Home

Cultura

Artículo

Encuentro con Cervantes

El Premio Cervantes de Literatura concedido a Alvaro Mutis es apenas un justo reconocimiento a un universo literario que muchas veces se ha menospreciado.

24 de septiembre de 2001

Un encuentro con Miguel de Cervantes es el tema de uno de los últimos y más bellos poemas de Alvaro Mutis. Camino de Salamanca, mientras el autobús espera para arreglar una avería, recorría las calles de un pequeño pueblo castellano. Allí, dentro de una fonda, divisó al Caballero de la Triste Figura velando sus armas. No hablaron, apenas se miraron, pero para Mutis fue suficiente: había entendido por fin el mensaje de Cervantes, su lección de vida “que ha de durar lo que duren los hombres”.

Por eso, recibir el premio Miguel de Cervantes de manos del rey Juan Carlos, el próximo 23 de abril en Madrid, será mucho más que recibir el premio más importante de la lengua castellana. Tiene un significado especial para él: cierra un ciclo de amor a España. Un ciclo que probablemente se inició a comienzos de los 80, después de un viaje a Córdoba y la Alhambra, y que llegaría a su máxima intensidad con una visita a Santiago de Compostela: “En la plaza del Obradoiro, pasada la media noche, termina nuestro viaje”. A partir de ahí el tema religioso se vuelve definitivo en su obra.

Esta última afirmación puede desconcertar un poco a los lectores de sus novelas, que giran alrededor de un personaje vagabundo y escéptico, Maqroll el Gaviero, su alter ego. Eterno viajero de los más exóticos lugares es, sin embargo, un nostálgico de la tierra caliente, la zona media de las cordilleras, la tierra del café. Como el propio Alvaro Mutis, quien en repetidas ocasiones ha dicho que el paraíso en la tierra él ya lo vivió en Coello, la hacienda de sus abuelos en el Tolima, donde solía pasar sus vacaciones cuando venía de Europa.

Encuentros con lo sagrado o desesperación existencial de ir muriendo lentamente en el trópico, cosmopolitismo o amor absoluto a una región del mundo situada en Colombia: no hay contradicción o tal vez todas las contradicciones se resuelven en la calidad de una misma prosa elegante y suntuosa. “Su estilo es rico sin ostentaciones”, dijo Octavio Paz cuando leyó Reseña de los hospitales de ultramar en alguna publicación de la revista Mito, hace ya casi 50 años.

Pero no es sólo el lenguaje el que unifica su poesía y su prosa en un único universo narrativo. Es la figura de Maqroll, quien nace en un poema titulado Oración de Maqroll, el Gaviero del libro Los elementos del desastre. El gaviero, situado en la gavia, la parte más alta del barco, es el visionario, el poeta. Una conciencia insobornable que no puede olvidar que el destino del hombre es la muerte, la derrota, que no hay esperanza. “Concédeme la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del universo”. Maqroll, sin embargo, se aferra desesperadamente a la vida y tiene momentos intensos de plenitud erótica. Por eso las mujeres abundan y son tan importantes: Flor Estévez, La Machiche, Ilona. Y el paisaje del trópico, que es también un lugar de destrucción, de aniquilación y de muerte.

La desesperanza no es, desde luego, un tema novedoso —Mutis reconoce abiertamente la influencia de Conrad— como tampoco lo es la visión americana superpuesta a la visión europea, que es recurrente en Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier y muchos de los grandes escritores latinoamericanos. No obstante, la forma en que Mutis escenifica el drama de la muerte y lo integra a la naturaleza americana, hace que su obra sea profundamente universal sin dejar de ser local. En ese hecho, quizá, radica su importancia y su novedad. Y el interés que su obra ha despertado en todas partes.

La voz poética de Maqroll se fue convirtiendo en pequeñas narraciones, que si bien es cierto le habían dado a Mutis cierto prestigio literario, lo hacía un escritor de minorías. Sería necesario que Maqroll se convirtiera en personaje de novela, que saliera a recorrer el mundo con sus tribulaciones y sus quiméricas empresas —que en definitiva se ganara con La nieve del almirante el prestigioso premio Médicis y después una serie ininterrumpida de premios— para obtener el verdadero reconocimiento. Hasta cierto punto una injusticia y una falsa división de una obra que se sostiene por la coherencia y la persistencia de sus obsesiones.

Alvaro Mutis, un declarado monárquico que en su casa de Ciudad de México todos los días le pone flores al retrato del rey Juan Carlos de Borbón, podrá ahora decirle frente a frente, como en su Nocturno en Compostela, “todo está en orden”. Sí, todo lo ha estado siempre en el quebrantado y terco corazón de los hombres. Y seguramente estará presente el rendido amador de Dulcinea.