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"ESCRIBIR ES MATARSE DIA A DIA"

20 de julio de 1987

JOSE DONOSO
Acaba de aparecer en Colombia la última novela del chileno José Donoso. El título--significativo, casi apocalíptico--"La Desesperanza", habla del clima y de la intención con que chocara el lector. "Es una novela ideológica, no política", dice Donoso en una de las respuestas a las preguntas que le han hecho a raíz de este su último libro y de su decisión de volver a vivir en el aterrado Chile tras años de exilio en España. Recientemente Donoso concedió dos entrevistas (una en castellano y otra en inglés) y de ellas SEMANA toma las principales preguntas y las mejores respuestas de este escritor, candidato firme a ganarse el premio Rómulo Gallegos.

PREGUNTA: Cuando volvió a Chile muchos criticaron su decisión ¿qué pensó entonces?
JOSE DONOSO: Lo viví con gran amargura. La gente no entendía que en aquel momento quisiera volver, lo veían como un rechazo a España donde había vivido tantos años. La verdad es que murieron mis padres y yo era el principal de la familia, y luego quería estar presente en medio de tantas cosas que estaban sucediendo y siguen pasando en Chile. Fue por eso que volví.
P.: Algunos críticos se han asombrado de ese Chile que aparece en la novela...
J.D.: Sí, así es como vi a Chile, así es como lo estoy viendo, una nación convulsa, arruinada, deshecha. Hay un personaje que afirma que sólo pueden hablar de política y otro dice que "esto es una película de pistoleros". Tristemente, es un retrato de Chile tal como lo siento.
P.: Los moderados, los que prefieren participar pasivamente salen mal parados...
J.D.: ¿Qué otra cosa se puede ser en Chile? La verdad es que no sé muy bien qué soy políticamente, la política es una cosa tan viva y cambiante, tan contradictoria, tanto que yo mismo tengo que cambiar todos los días. Cómo puede existir alguna identidad política fija si la política es en sí misma una cosa fluctuante, un espejismo constante. Claro que algunas cosas están bien claras: soy un demócrata, un humanista, no soy un extremista, ni un beato, ni un maniqueo. Eso significa que tengo un compromiso, crítico evidentemente, lo cual representa estar siempre fuera, asumir la soledad, el ser criticado, el no pertenecer a nada.
P.: ¿Se podría pensar que se siente culpable por haber estado tanto tiempo fuera?
J.D.: Claro, existe en mi ese sentimiento de culpabilidad. Es algo que sé completamente injustificado pero existe, muy por debajo de la razón. Yo no participé en una serie de cosas en las que sí participaron mis contemporáneos y sufrieron mucho por ello mientras yo estaba en el extranjero.
P.: ¿Hay alguna forma de expiar esa culpa?
J.D.: Me imagino que la única manera es escribiendo libros, no sé, no tendría otra forma. Es que soy una persona muy limitada, enormemente limitada. Trato de hacer que un libro no sea una respuesta a determinadas situaciones sino más bien una especie de indagación, de encuesta.
P.: ¿No es demasiado dramático ese proceso de culpa, de redención?
J.D.: Bueno, no son culpas ajenas, la culpa es de la historia pero la gente no reconoce su culpa, su sentimiento de culpa. Yo sé muy bien que se trata de una fantasía de culpa, que no tengo por qué redimirla, pero siento que debo hacerlo.
P.: Al regresar a un Chile que respira trágicamente ¿cómo lo reciben?
J.D.: Muy bien, muy bien. Mis amigos de siempre estaban allí, los busqué y los encontré, se presentarón algunos reproches como los que le hacen al protagonista de "La Desesperanza" pero los chilenos tenemos algo muy bueno y es que tenemos la manga ancha, o sea, nos es fácil perdonar, nunca hemos sido rencorosos.
P.: Volvió transformado, cambiado, ¿volvió como si fuera otro?
J.D.: Bueno, uno siempre está en proceso de cambio, de transformación y todavía lo estoy y el estar en Chile ha ayudado más a ese proceso.
P.: Ese proceso de cambio, de transformación ¿hacia dónde se dirige?
J.D.: Si supiera hacia donde me transformo, no estaría escribiendo novelas.
P.: ¿Sigue creyendo lo que dice uno de sus personajes, que escribir es lo peor que uno puede hacer, fuera de no escribir?
J.D.: Fíjese que en Chile hay un dicho que viene al caso: estar más enredado que un moño de vieja. Siempre he tenido la sensación de que estas cosas no están claras. Si escribo me da la sensación de que me estoy matando día a día, y si no escribo la situación de muerte es absoluta.
P.: Algunos críticos afirman que el lenguaje en "La Desesperanza" es otro, como si hubiera ido a Chile a buscarlo...
J. D.: Bueno, " La Desesperanza" es el viaje y no se trata sólo de vocabulario, hay una entonación, una manera de mirar las cosas, una ironía que definitivamente es nuestra. Más que chilena, de la gente de mi grupo. Es nuestro mundo chiquito, para ser más claro. Tiene un tono de veracidad ese idioma que quienes lo han acusado de elitista, de círculo cerrado han tenido que retractarse.
P.: O sea, que este libro al mismo tiempo que es una recuperación del idioma también se puede considerar la redención de una culpa, por eso es una novela política...
J.D.: No, no, no es una novela política, es más que todo una novela ideológica.
P.: Pero también es una denuncia...
J.D.: Una novela de denuncia tiene que denunciar desde un punto de vista, y por eso tiene una ideología. En ese sentido mi novela no es política, es una novela sobre los efectos de la política, sobre la deformación o las deformaciones que causan en los seres humanos las distintas fases de la política.

