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ESCRITORES EN HOLLYWOOD

Muchos grandes de la literatura han tenido que hacer guiones para subsistir.

7 de marzo de 1983

La reina Africana es el título de una película, de una novela y el nombre de un barco. Si C.S. Forester, el novelista, no hubiera existido en la época en que la maravillosa industria cinematográfica de Hollywood y su fábrica de contar mentiras estaba en su apogeo, la mediocre novela que redactara con el nombre del barco y el título de la película, estaría en el más oscuro de los olvidos. Sin embargo la mala literatura siempre fue un buen pretexto para realizar excelentes películas. El caso de Forester es sólo un ejemplo de la gran cantidad de escritores que fueron atrapados, tarde o temprano, por los tentáculos del pulpo del celuloide: Hollywoód.
Los textos podían aparecer con su deficiente calidad literaria, pero la maestría indiscutible de directores como John Huston, Howard Hawks, Alfred Hitchcock, Raoul Walsh o Lloyd Bacon, convertían a las novelas en películas aceptables que reportaban el dinero necesario para que el escritor no muriera de inanición y la industria pudiera seguir inventando sus encantadoras truculencias que atestaban la entrada de los teatros donde las proyectaban.
La lista de escritores va de la más absoluta lucidez al más dudoso talento. Al finalizar, después de incontables dolores, la lectura de La Reina Africana, la pregunta es inevitable: ¿qué podría estar sucediendo en la mente de los productores de Hollywood para que escogieran dentro de sus planes millonarios, textos como el que indirectamente salvaron de las polillas Humphrey Bogart y Katharine Hepburn, un dúo que atraviesa el río Ulanga encima de un desastrado barco para llegar a la posteridad cinematográfica?
Los lenguajes son diferentes. La palabra escrita se convierte, se puede llegar a convertir, por medio de la imagen y la adaptación de los aburridos renglones literarios, por medio de la actuación y la fotografía, por medio de una forma distinta de narración, en un mundo completamente diferente del realizado en la paciente máquina de escribir. Algunos escritores, para no destruir la calidad de los originales, intervenían en las adaptaciones de sus obras al cine, estropeándolas o, para su fortuna, recuperándolas, reescribiéndolas y magnificándolas por medio de la magia del celuloide. Algunos, como William Faulkner, intervenían en las adaptaciones de obras con las cuales no tuvieran nada que ver o a las cuales respetaran demasiado como para permitir que otro sujeto llegara a realizar un trabajo de dudosa calidad. Así, su intervención como guionista sobre la maravilla policíaca que es The Big Sleep de Raymond Chandler, que recibió además un aderezo tan majestuoso como fue la canción "Her tears flowed like wine", llegó a ser tan oportuna que la novela no se desacredita en la película, ni viceversa para quienes la encontraron primero en la pantalla.
El amigo de Gatsby, F. Scott Fitzgerald, tuvo que metérsele a todo para sobrevivir a sus últimos años locos en Hollywood y al enorme océano de alcohol que ingirió antes de su muerte desgraciada. Su testimonio como guionista se encuentra en el volumen de cuentos "Historias de Pat Hobby", retrato de la época de los enormes autos, las piscinas de azulejos en forma romboidal y las mansiones inexpugnables, dentro de las cuales brillaban las luminarias del cine.
Ernest Hemingway también cayó en la redada, pero sin dejarse impresionar completamente por las candilejas que iluminaban al cine. Cobraba por las adaptaciones que de su obra realizaban otros escritores, apareciéndose ocasionalmente a observar las mutaciones que se producían de sus novelas. (Véase la desesperante versión de Por quién doblan las campanas interpretada por un viril galán como Gary Cooper y una enmelocotada novia como Ingrid Bergman, q.p.d.). Pero él no se entrometía en el meticuloso trabajo de transcribir a imágenes la literatura que producía. De una manera u otra, también se convirtió en súbdito parcial de la corte, relativamente medieval, que frecuentaba Hollywood. El dinero era el rey.
