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EL ARTE COMO REFLEXION SOBRE LA VIDA

Para Luis Luna la última pintura aún está por hacerse.

8 de septiembre de 1997


Que la pintura se niega a morir es comprobable en el trabajo de algunos jóvenes cuya imaginación, creatividad y sensibilidad se han encargado de mantener vigente su potencial expresivo. Entre ellos figura Luis Luna, un artista que estudió medicina, que se formó en Alemania y que cuenta con una trayectoria que permite seguir un raciocinio plástico profundo y personal.
El trabajo de Luna no prosigue por los rumbos tradicionales de la pintura. Además de haberse liberado de toda intención representativa, no se acoge a los cánones propios de la abstracción ni su intención se halla limitada a consideraciones formales o estilísticas. Sus lienzos son vehículos para expresar pensamientos no necesariamente artísticos sino más bien relacionados con su actitud ante la vida, y por lo tanto en las asociaciones o evocaciones que sugieren los colores, texturas, formas, luces y espacios juega un papel fundamental la percepción del observador y su capacidad de emoción. Su pintura es una modalidad de reflexión sobre la realidad, una manera de condensar su visión del mundo y de transmitirla apelando a los sentidos. No es extraño que el artista equipare su trabajo con la experiencia de viajar, con un proceso que enriquece al autor y al receptor con descubrimientos sorprendentes.
Su exposición en la galería Diners está compuesta por collages en los cuales el óleo constituye la base donde se sobreponen retazos, lacas, esmaltes y resinas. Pero en la estructura de las obras interviene en gran medida el accidente, el azar, el comportamiento de dichos materiales al acoplarse unos con otros, evadiendo la práctica arraigada de una composición preconcebida. En la muestra predominan el ocre, el rojo y el negro, colores cuyo simbolismo no es literal, sino que tiene que ver con temperaturas, humedad o aridez, y aunque en algunas áreas se presentan diluidos por la trementina pareciendo crear un espacio ilusorio, esta apertura no le resta importancia a la superficie donde el artista concentra sus propósitos. Un bastidor grueso enfatiza el carácter de objeto de las obras, su planimetría, en contraposición con la idea de ventana, y por ende de la perspectiva que generalmente impone la pintura.
Luna involucra en sus trabajos escrituras que si bien pueden fomentar asociaciones con la imagen generalmente son independientes del contexto; vocablos u oraciones sueltas que, como los signos precolombinos o alquímicos y los grabados de Goya que también aparecen descontextualizados en algunos lienzos, reiteran el hermetismo de sus designios, sus objetivos de abrir puertas sin demarcar derroteros, de 'desanestesiar los sentidos' pero sin asignar significados. Las citas incluidas en esta exposición son tomadas del Libro de Apolonio, poema español de mediados del siglo XIII, basado en una narración novelesca del siglo III en que se cuenta la historia de un rey de Tiro, y cuyas frases complementan el espíritu entre místico y lírico de la muestra.
Luna ha creado instalaciones en lugares específicos modificando los entornos, ha realizado numerosos ensamblajes, y en esta exposición combina lienzos sobre bastidores, con maderos que apoya contra la pared sin ningún orden determinado en busca de crear la estructura para una narrativa inédita. Pero para el artista la pintura es una opción válida como cualquier otra, respaldada por un goce estético y expresivo inextinguible, y por lo tanto cualquier vaticinio en relación con el final de su vigencia tendrá el triste destino de todo dogma, a saber, la comprobación de su gratuidad.