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El fútbol: Tan lejos de la literatura

Son pocos los escritores que se han animado a escribir sobre fútbol. La mayoría lo desprecian. Una defensa de este deporte como protagonista literario.

15 de abril de 2006

Partamos de un hecho fácilmente verificable. La mayoría de los grandes escritores, por pudor o vergüenza, eluden el tema del fútbol. Si acaso, lo siguen de lejos, como para tener noticia de una fauna lejana e inferior.

Durante los mundiales españoles del 82, Mario Vargas Llosa anunció que estaba escribiendo su memoria personal de amante del fútbol, que arrancaba con el relato de su primera visita al Estadio Nacional de Lima para ver jugar a 'Lolo' Fernández, el gran ídolo de su país y concluía en el presente.

El libro nunca salió. No me extrañaría que el escritor peruano haya desistido por razones de rentabilidad. Los libros de fútbol, aunque estén escritos por autores consagrados, no garantizan grandes ventas. Son productos 'estacionales'. Para ser publicados, si acaso, en medio de la euforia de un mundial.

Existe el criterio generalizado entre editores, autores e incluso lectores de alto estrato cultural, de que escribir de fútbol equivale a visitar los suburbios de la literatura. Borges llamaba al fútbol "cosa estúpida de ingleses". Y la inglesa Virginia Wolff comparó la presencia de una mujer en un estadio con la de un judío en un campo de concentración.

Ninguno de los grandes autores ha podido -o sabido- captar y explotar el rico filón humano que ofrece el fútbol, gran teatro de nuestro tiempo y último heredero de la dramaturgia griega, hecha para los grandes espacios y las grandes multitudes.

No hay justificación para este desprecio a un fenómeno social en donde están representadas casi todas las pasiones humanas: el amor, el desamor, el odio, el orgullo, la justicia, la injusticia, la solidaridad, la sed de venganza, el coraje, la ambición, la cobardía, la violencia, el culto al dinero, el poder. Es decir, los temas que nutren la buena literatura.

Ningún escritor de prestigio se mezclaría entre las hordas que portan banderas, puñales y rabias antiguas en busca de temas y personajes para sus dramas. Ni bajaría a los camerinos a hablar con los actores, a sentirles el aliento, aspirar sus humores y averiguar en dónde les aprieta el zapato.

Tampoco se daría una vuelta por los tristes vecindarios donde viven los hinchas junto a padres vagos y alcohólicos y hermanas que cargan burundanga en el bolso cuando salen de noche. El fútbol, en todos los niveles sociales y en todas las tribunas, ofrece un paisaje humano 'novelable' que los escritores desdeñan con imperdonable soberbia.

Todavía está por escribirse la gran obra de "ciencia ficción futbolística", como la llama Fontanarrosa, autor de un cuento en el que reproduce la narración radial de un partido que deriva en guerra nuclear.

Quizá la refrescante novela Desde la grada, del inglés Nick Hornby, un minucioso registro, cronológico y emocional del amor de un hincha por el Arsenal, uno de los equipos tradicionales de Londres, sea hasta hoy la mejor lograda. Hornby describe el camino, el vía crucis de un supporter -él mismo- y simultáneamente, nos va contando su vida: de la primera comunión al último divorcio.

Tampoco se conocen grandes biografías de futbolistas, salvo la de Maradona, escrita por la argentina Alicia Dujovne Ortiz quien, curiosamente, nunca antes había escrito sobre fútbol.

Lo que sí existen son cuentos, poemas, crónicas, artículos, retratos, entrevistas. En el campo de la poesía es casi una perogrullada de la memoria mencionar la Oda a Platko que Rafael Alberti dedicó a un arquero del Barcelona a quien llama en el poema "oso rubio de Hungría".

Vinicio de Moraes escribía a mano en un bar de Copacabana. Todavía hoy muchos recitan de memoria su poema a Garrincha. Aunque a mí me gusta más el que le dedicó al genial jugador el poeta colombiano Jorge García Usta.

