EN ZANCOS
El barrio Sierra Morena en Manizales ofrece un modelo diferente para las estrategias de construcción masiva de vivienda
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En ese venero de costumbres y usanzas del viejo Caldas, la zona catetera y, específicamente, Manizales, se han conservado f.ormas que indican claros hábitos de cultura.
Ellos han sido evidentemente traídos desde fuentes ancestrales, quizás no detallables ya, pero que siguen manifestándose a través de la arquitectura y el urbanismo: así se generan expresiones características. Existen todavía en la región pueblos enteros construidos con las técnicas tradicionales de la guadua, la esterilla y el barro (bahareque), montados sobre filos, o mismas montañas, u orillas de los rios, como indicación de que por antigua que sea la cultura que se utiliza, ella no está muerta. Al contrario, la evidencia indica que mantiene gran vitalidad. Por ello cualquier intento por conservar estos pueblos o barrios tendrá que generar museos vivos, aptos para permitir la intensidad de uso que los hace ejemplos actuales llenos de actividad.
Uno de los casos más clásicos de entre los que pueden referirse está localizado en la misma ciudad de Manizales. Ella posee varios sectores bien notables por sus distintas calidades, pero pocos tan significativos como el barrio Sierra Morena, sobre la ladera por donde tradicionalmente se salía para Neira y otros pueblos del norte de Caldas, entre los que, por muy especiales, debe mencionarse a Salamina, Aranzazu, Pácora, Aguadas y Filadelfia .
Cuando hace ya más de cincuenta años se construyó la carretera que bajaba de la meseta de Manizales, y se instaló el puente colgante de Olivares, las tierras adyacentes a la nueva vía fueron invadidas, de manera que, desde el punto de vista del tipo de origen que tiene, este barrio de invasión es uno de los más antiguos del país y, por ello mismo, uno de los más consolidados. En efecto, las tierras arriba y abajo de la serpenteante carretera que resultaba de la tecnología de pica y pala de aquel entonces, fueron tomadas. Las pendientes tremendas que aún hoy, cuando el barrio es un hecho firme, nos siguen impresionando, se llenaron de habitáculos rápidamente construidos con guadua y otros materiales de fácil obtención y manejo.
En estas regiones, la guadua es base de una extendidísima edilicia popular: crece abundante y rápidamente en las laderas de climas que por tibios ya son cafeteros; tiene altísimos índices de productividad que ponen en manos del constructor un óptimo material, liviano, barato, fuerte y elástico, relativamente fácil de manejar por medio de recursos bien conocidos que permiten apoyar las casas en el borde del camino y volarlas sobre el vacío, teniéndolas sobre larguísimos zancos. Las bondades de este tipo de construcción han sido probadas, una y otra vez, en multitud de distintas circunstancias y es por ello que persiste el hábito de construir asi. Pero ha sido en terremotos y fuertes movimientos tectónicos cuando se ha visto la inteligencia del sistema: ante el sismo, se mueven graciosamente para regresar con gallardía a sus posiciones originales, mientras las construcciones hechas con materiales duros costosos y rigidos de los barrios de los ricos, se quiebran y caen.
El Sierra Morena se fue estructurando a lo largo de la vía que aún baja al puente de Olivares, creció hacia arriba y abajo de la carretera hasta conformar núcleos de gran intensidad de actividades y altísima densidad de población que generan formas peculiares de hábitos de vida. Allí se dieron ciertos factores que eventualmente tuvieron significación para el devenir social e histórico del barrio.
La ocupación de tierras con semejantes pendientes junto con la inestabilidad de algunos tramos y el intenso régimen de lluvias, amenazaron periódicamente la supervivencia misma del sector. Derrumbes y movimientos incontrolados de tierras apuntaban hacia el cañón del río, tan allá abajo, que apenas si alcanza a verse, pero que se siente como límite definitivo al territorio urbano: tan hundido pasa, que en sus orillas crecen los cafetos y plátanos del clima medio, marcando enormes distancias verticales con los sectores superiores de clima frío.
Oportunamente, la municipalidad manizalita, preocupada por la inconsistencia física y la amenaza que ello suponía para sus habitantes, aportó una serie de ayudas cuyas consecuencias, después de estos años, son aleccionadores para muchas otras comunidades del mismo tipo y semejantes condiciones en el resto del país.
En el Sierra Morena, en efecto, han intervenido estamentos oficiales y semi-oficiales que han brindado su capacidad económica, técnica y ecológica, para resolver algunos de los graves problemas con que la comunidad invasora ha tenido que vérselas.