Todos acataban órdenes. Al fin y al cabo, bien lo anotó la dramaturga Lillian Hellman: "Los empresarios se jactaban de que William Faulkner, Nathanael West y Aldous Huxley recibían órdenes de ellos. Gatsby y sus ambiciones no eran nada junto a las pretensiones de los magnates de Hollywood; para ellos el amor de una sola Daisy hubiesesido banal: lo que ambicionaban era el poder y una Daisy diferente para cada semana".
El temor de quedarse, en un momento dado, sin nada que decirle a un público que esperaba con ansiedad a las luminarias de la ilusión en la pantalla, llevaba a los magnates como Louis Mayer, Samuel Goldwyn o Harry Cohn a perseguir y capturar historias y personas que las redactaran en un lenguaje visual o, de alguna manera, las inventaran en exclusiva para los estudios. La apabullante inmigración de escritores que recibiera ese país privado que era Hollywood y su danza sofisticada de millones de dólares, no permitió el desarrollo de imaginaciones nulas y escasas en las que abunda tanto el Hollywood actual. Las novelas aparecían en mitad de las vitrinas del mercado editorial y se iniciaban inmediatamente los guiños entre la pantalla y la literatura. "El Halcón Maltés", de Dashiell Hammett, alcanzó dos versiones diferentes antes de la muy célebre película de serie negra que interpretaran Bogart, Peter Lorre, Sydney Greenstreet y la hermosa y diabólica Mary Astor; "Por quién doblan las campanas" atraía al público porque antes de que apareciera el nombre de Gary Cooper y la Bergman, estaban las barbas del maestro Hemingway; los atractivos especiales de las malas películas eran los buenos libros que las respaldaban (La Guerra y la Paz, de King Vidor, en la que cualquier soldado ruso puede tranquilamente aparecer mascando chicle y la ambientación de la película no lo hace notar) o por el contrario, el atractivo especial de las buenas películas que redimían la mala literatura era el grandioso favor que otorgaban al público evitándole la lectura de pésimas novelas, tormento aliviado por un téte a téte desde la oscuridad de una butaca con los intérpretes de la pantalla.
De alguna manera, en las residencias de Beverly Hills debían seguir chapaleando en sus piscinas de azules mosaicos, las estrellas de la pantalla, los directores, los productores, todos los chismes del mundo del cine, pero sobre todo, también debían seguir permaneciendo quienes inventaran las historias que involucraban a todos estos personajes, siempre y cuando fueran todavía de alguna utilidad. La industria desechaba los estorbos con un descaro que aportaba millones al cinismo de los magnates cinematográficos. De lo contrario, ¿cuál era el pago? Se iniciaba en el trampolín de la piscina un salto mortal directo a la miseria. Lo que en realidad perduraba era el orgullo desaforado de los dueños de la fantasía, de quienes determinaban quiénes podían permanecer un tiempo más en el firmamento de Hollywood. Los guionistas y adaptadores de obras al cine, obviamente debían sufrir la cuota de funcionalidad que a todos se les exigía en los estudios; de lo contrario, la ruina estaba a la vuelta de la esquina. El papel de los escritores en Hollywood sería resumido por Pat Hobby:
"--Los autores aquí-dijo Pat, comprensivo-- no tienen nada que hacer. ¡No debería venir ninguno!
--¿ Y quién escribiría los argumentos y las historias?
--Pues, alguien. Alguien que no fuera un autor confesó Pat--. Ellos no quieren autores. Toleran a muy pocos. Y yo soy uno de ellos claro está...!"
El lujo monetario del mundo de Hollywood descansaba entonces, de alguna manera, sobre la terrible posibilidad de alcanzar una miseria que lindaba paralelamente y sin ninguna desventaja, con la opulencia. Pat Hobby es despedido y debe retornar a la misma miseria en la que muriera Scott Fitzgerald anímicamente, anhelando desesperadamente "conseguir maravillosos sueños embotellados" en cualquier café aledaño a Hollywood y a la jungla de sus estudios.--
Rafael Parra Grondona