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En una asfixiante sala de juntas se enfrentan siete candidatos al puesto de jefe de una multinacional de las de ahora

cine

El método

La adaptación de la célebre obra de teatro se queda sin fuerzas cuando aún falta media hora para que se termine.

Ricardo Silva Romero
8 de diciembre de 2007

Título original: El método.
Año de estreno: 2005.
Dirección: Marcelo Piñeyro.
Actores: Eduardo Noriega, Najwa Nimri, Eduard Fernández, Pablo Echarri, Ernesto Alteiro, Natalia Verbeke, Adriana Ozores, Carmelo Gómez.

Siete personajes (cinco hombres, dos mujeres) asisten a una escalofriante entrevista de trabajo que más bien parece el juicio final o el último día de un reality show. Se miran de reojo. Se sientan alrededor de una modernísima mesa de juntas. Y enfrentan, como quien trata de ganar un programa de concurso de vida o muerte, una serie de pruebas que ponen al descubierto las flaquezas de sus personalidades. No hay nada qué hacer. Quien quiera ese puesto, el de jefe de una de las tantas multinacionales que nos gobiernan hoy día, tiene que someterse a aquel examen indolente que han querido llamar el Método Gronhölm. Así que estos siete tratan, en un principio, de superar con sentido del humor las preguntas humillantes a las que son sometidos. Pero después, cuando empieza a ser claro que la empresa está dispuesta a todo (a revelar, incluso, los secretos más íntimos de cada uno) para elegir al mejor candidato, comenzarán a sentir que no tiene sentido vivir semejante pesadilla.

El método es la desigual adaptación de una popular obra de teatro titulada El método Gronhölm. Tiene unas primeras secuencias prometedoras. Y sin embargo, aunque sus guionistas y sus actores hacen lo que pueden para que el suspenso continúe hasta la última escena, su resolución alargada nos lleva a pensar que todas las entrevistas de trabajo son igual de aburridas. Y que hay que ser un genio, ser el Roman Polanski que adaptó al cine La muerte y la doncella o el Sidney Lumet que convirtió Doce hombres en pugna en una gran película o el Peter Bogdanovich que supo filmar la claustrofóbica Noises off, para conseguir que un drama teatral se transforme en un largometraje que no le tema a su origen ni se canse en la mitad del camino. El método se frena. Se esfuerza más de la cuenta para sostener la tesis de que el capitalismo nos sigue acompañando hasta hoy porque es el sistema de gobierno (sí, de gobierno) que más se parece a la ley de la selva. Y en el esfuerzo inhumano de ser ingenioso e inteligente e inesperado todo el tiempo (en el esfuerzo de no ser más una obra de teatro), pierden los personajes, pierde la trama, pierde la verosimilitud de cada una de las situaciones que se suceden en la pantalla.

El director argentino Marcelo Piñeyro, autor de Cenizas del paraíso, Plata quemada y Kamchatka, parece fuera de su hábitat en este largometraje. La sátira no se le da tan bien como los demás géneros. Y, en el intento de lograr ese humor frío que dice grandes verdades, pierde de vista la humanidad de la obra de teatro del catalán Jordi Galcerán. Mientras la obra es la historia conmovedora de un hombre que lo ha ido perdiendo todo poco a poco, la película no pasa de ser aquella burla, vista hasta el cansancio, a fenómenos como la globalización, las sanguinarias políticas laborales o la cosificación del ser humano. Que suena a mucho. Pero en verdad es poco.