Home

Cultura

Artículo

"ESCRIBIR REQUIERE GRAN TERQUEDAD"

MARIO VARGAS LLOSA: ENTREVISTA

MARIO VARGAS LLOSA
15 de febrero de 1988

P.: ¿Usted siempre está metido en conflictos de carizma político. ¿Utiliza la tribuna de su prestigio literario para hacer política?
M. V.LL.: Creo que, en general, soy persona que contemporizo, salvo cuando me tocan cosas muy profundas, como puede ser mi vocación de escritor o mi país.
P.: Mucha gente ve en usted a un escritor acomodado en el triunfo, un intelectual más inclinado a apoyar las causas conseradoras que las progresistas. . .
M. V.LL.: Cuando era joven me dediqué a jugar la clásica estrategia izquierdista para tener la fiesta en paz que es lo que suelen hacer los intelectuales supuestamente progresistas de Latinoamérica. Lo cierto es que yo rompí con estos estereotipos a raíz del "caso Padilla". Eso fue la gota que rebasó el vaso de una gran decepción que yo iba experimentando desde hacía tiempo frente al socialismo de tipo Soviético .
P.: ¿ Y por qué precisamente el "caso Padilla"?
M. V.LL.: Pues porque yo conocía a Heberto Padilla y no podía ser agente de la CIA. Cuando le metieron preso y él hizo esa autocrítica vergonzosa en la que acusaba a sus mejores amigos, a los que yo conocía muy bien, de ser agentes dé la CIA, me dí cuenta de que se trataba de una patraña tremenda. Fue entonces cuando rompí con Cuba. A raíz de eso he sido atacado sistemáticamente por ciertos intelectuales de izquierda que me reprochan el no aceptar su estrategia.
P.: Uno de esos intelectuales que no comulga con usted es Gabriel García Márquez. ¿Es cierto que, en cierta ocasión, usted y él se pelearon físicamente y que usted la emprendió a cabezasos con él, utilizando una forma clásica de lucha en Perú?
M. V.LL.:¡Ja, ja, ja, eso pertenece a la mitología! Durante mucho tiempo, Gabriel García Márquez y yo fuímos muy amigos, pero luego nos distanciamos. Pero mi distanciamiento con García Márquez no obedece a razones políticas, porque estoy precisamente en contra de hacer de la coincidencia política una condición de la amistad.
Mi distanciamiento de García Márquez obedece fundamentalmente a razones personales que no son publicables .
P.: Usted tiene la apariencia de persona contenida y equilibrada, pero se diría que, al mismo tiempo, puede ser bastante descontrolado e incluso violento. ..
M. V.LL.: Se dice que los peruanos somos gente tranquila a la que, en algún momento del día o de la noche o de la vida, nos ataca una especie de frenesí violento, que nosotros llamamos "las nevadas". "Las nevadas" son esos fondos oscuros y tortuosos, esos impulsos de violencia y de exceso que forman parte del ser humano. Dado que eso es así y que sería una estupidez negarlo, lo importante es canalizarlo hacia actividades que sean inocuas para los demás y para uno mismo.
P.:¿Cómo canaliza usted esos trasfondos oscuros?
M. V.LL.: En mi caso, la utopía personal la canalizo a través de la literatura. Pero cuando se proyectan en utopias políticas, eso se traduce inevitablemente en grandes cataclismos, en asesinatos, genocidios y todo tipo de monstruosidades.
P.: Habla usted como el clásico "señorito" que ha triunfado en la vida y en su utopía personal y literaria. ¿Cree usted que eso está al alcance de la inmensa mayoría de los peruanos o latinoamericanos?
M. V.LL.: Lo cierto es que, mientras los intelectuales siguen embarcados en la utopía en América Latina, los pobres son los que, precisamente, están empujando por una solución no utópica, sino democrática. Cuando yo me enfrento a la nacionalización de la Banca en el Perú, implantada por Alan García, son precisamente los pobres y los trabajadores los que se levantan -ante mi sorpresa- contra la idea de que el gobierno administre las finanzas del país, porque intuyen o saben que ese montaje produce indefectiblemente grandes secuelas de corrupción.
