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EL TIEMPO RECOBRADO

El Museo de Arte Moderno de Bogotá rinde homenaje a Olga de Amaral con una ambiciosa retrospectiva de su obra.

3 de enero de 1994

MAS DE 30 AñOS han pasado desde que Olga de Amaral descubrió en las fibras, el tejido y el telar su razón de vida. Comenzaba la década del 60 y ya sus manos reclamaban el derecho de palpar, de rozar, de recorrer materiales y texturas. Este sería el primer descubrimiento de muchos que seguirían en esa búsqueda de encuentros con nuevas expresiones, a través de una insistente forma de manifestación artística: el tapiz.
El colorido y el cultivo de la técnica de los primeros años, la monumentalidad de su período posterior, la evolución hacia la expresión pura de la materia y la exploración actual del oro en el tapiz y de los tejidos a manera de vestiduras rituales, están representadas en la ambiciosa retrospectiva que por estos días exhibe el Museo e Arte Moderno, de Bogota, titulada Cuatro Tiempos.
En la más grande exposición del Museo este año, el espectador podrá observar, hasta comienzos del994, el resultado le ese largo camino recorrido por Olga de Amaral, que la ha llevado a instalarse en una posición privilegiada en el panorama del arte nacional. En él se percibe el ritmo constante que va de la explosión creativa al recogimiento en la intimidad, que será de nuevo la base de su próxima meta. Así, en los tapices de los 60, la fogosidad juvenil se ve reflejada en la intensidad cromática del tejido, pero también en la exploración de los límites del telar y de los materiales. En los 70, la energía represada de los pequeños formatos se libera, los tapices comienzan a crecer en tamaño hasta el punto que muchos de ellos ocupan su propio lugar, independiente del muro. Luego, en los 80, Olga de Amaral vuelve a su principio, al de los formatos pequeños de tamaño humano. Su trabajo es el retorno a la expresión pura de los materiales y, en consecuencia, el color en sus tapices ya no es intenso, sabe a tierra y vegetal, es autóctono sin perder virtudes universales.
Entonces se produce otro descubrimiento, el de la magia del oro, mediante el cual la artista busca otros caminos de expresión temática.
Aparecen sus series de soles, en las que el color va haciéndose cada vez más transparente. Sus tapices evocan quizás El Dorado perdido y tal vez por eso también sus trabajos en otros materiales insisten en el tema, como sus series de lunas y de ceremoniales.
Su exposición en Bogotá no hace sino confirmar que ante todo Olga de Amaral sigue experimentando, invitando al espectador al deleite de las texturas, a la fascinación por la materia en constante transformación, al goce de los sentidos en uno de sus esplendores.