De esta manera, hoy en día tenemos allí un barrio consolidado que se apoya en propios recursos que han sido considerablemente generados a partir del sentido cívico de una de las ciudades más conscientes y estructuradas de Colombia: el gobierno municipal de Manizales ha aportado el sistema de vías, de las cuales las vehículares siguen el curso de las cotas de nivel mientras que las peatonales, hechas a modo de larguísimas escaleras,. cortan las cotas y suben o bajan vertiginosamente. Ellas no sólo intercomunican el barrio; también añaden consistencia para que el terreno resista mejor la erosión y los deslizamientos.
El barrio también cuenta con todos los servicios que optimizan considerablemente sus condiciones. Más adelante hizo su aparición la organización Gramsa, que aportó aun más al siempre necesario control de la erosión y que intervino positivamente al señalar fuera de límites para la construcción a ciertos trozos que se necesitaban para que por ellos corrieran los desagues, o que eran fundamentalmente inconsistentes: para tratarlos con terrazas, muros de contención y canalizaciones que, de hecho, se han constituído en zonas verdes disponibles a la expansión y entretenimiento de los que lluegan, se divierten o descansan.
Apoyadas en sus largos zancos, las casas configuran agrupaciones estupendas, livianas, económicas, que representan sugestivas imágenes para el que transita por la carretera antigua, o para el que anda por la nueva carretera, sobre la orilla opuesta del cañón. La carretera original ahora es solamente otra calle que recorre el sector y sirve a la comunidad. El barrio trepa por las laderas y sube hasta rematar en conjuntos acropolitanos fantásticos, con morfologías riquísimas que indican el aporte que ha hecho la gente en términos de su creatividad con edilicia y la urbanística para permitir la aparición de ideas particulares sobre lo que es arquitectura; ideas que permiten habitar con una cierta nobleza, que no ha sido nublada ni disminuída por la pobreza general de sus habitantes. Esta es una pobreza que tiene la dignidad que confiere la creatividad del gesto constructivo y agrupacional con que imaginativamente se ha ocupado el paisaje para darle un uso social, intenso y válido. Bien distinta es aquella otra pobreza, verdaderamente miserable, que tienen que sufrir los habitantes de los sectores diseñados y construidos por organizaciones oficiales, en tugurios de concreto y materiales duros y costosos, sin intervención de los usuarios ni consulta con ellos; habitaciones que no tienen para dónde ni cómo crecer, ni cómo modificarse posteriormente, ni cómo adaptarse a situaciones cambiantes, y que no pueden ser consideradas por sus propietarios como obra de su capacidad de creación. Lo cual no quiere decir que los habitantes de barrios como el Sierra Morena (que ciertamente no es el único que hay en Colombia, pues en otras ciudades del país aparecen notables equivalentes) estén necesariamente orgullosos o contentos de vivir allí. Si se les pregunta, como lo ha hecho quien esto escribe, muchos responderán que preferirían una casita sin cuota inicial, o una casa como la que tiene Julio Iglesias en Hollywood. Porque también han sido víctimas del bombardeo publicitario que ha deformado una serie de valores para convertirlos en pura mercancia, abaratando y confundiendo sus significaciones. En estos términos es indudable que una de las más importantes tareas para llevar a cabo con quienes viven en estos sectores, es incrementar su orgullo haciéndoles ver la dimensión estupenda de lo que han logrado con sus propias manos.
Ahora que las ciudades del país se ven oficialmente amenazadas de quedar tugurizadas con la construcción masiva de vivienda industrializada, anodina, sin imaginación ni personalidad, inútil y antieconómica para los eventuales propietarios, aunque goce del dudoso aporte del diseño de profesionales, el barrio Sierra Morena en Manizales se ofrece como modelo para otras estrategias. Este brinda su originalidad para la calificación positiva del hábitat urbano y de la figura de la ciudad, indicando que el camino adecuado puede ser aquél que canaliza el dinero para la construcción de la vivienda popular hacia las mismas comunidades, para que sean ellas, asesoradas (y solamente asesoradas, nunca dirigidas) por profesionales de la arquiteetura, el urbanismo, la construcción y la sociología, las que hagan sus barrios y sus casas.
Ya está ampliamente demostrado que las entidades gubernamentales, por sí solas, no saben hacer estas cosas, como desafortunadamente tampoco saben hacerlas solos los que, con títulos universitarios en la mano, han ignorado e intentado destruir sistemáticamente el conocimiento popular. Aunque también ha sido ignorado sistemátieamente por agencias como Colcultura, el fenómeno que aquí se discute es eminentemente cultural y tiene que ser manejado en los términos correspondientes. Ello, por supuesto, no es fácil para quienes han preferido lo espectacular sobre lo auténtico. -
Calaor Carbonell -