La ENFERMEDAD Y SUS METAFORAS, de Susan Sontag Muchnik editores, 1981.
Mujeres ensayistas no abundan y, si las hay, no ejercen influencia, salvo Simone de Beauvoir, con quien no se compara Susan Sontag, que prefiere mostrarse adusta y difícil antes que sacrificar su lucidez por éxitos de momento. En este estudio se refiere a los símbolos verbales creados por el hombre en su lucha contra uno de sus peores enemigos, y a los que se oculta detrás de esas figuras. Siempre han existido enfermedades invencibles. En la antiguedad fue la lepra. El que la sufría era "como un texto en que se leía la corrupción". La reflexión de Sontag gira en torno a las dos predominantes en nuestro tiempo: la tuberculosis y el cáncer -ella misma padeció la última-.
Otras enfermedades no son tan misteriosas ni ubicuas. De la sífilis se conoce su origen. Es posible dominarla. La peste que diezmaba poblaciones tenía la connotación de castigo divino, no personal sino colectivo, como lo entendió Camus en su célebre novela. En el siglo XX la locura ha dejado ya de ser una enfermedad vergonzosa. Indica incapacidad crítica, sensibilidad mayor que la del común. No limita con la muerte. Para el pensamiento moderno, a-religioso, ésta constituye "el misterio obsceno, el supremo ultraje". El asunto prohibido, de mal gusto, que apenas se menciona en voz baja en las conversaciones de la gente bien educada.
Sin embargo, los temores ancestrales siguen proyectándose sobre la enfermedad, condensando en ella todo el mal, el mal metafísico, y "así enriquecida la enfermedad se proyecta a su vez sobre el mundo". Es la traición cometida por el propio cuerpo. En el siglo pasado las cosas parecían un poco distintas. La escuela romántica propugnó el nihilismo. Este acepta la decadencia física precisamente por constituir la demostración de la falta de poder, la definitiva derrota. Por eso, para Sontag la herencia más importante del romanticismo no consiste en "la estética de la crueldad, ni en la belleza de lo mórbido, ni siquiera en la demanda de la libertad personal ilímite",, sino en la posición nihilista indiferente. Las mejores metáforas sobre la tuberculosis -que era la enfermedad de moda entonces- son ambivalentes. Significan a la vez maldición y refinamiento. En el teatro y en las novelas, hasta "La montaña mágica", de Th. Mann, desfila un cortejo de héroes y heroínas que sucumben por el golpe de tos. Los grandes tuberculosos: Keats, Shelley, Chopin, María Baskirtseff, "llevaban" la enfermedad con cierta coquetería. En la preferencia contemporánea por la delgadez y el rechazo a la gordura persiste una huella de ese criterio. Metafóricamente, una enfermedad de los pulmones es una enfermedad del alma.
En el cáncer que, por incurable reemplazó como enfermedad-reto a la tisis cuando a esta la venció la estreptomicina se observa una extraordinaria simbiosis con los síntomas que identifican la cultura de consumo. Así como la tuberculosis se atribuía al aire viciado de las casas, se cree ahora que el tumor canceroso proviene de la contaminación del mundo. Otros factores posibles: el esfuerzo intelectual excesivo, la angustia, el stress, la agresividad, brotan espontáneamente de las condiciónes actuales de vida. Para intentar la curación se enfoca psicológicamente la patología cancerosa, ya que una enfermedad puede volverse "en cierto grado menos real si se la considera mental", y que la sicología se ha convertido en una especie de espiritualidad laica a falta de otra. Pero para el paciente el tratamiento resulta no menos punitivo que el aislamiento a que antes se sometía a los "inmundos". El objeto de los tests psicológicos consiste en convencernos de que somos responsables de lo que nos sucede.
Para terminar se inserta en el libro una serie de metáforas tomadas de los conflictos políticos y del vocabulario de guerra, como éstas: "Watergate fue el cáncer de la Presidencia", las células cancerosas "invaden" y "colonizan" comenzando por pequeñas "avanzadas" (micrometástasis). Como las "defensas" del organismo no bastan se "bombardea" al enfermo. Es que no hay metáforas inocentes, advierte Sontag. Las anteriores revelan las fallas de la civilización de que tanto presumimos, y la triste superficialidad para encarar a la muerte.
-De 49 años en la actualidad (nació en 1933 en New York) pasó su infancia en Arizona y California y estudió en Harvard y Chicago. Antes de establecerse en New York se casó, tuvo un hijo y se divorció. En 1963 a los 30años, publicó su primera novelá: "El Benefactor", a la que ha seguido una buena serie de títulos tanto de ficción como en campos complementarios, ensayo, cine y teatro. De sus novelas se han traducido dos al español: la primera y "Estuche de muertos". De sus ensayos: "Contra la interpretación", "Sobre la fotografía", "Viaje a Hanoi" y "Bajo el signo de Saturnó" publicado en 1980. Su última novela. "Yo, etcétera", data de 1978. Tiene el premio de la Academia de Ciencias y Literatura de Mainz, y es miembro de la American Academy and Institute of Arts and Letters.
LO QUE DICEN SOBRE LAS ENFERMEDADES
-"Su palabra se extenderá como un cáncer"
San Pablo, II a Timoteo, 2:17.
-"Y aquél con el vientre hinchado está grávido de su propia
muerte"
San Jerónimo.
-"La presencia de la enfermedad significa que la voluntad
misma está enferma"
Schopenhauer.
-"La enfermedad habla por mí porque así se lo he pedido"
Kafka.
-"Las pasiones son cánceres, a menudo incurables, para la
razón pura objetiva"
Kant.
-"Quien desea no actúa, cría pestilencia"
Blake.