Esto que llamamos Realismo con forma una de las corrientes artísticas que con más insistencia recurre en el arte occidental. Aparece desde el período Helenístico de la época de Alejandro, y el Imperio Romano (ambos con pretensiones de dominio mundial) y se presenta después a fines de la Edad Media en el arte del norte de Europa, para más tarde aparecer en ciertos momentos del Renacimiento Temprano, en la pintura española del Barroco, y, más recientemente, en la obra de Ciurbet y otros franceses del siglo pasado. Por último el Realismo nos ha golpeado la cara con las corrientes copiadoras de fotografías (hiperrealistas) de hace muy pocos años.
De una u otra manera y casi sin excepción, el Realismo ha sido canal adecuado para solaz de gustos materialistas y cuantificadores del público perteneciente al estrato mental pequeño-burgués que ha querido entender la posesión de la obra de arte o, más precisamente, de la imagen que la misma ilustra, como posesión del objeto representado en dicha imagen.
La única excepción notable al materialismo más o menos vulgar, más o menos mezquino que universalmente acompañó al arte Realista, la constituye el caso de la Escuela Española del Siglo de Oro (XVII) que produjo genios como Zurbarán o Velásquez para quienes la representación exacta fue el medio con que revelar aspectos trascendentes del mundo físico. Ciertamente pecó de lesa burguesía el concepto de los artistas que utilizaron la apariencia puramente visual del objeto en la naturaleza para mostrar su dimensión simbólica.
Por el contrario, la mentalidad burguesa, tanto la de derecha como la de izquierda, ha querido ver en el arte el simple método de reproducción con respecto al cual es fácil aplicar criterios de calidad, reduciéndolos a la obtención de simples parecidos. Es decir, que mientras más se parezca la imagen al objeto representado, de mejor calidad será el arte. Es evidente que desde tal punto de vista existen grados claros para la valoración, a diferencia de lo que sucede con otras formas expresivas con respecto a las cuales la posible "evaluación" tiene que vérselas con aspectos difícilmente cuantificables. Y es que en otras formas de arte el disminuido parecido entre la imagen y el objeto muchas veces explica mejor aspectos no físicos, que pertenecen a la realidad, pero que se ocultan detrás de las apariencias.
Actualmente y de manera sorpresiva, se presentan en la capital de Colombia cuatro exposiciones que pudieramos llamar de Arte Realista. Dos de ellas, de los artistas costeños Roberto Angulo y Darío Morales se ven respectivamente en la Galería Belarca y el Museo de Arte Moderno. Las otras dos, ambas de artistas extranjeros, corresponden al cubano Julio Larraz en la Galeria Iriarte, y al chileno Claudio Bravo en la Galeria Quintana.
Este tipo de confabulación (epidemia, diría algún platónico) es curiosa puesto que el arte contemporáneo ha señalado ampliamente su preferencia por formas no naturalistas de expresión, y porque aún cuando admitamos la vigencia que hasta hace poco tiempo tuvo el Hiperrealismo, lo cierto es que ha sido superado, al menos a juzgar por las tendencias que actualmente predominan en el arte internacional de los centros importantes. Más que pensar en posibles motivos premeditados o en razones de fondo que expliquen la coincidencia de las cuatro exposiciones en cuestión, ella debe ser vista como eco curioso para registrar y comentar.
Roberto Angulo es un acuarelista que trabaja temas del medio ambiente escogidos de la escala menor, gracias a una óptica selectiva de objetos de nimias significaciones, como pueden ser baldes llenos de agua, en cuya superficie se refleja el entorno, tubos de eyección de aguas negras, objetos de desperdicio en general, siempre humildes y carentes de significación literaria o emblemática. En su pintura ellos han sido referidos por medio de una técniea impresionante de acuerdo con la cual lo que a corta distancia aparenta ser manchas, rayones, deficiencias cromáticas desorden general y planimetría desconcertante, se convierte, en cuanto uno se distancia de los cuadros, en revuelo de luces y brillos, plásticamente interesante e ilusionísticamente bien logrado. Las exigencias del difícil medio de la acuarela quedan más que satisfechas y la impresión final es la de un trabajo que de manera excelente refiere un mundo que, por menor, había sido olvidado por nosotros hasta este descubrimiento, impactante, en las acuarelas de Angulo.
