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| Foto: Esteban Vega

CRÓNICA

Estéreo Picnic 2017 - Día 3: la euforia y la nostalgia

En el cierre los sonidos autóctonos dieron paso al rap electrizante de Wiz Khalifa y a pesados de la electrónica actual. Desde lo artístico, el FEP fue un rotundo éxito de principio a fin.

Alejandro Pérez
26 de marzo de 2017

Escoger un favorito entre los tres días del Estéreo Picnic 2017 resulta imposible. La tercera jornada (final, final, no va más) respondió al reto de las dos anteriores, un misión complicada que asumió con un arsenal de electrónica de actualidad -y convocatoria- como Martin Garrix y Deadmau5, actos de culto y presente como Richie Hawtin y Gus Gus, y gratamente profundas sorpresas latinoamericanas.

La experiencia despegó precisamente con color caribe, amazónico, andino. La tripulación sonora reclutó primero en Colombia. Presentó champeta bazurtiana estelar, una ‘momposina’ eterna en vida y el Canalón que se abre paso desde Timbiquí, con Nidia Góngora al comando. El cielo mostró sus grises dientes desde temprano. La gente, advertida, respondió con paraguas, plástico y abrigos. Llegó en buses, en trenes, en vans. Aligeró el tráfico de llegada. Funcionó el plan. A la fanaticada fiel de Bazurto All Stars y de Totó la Momposina hay que agradecerle. Capoteó un fuerte temporal y, desde esa afrenta valiente, ‘knockeó’ al clima, que apareció solo por chispazos y no hizo mella en el espectáculo.

El recorrido viró al sur, escuchó a Ecuador -Mateo Kingman- y Argentina -Chancha Via Circuito-. El amazónico Kingman lidera su conjunto, una banda de tintes únicos, así como su batería, con una tambora integrada. Chancha vía Circuito, con una figura automáticamente entrañable que disparaba las canciones y comandaba y, otra, dueña indetenible de las percusiones, logró una magia a la que Quantic -entre gustos no hay disgustos- no se acerca. Los argentinos y los ecuatorianos hicieron genuinos y actuales los sonidos de la tierra. Quantic, una propuesta de varias fases, que partió con una enfocada en la música del Pacífico, con tremendos músicos, no pareció más que embotellarlos.

Los latinoamericanos sorprendieron y se complementaron. Hablaron un mismo idioma con jerga diferente. Fusionaron lo visual y atmosférico con trasfondos electrónicos, cóndores, ruanas y montañas bolivianas, el río Amazonas, cantos indígenas, tiempos espirituales y gozo. Punto para la curaduría musical que así afirma que vale la pena confiar a ojo cerrado en sus escogencias.

Los argentinos de Chancha Via Circuito embrujando a su público. (Video de celular: Alejandro Pérez).

Entre las 7:30 y las 11 de la noche (no hubo retrasos considerables) el vasto escenario Tigo acogió dos conciertos importantes. Sublime With Rome y Wiz Khalifa. Los primeros probaron su valor y dieron a conocer quién era este bendito ‘Rome’ que los sacó del exilio forzado por la muerte de su exlíder. Rome Ramírez fue el gordo sexy del festival. Se valió por sus méritos e hizo honor a las letras, voz, y entrega de Brad Nowell y aleccionó en rasgado de guitarra ska. Y claro, empalmó perfectamente con el metrónomo-batería que satisfacía cada vez que subía a golpear sus platillos crash después de una bajada. También con un señor bajista que navegó notas profundas y saltados juguetones como en Wrong Way. El factor DJ merece mención pues con sus aportes y sus scratches sumó capas que magnificaron en vivo este particular ska de Los Ángeles. “Love is what I got”.

Arriba - La presencia de Wiz Khalifa. Abajo - De Los Ángeles, Sublime with Rome. (Fotografías: Esteban Vega / SEMANA).

Wiz Khalifa, fresquito de una polémica tras un Escobar-Tour en Medellín, que claramente le tiene sin cuidado como debe ser, impartió una dominante carga de rap-espectáculo. Con su DJ, sin su DJ, el joven morocho de tatuajes y cadenas de oro respaldó la pinta con talento. Su presencia en escena, sus miradas quietas, su destreza en disparar y modular su tempo, sus hits populares, sus temas de barriada, su sentido de contagiar al público, involucrarlo, divertirlo y dejarlo apenas tomar dos respiros antes de llenarle la cabeza y oídos otra vez. Su voz de rap, su voz de cantante, su fijación cuasi religiosa con la marihuana. Si alguien ha dudado del rap como género, tiene la obligación de ver una presentación así. Un personaje así hacer lo que sabe hacer.

Y desde ahí todo fue electrónica, de alto vuelo.

Julio Victoria, DJ nacional, y un show visual que habla por sí solo (Fotografía: Esteban Vega / SEMANA).

Gus Gus recibió a un público que apenas trataba de procesar a Khalifa y no sabía a qué atenerse. Los islandeses, en su encarnación de dos piezas, supieron separarse de lo que hasta ahí había sucedido. Crearon su propia exaltación electrónica, mucho más reflexiva, interna, pero no menos fiestera, bailable, cantable. Las impresionantes vocales de Daníel Ágúst Haraldsson son el pico del monte gigantesco que representa las pistas increíbles. Airwaves, Add this Song, los islandeses la rompieron.