P.: Entre otras cosas, se dice que usted se enfrentó a la nacionalización de la Banca en el Perú porque su familia tiene grandes intereses financieros en la Banca Internacional.
M. V.LL.: Eso es una calumnia. Mi familia no tiene ningún interés en la Banca ni dentro ni fuera del Perú. Mi familia no es que sea insolvente pero hace ya bastante rato que no vive en la opulencia.
P.: ¿Y por qué se rebeló usted tanto frente a la propuesta de nacionalización bancaria?
M. V.LL.: ¿Quieres decir que qué tenía yo que ganar con eso? Te lo diré: Al día siguiente de publicar mi artículo y el primer manifiesto en contra de esa decisión, yo y mi familia empezamos a recibir amenazas de muerte las 24 horas del día.
P.: ¿Quién los amenazaba?
M.V.LL.: Supongo que se trataba de algún funcionario encargado de llamar cada 10 minutos a mi casa. Cuando mi hija de 14 años levantaba el teléfono, le explicaban cómo le iban a cortar la cabeza y otro tipo de cosas que le iban a cortar a su papá. Recibí montones de cartas con papeles manchados de sangre. Una gran parte de los periódicos peruanos se lanzaron como hienas contra nosotros. Los "apristas" fueron los que mandaron mensajeros a Bolivia para conseguir que la tía Julia, mi ex mujer, se trasladara a Lima para despotricar contra mí. Un rufián del periodismo peruano instaló una oficina en el hotel Crillon, de Lima, desde donde contrató a intelectuales, de esos progresistas que me odian, y fueron muy bien pagados para que montaran campañas contra mí. Los periódicos denominaron a esa oficina "la oficina del odio". Hubo campañas costosísimas, respaldadas por agencias de publicidad, que se dedicaron a insultarme en la Prensa y en spots que se pasaban cada 7 minutos en las 8 televisiones que hay en Perú. Tuvimos que recurrir a salir a la calle con proteccion. Ha sido un auténtico infierno.
P.: ¿No imaginaba ese tipo de reacción?
M. V.LL.: No, pero ha resultado una lección de lo que es mi país. En una sociedad así no se cotejan ideas o argumentos, sino que el debate adquiere inmediatamente una gran virulencia y se convierte en pura brutalidad.
P.: Usted, como la mayoría de los latinoamericanos ilustrados, pasó la clásica temporada en París. Bryce Echenique, un compatriota suyo, relata su experiencia parisiense en una novela titulada "La vida exagerada de Martín Romaña". ¿Fue tan exagerada su vida en París como la del protagonista de esta novela?
M. V.LL.: No, yo jamás hice ese tipo de vida, una vida que nunca me gustó. Yo llegué a París con la tía Julia, convencido de que me iban a conceder una beca, que después no me concedieron por razones burocráticas. De pronto, Julia y yo nos encontramos allí sin beca y sin dinero para regresar a Perú. Malvivimos un tiempo mientras buscábamos trabajo. Conseguí entrar en la France Presse, donde estaba Ricardo Utrilla y también Juan Tomás de Salas. Juan Luis Cebrián ocupó mi silla de la France Presse cuando me fui a trabajar a la radiotelevisión francesa.
P.: ¿Sabía ya que lo que quería era ser escritor?
M.V.LL.: Creo que siempre quise ser escritor.
P.: ¿Ese convencimiento estaba relacionado con una facilidad para escribir?
M. V.LL.: Nunca he tenido facilidad para escribir . Incluso ahora constituye un enorme esfuerzo y requiere una gran terquedad. Cuando me siento a escribir cada mañana me invade una especie de escalofrío en el estómago. Empiezo en un clima de derrota psicológica. Tengo que rehacer y corregir, forzarme a continuar. Sólo cuando termino el primer borrador cambia un poco la actitud, pero lo paso mal, muy mal. La angustia es tremenda y me invade un miedo casi ontológico.
P.: ¿ Y qué es lo que le impulsa a someterse a ese martirio sistemáticamente?
M. V.LL.: Eso lo enfrento con terquedad. Sé que si persevero y sigo escribiendo -incluso sabiendo que lo que tengo es muy malo- en algún momento aquello cobrará una forma.
