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EL JUEGO DE MILAN

En su último libro, el escritor Milan Kundera se burla de todo y de todos mientras habla de la vida y la muerte

21 de mayo de 1990

Los críticos literarios franceses, con el famoso Angelo Rinaldi a la cabeza, estan furiosos con la nueva novela del checo Milan Kundera. Y lo que pasa es que se encuentran tan desconcertados con el libro, que no entienden lo que pretende este escritor, que en los años recientes se ha convertido en un símbolo de la rebeldia de los escritores de los paises del Este.
Lo cierto es que "La inmortalidad" uno de los lanzamientos de la próxima Feria del Libro trasciende el genero de la novela. Busca convertirse en una reflexión profunda y detenida sobre temas, personajes y situaciones que ha obsesionado al escritor a lo largo de muchos años.
En sentido estricto, no es una novela ni un cuento largo, ni siquiera se trata de una narración en torno a un personaje, Agnes, que surgió un dia del gesto intimo de una mujer entrada en años. A lo largo de sus libros anteriores, en distintas ocasiones Kundera ha tocado el tema de la inmortalidad, no en términos morales o religiosos sino en cuanto a la relación que el ser humano tiene con su propio yo. Para Kundera existe una pequeña inmortalidad, el recuerdo del hombre en la mente de quienes lo conocieron y sopesaron sus actos cotidianos. Tambien existe otra inmortalidad, la grande, la que significa el recuerdo del hombre en la mente de aquellos a quienes no conocio -y no lo conocieron personalmente.

Aqui la inmortalidad de Kundera esta profundamente relacionada con el "Kibbutz" de que hablaba Julio Cortazar, ese espacio personal que cada ser humano se encarga de alimentar, defender y hasta de ocultar a los demas. Agnes, el personaje femenino de esta novela, surge del gesto de esa mujer desconocida, de 60 años, que se despide de su instructor como si lo estuviera saludando desde una distancia enorme. Es inmortal porque ha sido mirada por el narrador. Ha sido rescatada del paisaje de un Paris ominoso y comparada con otro gesto, contemplado por el escritor cuando era niño, cuando descubrió que en la puerta de su casa otra mujer se despedia de su padre. En ambos gestos encuentra elementos comunes como la ternura y la soledad, tan profundos, que los hacen inmortales.
Es el mismo gesto que alimenta la pequeña y domestica inmortalidad del alcalde de una pequeña población de Moravia, quien en los momentos mas felices se acostaba en un ataud para imaginar cómo seria su entierro. En cambio, la inmortalidad de un personaje como el presidente Mitterrand colocando flores sobre las tumbas de los heroes franceses, escondido de los ojos del público pero escrutado por las camaras de televisión, es otra dimensión de la misma felicidad del alcalde.

El amor, la soledad, el matrimonio, el oficio de escritor, el periodismo y la palabra son algunos de los temas analizados por Agnes y por otros personajes históricos y ficticios, que sin avisar entran y salen de un libro que convierte al lector en complice. Dividido en siete partes, este libro esta repleto de los pensamientos, cavilaciones, dudas y alegrias de un hombre como Kundera que siempre se ha sentido solo, en tierra extraña.
Fuera de Agnes y su pequeña inmortalidad, el lector asiste a las relaciones de Goethe con Bettina, esa mujer de la que el escritor estuvo enamorado a los 23 años.
Ella lo persigue, lo obliga a estar con ella y escribirle carta de amor, carta que despues salieron publicadas porque ella también buscaba la inmortalidad. También se asiste al diálogo cínico y lucido entre Goethe y Hemingway, en el que el norteamericano, fastidiado. por su inmortalidad, se queja de todos aquellos que se aprovecharon de su fama para hacerse notorios -su mujer, sus hijos, sus críticos-, en cuyas manos el escritor se va desdibujando.

Por todo esto los franceses estan molestos con "La Inmoralidad". Porque Kundera va de un capitulo a otro, de un personaje anónimo a otro histórico, mordiéndose la cola, reflexionando, burlandose de cuanto principio sagrado se le atraviesa y sacando sus propias conclusiones sobre lo que mira. Y lo que mira no es del todo agradable, como en el caso del paisaje de ese Paris donde todos quieren alimentar su propio ego, su inmortalidad casera.