Osvaldo Soriano es el argentino que más libros ha vendido después de Borges pero ha sido también el más despreciado por los críticos que no le perdonan el que muchos héroes de sus relatos sean futbolistas. He leído muchas veces, siempre con la misma emoción, su certero retrato del gran capitán uruguayo Obdulio Varela, quien le revela en esa entrevista detalles desconocidos del 'Maracanazo'.

A José Sanfilippo lo entrevista mientras recorre con él los pasillos de un supermercado construido en el lugar donde antes se levantaba el viejo Gasómetro, el estadio del San Lorenzo. El mítico bombardero reconstruye un gol que le marcó de taquito al 'Tano' Roma, rematando un centro aéreo "en el lugar donde ahora está el estante de las mermeladas".

Los Once cuentos de fútbol, de Camilo José Cela, no figurarán entre sus obras maestras ni entre sus libros más vendidos, pero esos personajes esperpénticos, el volante manco que tenía un gancho de pirata en vez de brazo o 'Harinita', el goleador que botó un penalti y fue apaleado por la multitud, son creaciones del Cela más sarcástico y perverso.

Hay muchas otras pequeñas joyas. El diario de los comeuñas contiene los recuerdos de Borocotó, el legendario comentarista uruguayo. Por esas páginas desfilan todas las mitologías del fútbol suburbial de Buenos Aires.

Infaltables, cuando se menciona la bibliografía del fútbol, son los recuerdos de Camus de sus tiempos de arquero en Argelia. En uno de esos relatos evoca a su madre española, pobre y sordomuda, lavando en una batea los uniformes del equipo. El sociólogo peruano Abelardo Sánchez León publicó una recopilación de sus crónicas de fútbol que tituló La balada del gol perdido. Como nos ocurre cuando analizamos un fuera de juego complicado, en esos artículos están casi borradas las fronteras entre periodismo y literatura.

En España son famosas las crónicas que, antes de la guerra civil, escribía Wenceslao Fernández Flórez para el diario ABC, de Madrid, recopiladas en el libro De portería a portería. En una de ellas, el novelista gallego se inventa la palabra "vicegol" para designar los tiros que se estrellan en los palos.

El Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias explicó, en un delicioso artículo, el origen uruguayo de la palabra 'hincha', inspirada en un hombre que se ganaba la vida inflando neumáticos de bicicleta ("hinchándolos", como dicen en el Río de la Plata) y los domingos era el que más sufría y se desgañitaba en la tribuna.

El periodista argentino Dante Panzeri fue el primero en publicar en Latinoamérica un libro sobre fútbol. Eso ocurrió hace más de 30 años y, a pesar de su pretencioso título, Fútbol, dinámica de lo impensado, que parece prestado a Roland Barthes, es uno de los pocos libros de fútbol que se agotó en las librerías.

A partir de ese éxito, las editoriales empezaron a interesarse por la literatura del fútbol. Muchos escritores decidieron salir del clóset, como apunta el uruguayo Eduardo Galeano, autor de un clásico del género, Fútbol a sol y a sombra, en donde abundan los retratos, breves y a veces líricos, de grandes cracks del pasado. La de Galeano es la visión sentimental de un hincha que escribe. Que infla. Que insufla poesía a los goles de Heleno y Walter Gómez.

Uno de los que salieron del clóset es el también Nobel de Literatura Günther Grass, quien no sólo se confesó hincha del modesto SC Friburgo, que nunca pasó de la segunda división, sino que leyó textos propios sobre fútbol en el estadio, ante 25.000 espectadores, minutos antes de un clásico regional. La gente lo escuchó paciente pero se olvidó de él y de sus historias en cuanto comenzó el partido.

Entre lo escrito en Colombia, destaco Sócrates, la hermosa, conmovedora parábola infantil de Jairo Aníbal Niño. Claro que la buena literatura del fútbol no la hacen sólo los escritores. Jorge Valdano, ex jugador y ex técnico, nos advierte en una crónica escrita durante el Mundial de Italia 90, que llegará el día en que repique el teléfono en el arco de Higuita y alguien pregunte por él y le respondan que no está. Que salió y no dejó ninguna razón. X