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CONTROVERSIA

El mito no quiere morir

El regreso de ‘Twin Peaks’, la serie que revolucionó la televisión hace 27 años, vuelve a poner en el primer plano a David Lynch, el mítico director que dejó de hacer cine hace una década y del que muchos esperan su regreso.

10 de junio de 2017

“¿Quién mató a Laura Palmer?”. Más de 34 millones de personas en todo el mundo se hicieron esa pregunta hace 27 años, sentados frente a sus televisores, mientras veían Twin Peaks (conocida en algunos países de Hispanoamérica como Picos gemelos), una serie de solo dos temporadas (31 capítulos) que ABC transmitió entre abril de 1990 y junio de 1991.

La fiebre por la historia, en la que un detective del FBI tiene que descubrir quién mató a una adolescente en un pequeño pueblo ficticio estadounidense y que el canal había estrenado con algunos reparos, superó todas las expectativas. No solo la compraron en varios países del mundo (Colombia no fue la excepción), sino que su estilo visual y narrativo cambió la manera de hacer series para siempre.

Detrás de ese fenómeno estuvo David Lynch, que para entonces ya era reconocido por su estilo extraño y onírico (en el que los sueños y lo surreal se confunden con la realidad), pues asombró con películas como Cabeza borradora (1977), El hombre elefante (1980) y, en especial, Terciopelo azul (1986), considerada por la crítica como una pieza maestra.

El experimento de llevar su estilo a la televisión funcionó gracias a Mark Frost, un guionista con experiencia en el medio, quien logró aterrizar sus ideas a un formato que pudieran comprar las cadenas de televisión. Algo que, sin embargo, no fue fácil, pues a comienzos de los años noventa la pantalla chica era subestimada, con productos calcados, esquemáticos. En el cine estaban los mejores realizadores, las nuevas propuestas.

Twin Peaks lo cambió todo. Los que esperaban una historia policial, se encontraron con un producto que jugaba con los géneros y que se olvidaba de las historias lineales. No solo eso: utilizaba personajes grises (no buenos y malos, sino personas aparentemente buenas que escondían maldad) y experimentaba con escenas fuera de lo común.

A partir de ahí la televisión probó nuevos formatos y muchos afirman que fenómenos posteriores como Los Soprano (1999) o Mad Men (2007) se dieron gracias al camino que marcó la serie de Lynch.

Pero la dicha no fue completa. Los directivos de la ABC nunca estuvieron plenamente convencidos de la serie y, temerosos, obligaron a Lynch y a Frost a revelar a mediados de la segunda temporada el misterio sobre el cuál giraba toda la trama: quién mató a Laura Palmer, algo que no estaban dispuestos a hacer ni siquiera al final. Las audiencias cayeron y Lynch, decepcionado, se alejó del proyecto y se concentró en el cine. Nunca hubo una tercera temporada y por muchos años Twin Peaks se convirtió en un fenómeno de culto que sus seguidores recordaban con nostalgia.

Esta separación terminó en 2015 cuando la cadena Showtime llegó a un acuerdo con Lynch –que se había retirado de la industria desde 2006– para retomar lo que había dejado 27 años atrás. Con gran parte del elenco original a bordo, y nuevamente junto a Frost, decidió escribir y dirigir una nueva temporada como continuación de la serie, que arrancó el pasado 21 de mayo en Estados Unidos y que en Colombia se puede ver desde hace dos semanas a través de Netflix. El regreso del mito, que ha despertado el fanatismo en todo el mundo, volvió a poner el foco en uno de los grandes realizadores de esta época. Y, especialmente, abrió la esperanza de que él vuelva al cine, aunque hoy parece poco probable.

Los motivos por los que los cinéfilos desean que vuelva son contundentes. Lynch, de 71 años, se caracteriza por sus múltiples facetas: músico, empresario, escritor y pintor; de hecho, quiso ser alumno del artista austriaco Oskar Kokoschka. La leyenda cuenta que viajó a buscarlo y no lo encontró.

Pero en Filadelfia, donde estudiaba en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, encontró su gusto por el cine. Comenzó a materializarlo durante los años sesenta con pequeños cortometrajes que ya mostraban un estilo narrativo único, muy influenciado por la pintura expresionista (que privilegia las emociones y sentimientos del autor por encima de la realidad) y por lo surreal. En las calles inseguras de Filadelfia, donde vivía frente a una morgue, también encontró un ángulo que lo marcó: la oscuridad y la perversidad que se esconde detrás de lo que en apariencia es normal.

De eso está poblado su cine. “David Lynch desnuda de golpe a la sociedad norteamericana y le muestra al mundo lo que sus alegres y castos ropajes cubren: la enfermedad moral que la consume y que la tiene tambaleante. No tiene piedad, ya está cansado de tanta farsa”, escribió alguna vez el crítico Juan Carlos González, editor de la revista Kinetoscopio. Por eso, muchas de sus historias ocurren en pequeños pueblos o en barrios en apariencia tranquilos.

Para algunos expertos la clave de su éxito es que no hace cine pensando en los espectadores, sino en ser fiel a su propio estilo. Por eso, aunque hay quienes piensan que algunas de sus películas no tienen sentido, mantiene una base de seguidores sólida y una carrera multifacética: así como ha hecho cintas frenéticas como Corazón salvaje (1990) o Carretera perdida (1997), también tiene otras más contemplativas como Una historia sencilla (1999), el relato de un hombre que viaja de una ciudad a otra en una segadora para reencontrarse con su hermano. Y también ha fracasado. Después del éxito de sus dos primeros largometrajes (Cabeza borradora y El hombre elefante), lo contrataron para hacer Dune (1984), una super- producción de Hollywood basada en una novela de Frank Herbert, pero el resultado fue desastroso: la crítica y los espectadores aborrecieron la cinta y el director se prometió a sí mismo nunca más trabajar con grandes producciones.

Este traspiés le sirvió para reinventarse. Luego vinieron dos de sus grandes éxitos: Terciopelo azul y Twin Peaks. En 2001 apareció Mulholland Drive, considerada, por ahora, la mejor película de este siglo: una historia que había nacido como una idea para otra serie de televisión, pero que la ABC rechazó y Lynch adaptó en una película. La historia de dos mujeres –una amnésica y otra aspirante a actriz– en un suburbio de Los Ángeles le dio una nominación al Óscar y el reconocimiento como mejor director en el Festival de Cannes. Su última película fue Indland Empire (2006). Y si se dice última es porque prometió no volver a dirigir: no está conforme con el nuevo rumbo de la industria.

“Él es, sobre todo, un director al que le gusta experimentar y llevar al extremo la ficción –cuenta Gabriel González, cineasta colombiano, director de Estrella del sur (2013)– . Su tema favorito es la mente humana y la percepción. Por eso siempre trata de jugar con el montaje y con el sonido”. De hecho, otra marca de su cine son las bandas sonoras del compositor Angelo Badalamenti, quien acompaña sus historias con melodías inconfundibles.

Su regreso a las pantallas, luego de dedicarse a la pintura y la música, sus otras dos pasiones, con la nueva temporada de Twin Peaks –que muchos califican como un Lynch puro– es también una parábola de la situación actual de la industria audiovisual, que es muy diferente a la que había en los años noventa, cuando la serie sorprendió al mundo. Ahora la televisión (y no el cine) es el lugar en donde los grandes directores, libretistas y productores están innovando con nuevos formatos. Un espacio perfecto para Lynch, quien nunca deja de experimentar.