Daníel Ágúst Haraldsson, de Gus Gus, maravilló con su voz y liberó con su baile (Fotografía: Esteban Vega / SEMANA).

El festival se despidió con un triple plato electrónico de alta gama. Deadmau5 y Martin Garrix dieron el toque espectacular desde una poderosa maquinaria, visuales impactantes y hits que tenían en vilo al público. Richie Hawtin navegó una zona movida por el flow de su espectáculo, lleno de momentos increíbles pero lejos de picos reconocibles, lo cual no tiene nada de malo. Eso sí, hizo sentir su muy muy reconocible mixer, con el que metralla el alma bailarina y tuerce hombros a voluntad.

No es Mickey, no es Automan, es DEADMAU5 (Fotografía: Esteban Vega / SEMANA).

La impresión general es que en esta edición mucha gente descubrió actos que la engancharon, y que los artistas que impulsaron la venta de boletería (los headliners) entregaron lo prometido: primer nivel. El circo itinerante de bandas que año a año pasa por Colombia volverá, esperemos, en 2018. En Marzo del año que viene también viene Depeche Mode. Para el amante de la música en general, bien vale ahorrar desde ya para ambos eventos.

Richie Hawtin, histórico de la electrónica, desató su onda progresiva (Fotografía: Esteban Vega / SEMANA).

Como mínimo 50.000 personas asistieron a tres días de música, baile, ‘trago’, conquista, amistad. Cada una se lleva su impresión, ‘cada cual habla de la fiesta según cómo le fue’.

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Martin Garrix, en plena comunión (Fotografía: Esteban Vega / SEMANA).


Consideraciones positivas*

Lógica logística. Definitivamente, la llegada mejoró con respecto a los años anteriores. Aunque los trancones son inevitables, esta vez las filas interminables de carros no empezaban en la Autopista con 170 y el tráfico fluyó con más facilidad. Llegar en SITP no fue un imposible, incluso, una muy buena opción. El plan de llegadas parece haber funcionado bien, ahora habrá que afinar el de salidas, y la operación se habrá anotado un gran punto.

Por algo será. En los últimos dos o tres años no era raro encontrar visitantes extranjeros, y en esta edición parecen haberse multiplicado. Brasileros, guatemaltecos, salvadoreños, británicos y estadounidenses vinieron a disfrutar del festival, en el que ya reconocen una institución en la región. Barranquilla y otras ciudades tienen su Carnaval, Bogotá cuenta con eventos de primer nivel, y el Picnic, uno de estos, merece reconocimiento por ser referencia en la región.

Consideraciones medianas*

Buenas intenciones, raros resultados. Soldado avisado no muere en guerra: el barro hace parte de la experiencia y muchos han aprendido que hay que llevar zapatos altos, botas pantaneras o bolsas plásticas para envolver los pies. De parte de la organización se debe tener cuidado con los remedios improvisados. Ubicaron tablones encima de algunos barriales, pero estos que terminaban siendo más resbaladizas que el mismo barro, o quebrándose, y generando más caídas. ‘A veces el remedio resulta peor que la enfermedad’, dicen las abuelas.

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¿Agüita para mi gente? Ya había sucedido en ediciones anteriores. El agua se acabó en las últimas horas de festival. Esto no puede ni debe suceder.

So’so’Sonido. Para algunas bandas el sonido parece perfecto de principio a fin, para otras, hay mareas que solucionar. A algunos asistentes les pareció que las guitarras en The Strokes estaban muy altas, y no la voz. Y esto pasa con actos internacionales, Árbol de Ojos también tuvo que bandear contratiempos. Nadie quiere que suceda, hay profesionales detrás de ello… pero a una u otra banda, grande o chica, le puede pasar.

Incapacidad o indiferencia

I - ¿La policía te ayuda? Alexandra Echeverry tiene 24 años, casi pierde la vida en un accidente hace dos años y, tras múltiples operaciones complicadas, logró volver a caminar. Fue a vivir el Picnic con ayuda de su combo y de su muleta. Cuando le preguntó a un agente de policía (sentado junto a cuatro motos estacionadas), a la salida, si podía hacerle el gran favor de acercarla a la avenida séptima, el agente respondió de forma displicente y alcanzó a dispararle un atrevido “¿Para qué viene?”. No ayudar por no desobedecer una orden directa puede ser comprensible, muy discutible en una fuerza de la ley que debería proteger y ayudar, pero comprensible. Por el contrario, el irrespeto por parte de las fuerzas de la ley hacia la población, especialmente si es vulnerable, es absolutamente inaceptable.

II - ¿La organización te ayuda? Alexandra entró a disfrutar del concierto de Martin Garrix en la zona de discapacitados. Allí, un supervisor le hizo la vida imposible porque no se quería sentar (no tapaba a nadie). Incluso le prohibió bailar, con la amenaza de buscar a la policía para expulsarla del sector (todo el resto de personas en la zona bailaban). Los mensajes a la población discapacitada en Colombia siguen siendo contradictorios, aunque existe una mínima posibilidad de que ese supervisor de zona sea un doctor capaz de evaluar y rechazar niveles de discapacidad.

Con la colaboración de José Vicente Guzmán*