aunque todavía no existe una influencia cultural decidida y representativa, se estima que existen cerca de 100.000 budistas nacidos en Estados Unidos, sin incluir los miles de inmigrantes que han llegado desde Oriente. Hoy el budismo no sólo es una alternativa espiritual para muchos norteamericanos sino que el comercio lo ha transformado en una moda, susceptible de explotar bien para crear campañas ecológicas o bien para vender computadores. En Colombia la influencia del budismo es muchísimo más reducida pero ya existen pequeñas congregaciones y centros, entre ellos el fundado recientemente por Mauricio Roa, el director del colegio Clermont, en Bogotá, y quien llevado por su interés por la India y el yoga encontró en el budismo su razón de vida. La alternativa Siddharta nació en Nepal en el siglo VI a. C. en el seno de una familia real cuyo padre intentó por todos los medios apartarlo del sufrimiento y el dolor. Pero los placeres de la opulencia y la riqueza dejaron de satisfacer pronto al joven Siddharta, quien decidió, por el contrario, abandonar todas sus comodidades en aras de enfrentar el sufrimiento para superarlo a través de la meditación. A los 30 años alcanzó su meta y a partir de entonces se dedicó a difundir su doctrina en busca de la liberación de sus semejantes. De su leyenda nació el budismo, una religión que posee lazos directos con el esquema hindú de la reencarnación. Todos los seres vivientes nacen una y otra vez en un ciclo infinito llamado Samsara, en el cual cada vida está afectada por las cosas buenas y malas que se hayan hecho en la existencia anterior de acuerdo con un sistema llamado Karma. Buda enseña, entonces, a superar el dolor y el sufrimiento de la vida por medio del conocimiento de cuatro verdades fundamentales: el sufrimiento, el origen del sufrimiento, la curación del sufrimiento y el medio para alcanzar dicha curación. Cumplido el proceso llega al nirvana, ese estado de exaltación máxima donde no existe sino la calma. Existen tres ramificaciones principales del budismo. El Theravada, difundido en el sureste de Asia y el más cercano al original; el Mahayana, difundido sobre todo en China, Japón y Corea; y el Vajrayana, aparecido en el Tíbet en el siglo VII y cuyo líder principal en la actualidad es el Dalai Lama, quien también ejerce como cabeza del Estado que hoy está en poder de la China. Pero en el fondo todas las vertientes atienden a la misma filosofía esencial. El porqué de la aceptación y el crecimiento de la filosofía budista alrededor del mundo tiene su explicación más sencilla en la propia doctrina. En primer lugar, el budismo no es una religión basada en la adoración de un dios. De hecho Buda no es considerado como tal sino como un hombre extraordinario que logró liberarse del sufrimiento a través de la meditación. En términos generales la religión se basa en imitarlo, mas no en adorarlo. Es más, no hace falta ni siquiera creer en él, pues lo importante es su doctrina. Las enseñanzas de Siddharta Gautama, El Despierto, se basan en llegar a conocer cuatro grandes verdades para lograr la liberación de la mente y alcanzar el nirvana por medio de una intensiva y juiciosa meditación. Esta característica le permite al budismo conciliar con las demás religiones. Para ser budista no es necesario abandonar el catolicismo, ni el judaísmo, ni el islamismo, según sea el caso. Se trata más bien de una actitud de vida, de un compromiso consigo mismo sin necesidad de rendirle cuentas a nadie. En segundo lugar, el budismo, contrario a otras religiones, no hace énfasis ni en el pecado, ni en la culpa, ni en el castigo, sino en la aceptación. El budismo no exige la renuncia a los placeres materiales y carnales en busca del ascetismo. Se trata de encontrar el justo medio que le permita al hombre liberarse de todos los apegos terrenales, "despertar de ese gran sueño que es la vida", para utilizar los términos de Jorge Luis Borges en una conferencia sobre el tema.
Pero más allá de su doctrina propiamente dicha y aplicada, tal vez la clave de la expansión del budismo está en su tolerancia. El budismo es una religión que carece de iglesia y a la que no le interesa la evangelización para reunir adeptos en torno de ella. En el budismo caben todas las creencias y todas las culturas, una virtud que quizás explica la razón por la cual el budismo es una de las religiones que mejor ha soportado el paso del tiempo.