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El trompetista en el cielo

Fuera de circulación por mucho tiempo, reaparecen dos discos del legendario Louis Armstrong que ilustran su faceta mística.

Juan Carlos Garay
3 de septiembre de 2001

Desde hace varios meses la voz de Juan Daza abandonó las ondas radiales. Me cuentan que ahora se dedica a otros negocios, seguramente más rentables, pero la radio ha perdido a uno de los más intensos conocedores y amantes del jazz. En el fondo, sus colegas sabemos que algún día retomará los micrófonos porque hacer radio es un vicio que trocamos en profesión. Pero mientras vuelven a vencerlo sus vicios va una teoría de Daza, recogida en tertulia privada y poco probable de ser repetida en emisoras.

Tocando el álgido tema de la muerte, Juan Daza me confió alguna vez que no le temía a morirse porque su particular visión del paraíso celestial incluía un coro de angelitos negros tocando jazz y, en el centro, como el querubín de mayor señorío y swing, el gran Louis Armstrong ejecutando un inagotable solo de trompeta.

Recordé la anécdota hace unos días cuando llegó a mis manos un disco cuya carátula muestra, en efecto, a Louis Armstrong ataviado con un par de alas y una aureola. Era imposible que Juan conociera de antemano la imagen: el álbum estaba descontinuado desde 1958 y sólo hasta ahora fue reeditado en disco compacto. Más bien era como si el inmortal trompetista, a través de ese lenguaje celestial que es el azar, viniera a ratificarle con su voz ronca: “Yessss mister Daza, you’re right”. Y ya no da tanto miedo morirse.

Lo impresionante es que la visión no es nueva. Desde mediados de los años 50 algunos intuían una dimensión espiritual en la música de Armstrong. Nadie recuerda ya a quién se le ocurrió la idea pero muchos concederán que hubo algo de inspiración divina: se juntó a Louis Armstrong con el arreglista Sy Oliver para producir una serie de grabaciones en las cuales la voz y la trompeta del jazzista aparecieran acompañadas por un coro de tonos angelicales. Los álbumes resultantes, Louis and the Angels (1957) y Louis and the Good Book (1958) son los que acaban de ser resucitados.

El primer álbum surgió un poco en broma. Armstrong y Oliver descubrieron que en aquel tiempo eran varias las composiciones de jazz cuya letra incluía la palabra “ángel”, así que decidieron grabarlas todas juntas. En principio esto no significó un abandono de los temas mundanos: “ángel” era un piropo bastante común en los años 50 pero el disco exhibe —hoy todavía— el mérito de haberse ceñido a un eje que lo unifica.

El segundo álbum se grabó al año siguiente con el mismo coro y un aire más místico. Armstrong recurrió esta vez a la tradición de la música espiritual negra y entonó una docena de canciones que, sin perder el swing, hacían referencia directa a varios pasajes de la Biblia. Claramente, el lenguaje celestial comenzaba a depurarse. Pero no hubo más de estos sacrosantos ejercicios y el trompetista volvió orondo a su repertorio profano. Sin embargo los dos discos han quedado como muestra de una altura estética y una unidad temática que alcanzó Armstrong, adelantándose incluso al fenómeno de los ‘álbumes conceptuales’ de la década siguiente.

Es más: hay quienes, como míster Daza, pronosticaron la aparición de estas grabaciones. El compositor clásico Virgil Thomson, por ejemplo, pareció anticipar la llegada de Louis Armstrong al reino de los cielos cuando dijo que sus solos de trompeta únicamente podían compararse con las interpretaciones de los castrati del siglo XVIII. En otras palabras, ubicó a Armstrong en la misma categoría asexuada de los ángeles y los arcángeles y a su música entre los acordes destinados a escucharse por los siglos de los siglos.