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FANTASMAS DE LA OPERA

En sus 100 años, el Teatro Colón de Bogotá ha recibido a las mayores figuras de la música que han visitado al país.

26 de octubre de 1992


DICEN, QUIENES HAN PASADO NOches en vela en su interior, logrando los últimos toques de un montaje, que el Teatro Colón también tiene su fantasma. No se escuchan acordes de guitarra clásica, ni ecos de cantos lejanos, como para pensar que en este escenario habita el alma en pena de algún músico centenario en espera de su debut. Los que más saben de la historia secreta de este recinto dicen que quien recorre paso a paso los camerinos cada noche debe ser don Bruno Maldonado, antiguo dueño del lote donde hoy se levanta el Colón, quien amasó durante toda su vida el sueño de que en su propiedad se construyera un fastuoso coliseo que llevaria su nombre.
Amparado en un decreto de 1885, que consignaba como prioritaria necesidad de dotar a Bogotá de "espectaculos teatrales regulares y baratos", el presidente Rafael Núñez tomó la decisión de convertir en un templo de la música y de las artes lo que ya se anunciaba como el Coliseo Maldonado. Para la construcción del teatro se contrató al arquitecto italiano Pietro Cantini, quien había venido a Colombia en 1880 para ponerse al frente de la edificación del Capitolio Nacional. Cantini, reconocido por su refinado gusto, olvido aquello de "espectaculos baratos", y diseñó un fastuoso escenario que requería un área varias veces superior a la que se le había destinado. Su obstinación llevó al Gobierno a expropiar algunos de los predios adyacentes al lote de Maldonado, incluyendo el terreno del poeta Rafael Pombo.
La primera piedra de la construcción fue puesta el 5 de octubre de 1885, y el proyecto se bautizó como "Teatro Nacional". Cantini, que ya contaba con el poyo de la alta sociedad capitalina, no tuvo reparo alguno en exigir los, mejores materiales para su obra. Así, por ejemplo, compró a través del Consulado de Colombia en París las 4.000 tejas y los 100 metros de caballete de plomo que cubren el edificio, encargó de Marsella el mármol para las zonas de acceso, y escogió personalmente en las selvas del Caquetá la madera que le dio forma asu diseño. El plafond que según algunos representa seis de las nueve musas, y según otros simboliza los seis artes le fue encomendado al también italiano Filipo Mastellari.
Las obras del Teatro Nacional marchaban a buen ritmo, pero la cercanía del IV centenario del descubrimiento de America obligó a sus ejecutores a apresurar la construcción, pues el Gobierno decidió que este proyecto caía como anillo al dedo para rendirle un homenaje al almirante Colón. El escenario pasó entonces a llamarse Teatro Cristobal Colón, y se determinó que la obra debía ser entregada el 12 de octubre de 1892. El edificio se inauguró, efectivamente, en la fecha prevista pero lo cierto es que la construcción sólo pudo concluirse tres años después.
Curiosamente, y tal vez por el afán de entregar la obra antes del tiempo justo, el Colón debió ser restaurado antes de ser cabalmente terminado. Apenas un mes después de la velada inaugural, el italiano Giorgio Toffaloni fue contratado para reparar la tramoya.
Así lo que comenzó como un proyecto con todos los vientos a su favor, terminó con desencantos y peleas.
Cantini, que durante los últimos meses de su trabajo no devengó sueldo alguno, ni siquiera fue invitado a la inauguración. El italiano terminó en las peores relaciones con el Gobierno, entre otras razones porque se contrataron obras que no contaban con su aprobación. El foyer, por ejemplo, no sólo no es obra de Cantini, sino que, según él, "se le encargó a dos italianos intrigantes que se decían arquitectos pero que en realidad no lo eran".
Al final, los malentendidos se convirtieron en rumores, y algunos de estos se convirtieron en ficción. Se llegó a decir, por ejemplo y se trata de una leyenda que aún muchos creen, que el telón de boca que actualmente se exhibe llegó por error a Bogotá, pues en realidad estaba contratado para el Colón de Buenos Aires.
Resulta inadmisible esta teoría, si se tiene en cuenta para no ir más lejos que el escenario bonaerense prácticamente dobla al bogotano. La verdad es otra: el gobierno envió a Italia cuatro funcionarios en misión diplomática, para que le comunicaran al pintor florentino Annibale Gatti, previamente contactado por Cantini, los deseos del presidente de que el enorme lienzo representara personajes de óperas famosas. Con las indicaciones de la "comisión", Gatti hizo el primer boceto, que de inmediato fue remitido a Bogotá. Núñez lo encontró irrespetuoso y del peor gusto: Gatti había pintado en los extremos de la tela a un grupo de campesinos que admiraban la escena central. Finalmente, los campesinos tuvieron que ser reemplazados por figuras "más elegantes y decorativas".
De cualquier manera, superados los contratiempos de sus inicios, el Colón se abrió para lo más granado de las artes escénicas en octubre de 1895, cuando la Compañía de Opera Italiana presentó el Hernani de Giuseppe Verdi. No hay duda de que, a partir de ese momento, todas las grandes figuras de este campo que actuaron en Bogotá hasta los años 60, pasaron por el Colón.
En un recuento formal, habría que decir que la lista la encabeza la Compañía de Teatro de María Guerrero, que generó en su momento todo un suceso cultural en el país. En el campo del ballet el listado abriría con el Colonell Basil, y estaría seguido por estrellas de la talla de Alexandra Danilova, Oleg Tupin, Tamara Tumanova, Alicia Alonso y Susan Jaffe.
No obstante, ha sido la ópera el genero que más glorias le ha dado al escenario capitalino. Las mas grandes compañías italianas de ópera,y las españolas de zarzuela, además de divos legendarios como Tita Ruffo, Lauritz Melchior y Marian Anderson, han estado allí.
También se han hecho presentes directores compositores del prestigio de Leonard Bernstein, Aram Kachaturiam y Aaron Copland; pianistas como Alfred Brendel, Claudio Arrau, Arthur Rubinstein; el arpista Nicanor Zabaleta, el guitarrista Andrés Segovia y el violinista Jascha Heifetz, entre muchos otros.
En efecto, hasta la decada del 60 era habitual que el escenario construido por Pietro Cantini fuera visitado por carteles de renombre.
Pero a partir de ese momento las grandes estrellas y los grandes espectáculos se hicieron cada vez menos frecuentes. No obstante, durante 10 años de 1977 a 1986 la ópera vivió, con el apoyo de Colcultura, un momento de gran apogeo, con la presencia de grandes personajes internacionales, como Michael Hampe, Reinhard Heinrich, Willy Decker y Jan Slubach, y con el lanzamiento de cantantes colombianos que hoy hacen carrera en el exterior, como la mezzosoprano Martha Senn.
Ahora, la Fundación Camarín del Carmen se empeña en recuperar una vez más el gran espectáculo. De hecho, lo más destacado de la celebración de los 100 años del Colón a visita de la diva Katia Ricciarelli corre por cuenta de esta entidad. De otro lado, el centenario será celebrado con una presentación de la Orquesta Sinfónica de Colombia, que estrenará las obras de cuatro compositores colombianos contemporaneos, comisionadas para la fecha. No es que este evento no resulte de interés para el público bogotano, pero evidentemente se queda corto si se tiene en cuenta el significado que para el país ha tenido el Teatro Colón, desde la incompleta inauguración del IV centenario del descubrimiento, que ameritaría algo más que un concierto... lo lógico era una temporada que hubiera cubierto todo el año que ya va llegando a su final.