La gran retrospectiva de Dario Morales en el Museo de Arte Moderno nos deja ver, a través de grandes cuadros, grandes y pequeños dibujos y grandes y pequeñas esculturas, la persistencia de su obsesion con la figura femenina valorada en términos de su acción morbosa. Sus cuadros limitan la escala de color hasta volverse monocromos y sin embargo enuncian la sentida preocupación por ilustrar la presencia de la luz. A diferencia de los otros tres artistas mencionados en es te artículo, la pintura de Darío Morales, aún a corta distancia, sigue indicando, sencillamente, su capacidad para engañar al ojo, y a excepción de ciertos dibujos, se niega a indicarnos su proceso de factura o la materia con la cual está construida. Las numerosas piezas de escultura trabajadas en bronce con una técnica de fundición tan impecable como la empleada en la pintura o en el dibujo, incluyen la figura misma del artista desnudo y la involucran en el juego sensual con la modelo. Esto último parece constituir la reconstrucción metafórica de la función del artista como dominador, usuario y gozador de la realidad visual.
El cubano Julio Larraz, en su exposición de la Galería Iriarte, nos muestra óleos y obras gráficas que incluyen monotipos y trabajos sobre plancha de metal, al aguatinta, al aguafuerte, etc. Nos enfrentan a monumentales composiciones de naturalezas muertas. El colorido de estos bodegones evoca la pintura del gran mejicano Rufino Tamayo, pero de manera directa refieren la presencia del trópico ardiente, con su quietud y esplendor. Puestos de perfil sobre mesas frontales al ojo del espectador, estas sandías, calabazas y recipientes hacen la siesta mientras digieren interminables intensidades cromáticas y formales. La observación detallada, a corta distancia, de la pintura de Larraz, revela riqueza de materia y lujo de brochazo que a su vez señalan la presencia de una poesía por medio de la cual-se supera los límites del Realismo
En parte por las razones recién anotadas, la exposición del chileno Claudio Bravo en la Galeria Quintana parece usar el Realismo, apenas, como lenguaje por medio del cual referirse a otras esferas. Estas pertenecen, definitivamente, al mundo de la fantasia y la imaginación. La muestra, compuesta de dibujos pequeños y grandes óleos, conforma uno de los conjuntos más sorprendentes, por su calidad, de entre lo que hemos visto últimamente en Bogotá. La materia rica y generosamente puesta en su pintura, juega con la evocación de la Escuela Española, menos por historizar y más por superar la simple imitación del objeto, o la tonta copia de lo visual. Por el contrario, el trazo claro, intencionado, creativo, indica la espontaneidad de la ejecución y refiere un proceso independiente de cualquier simple propósito de lograr parecidos. Quizás por ello las semejanzas logradas en la pintura de Bravo son despampanantes. Lo que en Larraz es sugerencia de una poesia subjetiva, en Bravo se vuelve capricho de la imaginación capaz de crear el mundo mágico, pero también inteligente que lo afilia al Surrealismo. Indudablemente un gran técnico, Claudio Bravo es capaz de aportar al campo de lo significativo gracias a la generosidad de su imaginación. Sus paisajes, bodegones y complejas composiciones con figuras humanas se arman de conceptos formales brillantes y se ejecutan tan acertadamente que espantan fantasmas decimonónicos.
Aparte de maestria, Bravo nos propone humor, maldad y divertimento con los cuales borrar cualquier asomo de demostración académica de lo bien que sabe hacer las cosas. -
Galoor Carbonell-