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Estos cuatro músicos californianos, John Sherba, Sunny Yang, Hank Dutt y David Harrington, se han dedicado a romper las barreras que existen entre la música clásica y la popular. | Foto: ©Jay Blackesberg

MÚSICA

El anticuarteto

La visita a Colombia del cuarteto Kronos es uno de los eventos musicales del año. A mitad de la gira, vale la pena reflexionar sobre los alcances de su propuesta.

14 de septiembre de 2013

A mediados de los ochenta, la separación entre música clásica y popular era muy estricta. No es que haya dejado de serlo (trate usted de encontrar una persona que asista a Rock al Parque y al Festival de Música Clásica de Cartagena el mismo año), pero en aquel momento las fronteras se veían tan difíciles de traspasar como el Muro de Berlín, y los experimentos más atrevidos eran esos discos dulzones del estilo ‘La Sinfónica de Londres interpreta a los Beatles’. En ese contexto apareció una grabación del cuarteto californiano Kronos en que, al lado de compositores ‘serios’ como Sculthorpe y Glass, presentaban un tema de la superestrella del rock Jimi Hendrix. 

Imposible olvidar la emoción adolescente frente a ese primer disco: ahí teníamos una propuesta avanzada, irreverente, radical. Era música de cámara pero ¡qué diablos! era rock. Esos tres minutos de música de Hendrix servían para desestabilizar a las viejas instituciones o, simplemente, para escuchar embelesados con los compañeros generacionales. Algo de premonitoria tuvo aquella interpretación porque hoy los músicos del Kronos Quartet son rock stars a su manera, superestrellas del repertorio de cámara.

Pasaron los años, cambió la moda, cayó el Muro de Berlín, y el Kronos siguió lanzando grabaciones sorprendentes. En 1990 colaboraron con Astor Piazzolla en lo que terminó siendo su emotivo testamento en forma de tango. En 1992 lanzaron Pieces of Africa, que fue una mirada original y muy ilustrativa del continente negro. Creo que entonces (un poco tarde, pero así fue) nos dimos cuenta de que el cuarteto se distinguía tanto por la música que tocaba como por aquella que evitaba tocar.

Llevaba casi dos décadas de carrera y no había grabado nada de Mozart, nada de Haydn. En otras palabras, era un cuarteto de cuerdas que no tocaba lo que muchos entendían por ‘cuartetos de cuerdas’.

En la rueda de prensa que ofrecieron esta semana en Bogotá, pude preguntarles si había compositores vedados o, al menos, que no les interesaran. David Harrington, el primer violín, respondió: “Pasa que apenas llevamos 40 años juntos, lo cual es poco tiempo para abarcar la música occidental, así que decidimos decantarnos por ciertos repertorios”. 

Hank Dutt, intérprete de la viola, complementó luego: “Nos dimos cuenta de que lo clásico tiene un esquema, una uniformidad. En cambio lo contemporáneo te permite todo. En ese sentido es más divertido”.

Tal vez no todo sea exactamente divertido. El Requiem para Adam de Terry Riley, con sus angustiosos sonidos de helicóptero, o la pieza Different Trains de Steve Reich, que evoca los campos de concentración nazis, escapan a ese adjetivo. Pero se entiende que les emociona romper las reglas, jugar con el factor sorpresa. 

Al cierre de esta edición ya han interpretado en Bogotá unas melodías tradicionales de Escandinavia, India y Vietnam, y está por escucharse su versión de un tema del grupo mexicano Café Tacvba. Iconoclastas sin remedio, tocaron en el Palacio Esterházy (allí donde se estrenaron muchos de los cuartetos de Haydn) pero con amplificación eléctrica. Entienden que la experiencia musical no puede limitarse. Su misión es, como dijera un crítico acerca del primer disco de Glenn Gould, “abrir las ventanas en una habitación que ha estado cerrada por más de 100 años”.