Vientos nuevos recorren los escaparates de libros. Frente a la anónima calidad de los comics plagados de pornografía desecantandora o de los mexicanos y brasileños prototipos de historieta pasional, la lectura infantil ha conseguido un nuevo aliado. Kalimanes y Enmascarados de Plata son derrotados por los hermanos Grimm, Perrault, Pombo o Wilde y Andersen.
La editorial Bedout vuelve por sus fueros. Los de los años 50. Cuando tenía tipógrafos y hacer libros era un oficio de nobleza, sabiduría y responsabilidad. Su edición de las obras completas de León de Greiff para Aguirre, impresa en 1960, es una joya de excelencia y de esmero. Pero cuando insistió en los bolsilibros, la pelea entre el viejo oficio y la producción en serie descuidada y de mediocre gusto era ganada por el facilismo de imprimir mal, editar peor y diseñar pésimo. Sin embargo, su nueva colección infantil, de la cual han salido ya doce títulos, es un ejemplo de imaginación y labor. En tamaño carta, 21 x 28 cms, ilustrados a todo color, con 32 y 36 páginas y a $ 130 con tipografía aceptable en disposición y tamaño, los ejemplares de esta serie no sólo rescatarán autores de valía sino que permitirán el fomento de talentos dedicados al exigente arte de la ilustración. Ni qué decir de la lectura. Cuando doblan el precio de un comic pero traen el doble de papel y millonada de calidad y, además se están agotando, no es otro el camino a seguir. Si los colegas editores invirtieran aquí, en vez de traer tanto refrito de fascículo o comprando al extranjero los mismos eternos temas de la literatura infantil, no sólo estarían haciendo patria sino algo más: pensando en un país, en sus necesidades y sobre todo, llegando al bolsillo medio del transeúnte, para darle algo superior a la frivolidad promedio, ésa sí proveniente de otros países y mal pensada y mal-gastada.
BOTERO TODO EL AÑO
Propal, la productora de papel en Colombia, ha mantenido una legendaria costumbre. Editar cada año, y regalarlo, un almanaque. Con los artistas colombianos como motivo gráfico, de Ariza a Beatriz González, de Lemaitre a Omar Rayo, el obsequio es una muestra de gusto o disgusto. El sobrediseño del almanaque del año pasado, unos fondos morados y amarillos y negros para los cuadros de Enrique Grau, tocaban la zona del desagrado y la incompetencia. Para 1985 la cosa varió. Un soberbio almanaque, limpio y grácil, llegará a 15 mil colombianos. Y serán afortunados. Con una encuadernación soberbia, en alma de madera hecha a mano y guayacán, para empezar. (Los que resistieron el almanaque anterior habrán vivido la flaccidez del churrusco de alambre ya doblegado por los doce meses). Con un estupendo papel mate de 150 grs., hay 15 láminas a medio pliego, que reproducen obras de Fernando Botero desde los sesentas hasta la fecha. Incluyendo, claro está, la "Madre Priora", de propiedad de Presidencia de la República, y cuyo rostro en detalle, inaugura el producto. Una impresión finísima, edición impecable, diseño de Meza & Bates, fotografías de Antonio Nariño y detrás de todo la mano experimentada y dedicada de Carlos Arturo Torres, un aristócrata de las artes gráficas, el impresor de logros más fino del país, un Rolls Royce del color en la imprenta colombiana desde hace 30 años. Llame a Propal y suplique su calendario. Usted lo recordará todo el año.
NOTA: En la primera hoja desprendible no aparecen los nombres de cada cuadro ni el nombre del autor de los mismos, error que es imperdonable pero que se hubiera podido subsanar.
CAMBIO DE FACHADA
Los recientes cambios de imagen tipográfica del capitalino diario El Espectador, dividieron a la opinión. Mientras unos añoraban esa imagen negra y pesada de sus antiguas páginas, otros alabaron la claridad de los nuevos tipos, la despejada imagen que advertía. El cambio en los textos fue de carácter técnico. El tipo anterior se emborronaba y secaba con dificultad. La decisión de cambio era peligrosa. La presentación de un diario, es el diario, más allá del contenido programático o la aspereza editorial. Curiosamente, el cambio de titulación fue un retroceso. Se volvió a un ampuloso diseño llamado Cheltenham Old Style, creado en 1903 por un arquitecto llamado Bertram Grosvenor Goodhue. Muy popular en su época, fue calificado por los expertos como la "bestia negra" del diseño (Morison). Evans el editor del Times inglés se refiere al Cheltenham como un alfabeto que "carece de vitalidad e impacto sumándosele una monotonía de diseño". Debido a ciertas excentricidades de trazado, no puede leerse con agrado. Sin embargo, los fracasos persisten y la gente los proclama. Curiosamente El Espectador volvió a un tipo de titulación de apariencia fácil pero muy sobrediseñado. Las itálicas o bastardillas no son en realidad el cheltenham conocido sino el tipo normal inclinado unos cuantos grados. Con lo cual la impureza tipográfica y un tipo de dudosos antecedentes se instaló en casa de los Cano.