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Plinio Apuleyo Mendoza. "Entre dos aguas". Ediciones B, 2010. 442 páginas

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Entre recuerdos y soldados heroicos

Un periodista errante y desencantado descubre a un oficial del Ejército que encontró la fórmula para derrotar la guerrilla.

Luis Fernando Afanador
29 de enero de 2011

Plinio Apuleyo Mendoza
Entre dos aguas
Ediciones B, 2010
442 páginas


Es una novela, pero parecen dos. Una de tema autobiográfico que se mezcla con otra sobre la investigación de un crimen. Aunque se trata del mismo personaje -el que recuerda es el que investiga-, y en principio no deberían oponerse, ocurre lo contrario: sentimos todo el tiempo que la primera narración interrumpe y retarda el desarrollo de la segunda.

Martín Ferreira, un periodista colombiano, mayor, se dispone a celebrar en Roma, donde vive, la llegada del nuevo milenio en casa de su amiga, la condesa Simonetta. Hay melancólicas descripciones de la ciudad eterna y del estado de ánimo del errático periodista. Que no parece muy contento con su vida profesional -su pasión secreta es la poesía- ni con su largo y voluntario exilio europeo. Tampoco con su patria, que anhela y rechaza. Además, le atraen las mujeres refinadas y aristocráticas, no el mundo en que viven. En realidad, como cualquier adolescente, "no se halla". Por eso, abandona la fiesta de Simonetta para deambular por la noche romana con sus pensamientos sombríos: "Estaba pensando en cuántos años me quedan por vivir".

Una llamada de su hermana desde Colombia acaba con sus cavilaciones: el hermano menor, Benjamín, teniente coronel del Ejército, acaba de morir en una guarnición militar en Cartagena del Chairá. Una muerte confusa; al parecer, un suicidio. Poco creíble tratándose de su hermano, un militar convencido de su trabajo. Debe regresar de inmediato a esclarecer los hechos. Un encuentro con un obispo colombiano, conocido de Benjamín, en el aeropuerto de Roma, le pondrá otro interesante ingrediente al misterioso deceso: Benjamín figura en los informes de las organizaciones de derechos humanos como responsable directo de la desaparición y muerte de 147 campesinos de la región de San Vicente de Chucurí. Qué bien: la trama de la novela se pone en movimiento. ¿Quién era Benjamín? ¿Un suicida? ¿Un paramilitar? ¿Un militar honesto asesinado por fuerzas oscuras? Como simples lectores, quisiéramos saberlo. Incluso, para develar esa incógnita, creemos pertinente que Martín nos ponga en antecedentes: sobre la familia de origen campesino, el padre estricto, el brillante desempeño escolar, las inquietudes religiosas y, por supuesto, su relación con él, el hermano medio,

20 años mayor. Pero no. Como si de una autobiografía se tratara, Martín quiere contarnos en detalle la historia de su vida para que sepamos cómo llegó a ser el desarraigado que es. Así, aunque no venga al caso, sabremos de sus novias, de sus experiencias sexuales, de sus viajes, de cómo era Bogotá en los años cuarenta y París en los años cincuenta -ah, el París bohemio y existencialista-, de la forma tan triste en que murió Jorge Eliécer Gaitán y, bastante menos, lástima, de sus experiencias poéticas. Por fortuna, el propio Martín es consciente de su exagerado protagonismo: "Me quedan aquí unos días y encuentros de pesadilla mientras sigo los rastros de Benjamín -y la peor de todas será mi cita mañana con el cura Garrido, de quien espero siempre lo peor-, pero entretanto, en las noches, me he convertido en un cazador furtivo de recuerdos como estos que te he relatado, sin saber cuál es el destino último de esas páginas, a no ser que sea el mismo incierto de mis poemas".

Entre el relato de "los rastros de Benjamín" y el de "el cazador furtivo de recuerdos", es preferible el primero, por novedoso y porque la resolución de un enigma siempre será algo irresistible. A pesar de las interrupciones, terminaremos descubriendo al asesino y, entonces, "el mensaje" se hace evidente. Benjamín, ciertamente, era un militar ejemplar y único, un apóstol que había descubierto la fórmula para derrotar -qué digo, desaparecer- a la infame guerrilla sin disparar un tiro. A punta de simpatía, buen trato y persuasión, Benjamín convencía a los guerrilleros y a sus familiares de las bondades de la desmovilización. Desde luego, su rotundo éxito lo hizo objeto de las calumnias de los curas colaboradores con la guerrilla y de sus agentes, las organizaciones de derechos humanos. Tanto maniqueísmo desconcierta en el territorio ambiguo de la novela -un arte, no una ideología- y al final uno casi termina añorando al nostálgico periodista.