P.: Norteamérica fue colonizada por los protestantes -gentes que ponen el acento en la propia responsabilidad frente a lo divino-, mientras que el continente latinoamericano fue pasto del catolicismo, una confesión más dada a poner la salvación humana en manos de Dios. ¿Hasta qué punto ha influído esto en la profunda diferencia que existe entre ambos continentes?
M. V.LL.: ¡Claro! No te olvides tampoco que la colonización norteamericana fue una operación económica. Se van allí para mantener unas formas de vida ortodoxas y puras y, sobre todo, de gentes muy trabajadoras. Son gente que no tiene ninguna utopía, seres fundamentalmente pragmáticos. Todo lo contrario de lo que fue la conquista española.
P.: ¿Como si los colonizadores norteamericanos fueran más ejecutivos y los españoles más caóticos y también más románticos?
M. V.LL.: La política que LLevaron a cabo los conquistadores españoles la puedes llamar romántica, cruel, ingenua e, incluso, vesánica. Pero lo cierto es que nunca fue realista. Los españoles hicieron todo lo que no hay que hacer, que es igualito a lo que seguimos haciendo los latinoamericanos.
P.: ¿Qué es, según usted, lo que no hay que hacer?
M. V.LL.: Lo que no existe en los países latinoamericanos es esa política pragmática, esa política de resignación al mal menor, que es la que ha traído el éxito a los países anglosajones. Y después está esa relación frente al trabajo. Para la España de la conquista trabajar era algo despreciable, una especie de maldición.
P.: Eso tampoco lo inventaron los conquistadores españoles, sino la Biblia...
M. V.LL.: Efectivamente. Pero ese sistema de eludir el trabajo no es el mejor para desarrollar un país. La ética protestante, por el contrario, predica que el trabajo no sólo dignifica, sino que es una de las señales de estar en...
P.: ¿El buen camino?
M. V.LL.: Si. en el buen camino.
P.: Es decir, que usted que es un hombre tremendamente trabajador y, en ese sentido, más pragmático, más frío y más "yanqui" que sus compatriotas latinoamericanos.
M. V.LL.: No crea que soy frío yo. Soy frío en mi manera de trabajar, pero en el resto soy muy representativo de lo que es mi cultura. Quiero decir que soy apasionado y muy susceptible de ser movido por lo irracional.
P.: Pues da usted la impresión de disimularlo muy bien...
M. V.LL.: Lo combato mucho, salvo cuando escribo. Cuando escribo abro las compuertas, trato de que los demonios salgan y hagan de las suyas. En mi vida diaria soy muy ordenado. Soy más apocalíptico cuando escribo que cuando vivo.
P.: ¿Es usted una persona enamoradiza?
M. V.LL.: He sido muy enamoradizo, pero ahora ya no tengo tiempo.
La verdad es que no tengo tiempo para vivir aventuras emocionales o eróticas.
P.: ¿Se le ha cerrado a usted el cupo para la aventura?
M. V.LL.: No sé, no es exactamente eso. Pero tengo la impresión de que la gran pasión, la pasión formidable y perturbadora ya no me va fuera de la literatura o fuera de la imaginación.
P.: ¿Fue pertubadora la muerte de su padre?
M. V.LL.: La recuerdo perfectamente. Mi padre y yo estábamos distanciados, para variar habíamos conseguido llevar la fiesta en paz durante muchos años. A raíz de la publicación de mi novela "La tía Julia y el escribidor", mi padre me escribió una carta muy insultante a la que yo no contesté. Desde entonces él vivía en Los Angeles.
P.: ¿Cómo se enteró de su muerte?
M. V.LL.: En un momento dado mi padre regresó a Lima y le dio un ataque al corazón. Se desplomó súbitamente mientras estaba bailando con un grupo de amigos una "marinera", un baile típicamente peruano. Era un hombre que bailaba muy bien y, de pronto, cayó fulminado. Me llamaron por teléfono y, cuando llegué, lo llevamos en una ambulancia, pero murió por el camino.
P.: ¿Tuvo la sensación de haber dejado pendientes cosas fundamentales?
M. V.LL.: ¡Claro, me quedó pendiente el no haber podido arreglar lo que estuvo estropeado de por vida!
Lola Díaz, Cambio 16