Retrato de Chile
Mientras avanza en un taxi hacia la casa donde se topará con el cadáver fresco de Matilde Urrutia, la mujer de Pablo Neruda, el protagonista de la nueva novela de José Donoso, "La Desesperanza", llega a la conclusión sabia de que aún le faltan muchas cosas por aprender, como ésta: que la nostalgia no tiene por qué ser mortuoria sino regocijada, si se vivió el pasado en forma tan completa que nada quedó afuera para deplorar. Ese pensamiento y los rugidos ridículos del único león que tienen los chilenos, alimentan los primeros minutos del regreso de un hombre que se pasó, como el autor del libro, los últimos trece años de su vida en el exilio, convertido en la estrella de ese folclor que mezcla la política con la vagancia y la música, el pelo largo, los collares de cuentas, los jeans sucios y la barba crecida. Es que Mañungo Vera es un canta-autor reconocido internacionalmente, que le ha puesto música a los poemas de Neruda, que fue amigo del escritor y Matilde y ahora regresa con un niño llamado Jean Paul quien no habla castellano y se siente cohibido ante la desfachatez de los chilenos, mientras el padre intenta curarse las heridas que le ha dejado el fracaso conyugal con la madre.

Con este personaje cínico, inseguro, lleno de fantasías sobre el Chile que quiere redescubrir, el Chile que nada tiene que ver con el de su infancia con esta historia que arranca con el velorio de Matilde la misma noche de la llegada del exiliado y culmina con la salida de la cárcel de un activista que nunca descubrió que lo era, Donoso ha logrado la novela que muchos querían escribir: el reencuentro de la nostalgia, la memoria y la pasión con los amigos, los lugares, los muertos, los condenados y los ilusos en un país que siente miedo y sin embargo es capaz de provocar a la dictadura. Vera regresa a Chile, necesita ver el padre, necesita retomar lo que sus canciones y su guitarra le gritaban a todo el mundo en París, Londres, Moscú y otras ciudades donde era considerado un gran artista, un héroe. Regresa y lo primero que se topa es el mismo grupo de amigos, rencorosos, huidizos, mal hablados, desconfiados, rodeando el cadáver tibio de Matilde como una herencia política y cultural que nadie les puede arrebatar. Aparentemente, pues, nada ha cambiado. Los mismos siguen diciendo las mismas palabras. Los odios y los amores son iguales pero Vera, debajo de esa piel cicatrizada palpa los resquemores, la lucha contra el poder absoluto, palpa el descontento y más tarde sabrá hasta donde llegan la represión y la violencia síquica y física. Hay una desesperanza en todo cuanto mira y toca, hay desilusión pero también unas ganas de colocarlo todo patas arriba, mientras el símbolo de Neruda y su mujer sirven de aglutinamiento a quienes peleando por ubicarse mejor entienden que la pequeña cuota para la lucha es indispensable, significativa.

Aquí no está el Donoso desaforado de sus novelas anteriores, hay una moderación, un lenguaje más limpio, más expurgado, más decantado como si el escritor quisiera medir mejor las palabras utilizadas. La violencia, el miedo, el suspenso que se respiran en esta crónica que mezcla personajes reales y ficticios, funcionan mejor con este nuevo estilo que el escritor goza utilizándolo hasta el fondo.