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Desde el principio fue claro que sería una producción animada basada en los testimonios y los dibujos de los niños.

EXPRESIÓN

El infierno según los niños

Tras recorrer con éxito los principales festivales de cine del mundo, 'Pequeñas voces', el documental animado en 3D que cuenta el conflicto colombiano desde el punto de vista de los niños, será estrenado en el país a mediados de septiembre. Este es el relato de cómo se hizo.

23 de julio de 2011

ADVERTENCIA: ver Pequeñas voces, un documental animado en 3D que consigue que cuatro niños desplazados cuenten en sus propias palabras por qué se vieron obligados a refugiarse en Bogotá, revuelve el estómago desde el principio hasta el final. Cada quien está solo mientras lo ve. Porque prueba, en apenas 75 minutos, que la guerra está a la vuelta de la esquina, que la época de la Violencia también es esta época y que millones de colombianos sobreviven una infancia inmisericorde sin perder el espíritu por el camino. Después de once años de trabajo, de dejar con la boca abierta a los auditorios de los principales festivales de cine del mundo, Pequeñas voces será estrenado en Colombia a mediados de septiembre. Y según dice Jairo Carrillo, su codirector, lo mejor que podría pasarle es que muchos tengan el valor de verlo: "Que lo vea tanta gente en el país que se convierta en material educativo para las escuelas públicas: los niños desplazados siguen siendo rechazados en los colegios por sus propios compañeros".

El rompecabezas de Pequeñas voces comenzó a armarse el 14 de diciembre de 1999. Hacia las 11:30 de la mañana, unas 320 personas desplazadas por los grupos armados de extrema derecha y extrema izquierda se tomaron la sede de la Cruz Roja en plena Zona Rosa de Bogotá con la consigna "hasta que el gobierno nos resuelva nuestra situación". Semanas más tarde, cuando se hizo evidente que la toma iba para largo, Carrillo tomó la decisión de entrevistar a los niños que salían en los segundos planos de los noticieros. Le pidió al cineasta Harold Trompetero, su amigo, que lo llevara a hablar con ellos. "Compramos papel y colores y nos fuimos hasta la 82 -recuerda Trompetero-. Ahí, en la calle más 'fashion' de la ciudad, la Policía rodeaba las hogueras de los campesinos, los indígenas cubrían con sábanas las ventanas y los periodistas trataban de sacar declaraciones".

Carrillo se metió como mejor pudo, solo con su grabadora, en el edificio de la Cruz Roja. "Y cuando pasé a recogerlo en el carro -dice Trompetero-, vi que, en medio de toda esa algarabía, Jairo había logrado poner a los niños a pintar sus vidas": había echado a andar el proyecto que le tomaría los diez años siguientes.

En la Colombia de hoy, según cifras de la Unicef, hay por lo menos 1.100.000 niños desplazados. Carrillo se puso en la tarea de entrevistar a 120. Gracias al trabajo diario de un equipo extraordinario al que con los años se fueron sumando, entre otros, el codirector Óscar Andrade; la directora de Arte, Adela Manotas, y los animadores Manuel D' Macedo, Ricardo García y David Correa, todo fue tomando forma. "Completamos 220 horas de grabaciones -cuenta el realizador-, pero como solo tendríamos una hora y media para contarlas, fijamos los siguientes tres criterios para elegir las que finalmente harían parte de la película: primero, que contaran un drama de principio a fin; segundo, que sus protagonistas, a pesar de sus edades, las pudieran narrar con fluidez, y, tercero, que los relatos describieran las diferentes caras de la guerra: que hablaran de las víctimas, los victimarios, las desapariciones, las minas, los reclutamientos irregulares".

Al final de la selección, quedaron los cuatro relatos que el espectador sigue en el documental con el corazón en la mano.

Siempre, desde que tuvo la idea, Carrillo supo que su película sería animada y que la haría a partir de los dibujos de los niños. No solo porque "llevábamos apenas una pequeña grabadora a las entrevistas", ni porque "nos dimos cuenta de que ellos contaban su experiencia de una manera más íntima sin la presión de las luces y las cámaras", sino, sobre todo, porque les interesaba presentar "nuestra dura realidad desde el punto de vista de la infancia". El equipo de Pequeñas voces se reunía con los niños desplazados en los colegios en donde trataban de recobrar la paz, los invitaban a que dibujaran en una hoja por qué estaban en Bogotá y al final les preguntaban qué habían pintado, cómo eran sus vidas antes de llegar a la ciudad, quiénes eran esos personajes encapuchados que aparecían en las hojas entre helicópteros, estallidos y ametralladoras.

Y, de allá hasta acá, han pasado más de diez años. En 2003 se presentó la primera versión, un cortometraje, que llegó a la sección 'Nuevos territorios' del prestigioso Festival de Venecia. En 2006, el codirector Andrade entró a hacer parte de un pequeño equipo de producción, de 25 personas, en el que "cada cual aportó a cada cuadro detalles únicos". Y poco a poco el proyecto fue reuniendo el dinero necesario para convertirse en el sexto largometraje animado hecho en Colombia. Año por año, gracias al apoyo económico del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, del Göteborg International Film Festival, del Jan Vrijman Fund y del Tribeca Film Festival, Pequeñas voces fue convirtiéndose en una realidad. En 2010, convertido, por fin, en un documental de 880 planos con un presupuesto de 500.000 dólares, estaba listo para aquella premier mundial en Venecia que "catapultó las ventas internacionales".

La moda del cine en 3D, avalada por el abrumador éxito en taquilla de Avatar, puso a pensar al equipo que bien valía la pena hacer un último esfuerzo: si el 3D era lo que se necesitaba para que Pequeñas voces fuera vista por mucha gente, para que la vieran tantas personas que terminara aceptándose como "una cartilla educativa que se vea en todos los colegios del país" (y, dicho sea de paso, hiciera aún más escalofriantes sus escenas de guerra), entonces le dedicarían el primer semestre de este 2011 a convertirla al sistema de proyección que hoy en día convence a los espectadores de ir a los teatros.

Cualquiera habría desfallecido al primer revés de fortuna. Cualquiera se habría quedado atrás ante la posibilidad de no encontrar un público. Pero el valiente equipo comandado por Carrillo y Andrade estaba empeñado en mostrar cómo, según la versión de los niños, en esta guerra no hay buenos ni malos ni ideologías que valgan la pena, sino puro miedo ante los cañones de las ametralladoras: "Físico miedo". "Al principio nadie creía en un proyecto de estas características -reconoce Carrillo-, pero cuando fueron estrenados documentales animados como 'Persépolis' o 'Waltz con Bashir', la gente empezó a comprender que se puede hacer animación seria con contenido social". Todo parece dado, en la Colombia de hoy, para que Pequeñas voces sea un gran éxito.

"'Pequeñas voces' es el esfuerzo más grande que he visto en toda mi carrera cinematográfica -dice Trompetero-, se me eriza la piel cuando pienso que Jairo ha dedicado los últimos quince años a contar el drama de los niños que fuimos a buscar esa mañana": mientras se es testigo de la producción impecable del documental, cuando se nota que los dibujos infantiles describen la realidad sin tantos adornos, apenas se oye a los protagonistas de la película pronunciar frases como "yo sentía un infierno", "mis perros eran mis mejores amigos en el mundo", "yo no sé si mi papi está vivo o está muerto", se llega a la conclusión de que todo ese trabajo ha valido la pena.