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Flores de otro mundo

Un encuentro de solteros y solteras en un pueblo español da inicio a todo tipo de historias.

Juan Manuel Pombo A.
1 de mayo de 2000

La Real Academia dice que la expresión “ancha es Castilla” se utiliza cuando “uno se alienta a sí mismo o anima a otros para obrar libre y desembarazadamente”. Sin embargo, después de ver Flores de otro mundo, la frase queda dando tumbos dentro del cráneo como un sonajero que nos hipnotizara con la ambigua y desolada esperanza que suele suscitar el sueño de una vida mejor, ya sea ésta en el exilio o en un dorado y remoto paraje lejos del mundanal ruido. Ambos lugares son propicios para el desengaño.

Un bus lleno de mujeres de toda edad y condición llega a Santa Eulalia, un pueblo perdido en lo que bien puede ser Castilla, para asistir a un encuentro de solteros y, los pocos hombres que allí quedan, algunos ya pintados de canas, ponen su pueblo y sus vidas a disposición de las mujeres recién llegadas. La verbena tiene (de nuevo) ese encanto de lo pintoresco que grita a voces tener cautela con lo que en principio parece la sal de la tierra porque bien puede ser oropel. Del encuentro surgen tres relaciones más o menos fallidas: Carmelo y Milady (Marilín Torres), una cubana de rancia estirpe marina y caribeña cuyo sol va menguando poco a poco en esos yermos; Damián y Patricia (Lissete Mejía), una dominicana dispuesta a echar allí sus raíces contra viento y marea pero perseguida por su pasado encarnado en su primer marido; Alfonso y Marirrosi (Elena Irureta), el único caso en el que ambos son españoles, que se quieren pero no están dispuestos a dejar atrás lo suyo y comenzar de nuevo.

En pocas palabras, se trata de una película de Iciar Bollain con el corazón puesto en donde corresponde y eso evita que el filme ruede por los barrancos del sentimentalismo o del fervor tercermundista. Con todo, igual deja un sabor entre triste y dulce para nada fácil de paladear, quizá porque se parece demasiado a la realidad pero también gracias a algunas fallas de producción (el sonido, por ejemplo) y un cierto amateurismo en la actuación que a veces traiciona a las dos actrices latinoamericanas en particular.