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Pablo R. Arango es profesor de filosofía de la Universidad de Caldas. | Foto: Cortesía el Tiempo

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Fondo blanco

Cuatro historias de grandes borrachos ‘grecocaldenses’ que buscan develar un comportamiento colectivo.

18 de junio de 2016

Pablo R. Arango
Grandes borrachos colombianos
Libros Malpensante, 2016
86 páginas

Comencé mi vida de borracho a los 13 años”, dice Pablo Arango, presentando sus credenciales, al comienzo de este libro. No se anda con rodeos este profesor de filosofía de la Universidad de Caldas. Al pan, pan, y al aguardiente por los cachos: “En cada pueblo de Caldas hay poetas, academias de historia, jurisconsultos, pendejos que citamos a Platón para pedir media de aguardiente o hablar de borracheras”. Sin eufemismos, sin pretensiones, con honestidad, compasión, ironía y gran sentido del humor, nos contará cuatro historias de borrachos entre las cuales, obviamente, incluirá la suya. Grandes borrachos, no por ser figuras destacadas o excéntricas –más bien se trata de seres minúsculos y entrañables–, sino porque al hablar de ellos es posible develar un ethos colectivo, la cultura del Eje Cafetero: “Nosotros, en cambio, ignorantes, perdidos y avergonzados de lo que somos, siempre bebemos hasta la inconsciencia, no para estimular el pensamiento sino para suprimirlo”.

En la primera historia, Arango habla de sí mismo, de su relación con el trago. Aunque, un poco pudoroso, prefiere hablar de otros, de sus compañeros, de sus profesores, de su padre. Anécdotas de cantina, en Manzanares, y en el pueblo vecino, Pensilvania. “El coordinador de disciplina y profesor de trigonometría se sentaba todos los días en una mesa de El Gran Bar, en una esquina de la plaza principal, más o menos a las seis de la tarde, y caía religiosamente al andén de la entrada una vez llegadas la once de la noche”. El profesor de matemáticas –que sabía más de caballos que de números- no se le quedaba atrás. Tampoco el alcalde, elegido por borrachos, que en su bar favorito incumplía la restricción de horarios para beber y ante el reclamo de los otros bares, adoptó una decisión salomónica: “¡De ahora en adelante me emborracho todos los días en una cantina distinta!”.

Donde hay borrachos, hay abstemios. La cultura ‘grecocaldense’, oscila entre el conservadurismo y la rebeldía. Para la muestra, el padre de Arango, un juez de instrucción criminal, que nunca entendió cómo su hijo podía beber de esa manera desenfrenada. Tal vez, son las dos caras de una misma moneda: “Los abstemios eran la lucidez que no tuvimos, y nosotros el estallido de oscuridad que toda vida necesita”. Un destino asumido con poca culpa y recordado –hasta donde las lagunas del trago lo permiten– con mucha felicidad: a los 14 años Arango descubrió a las mujeres que se comportaban tan mal como los hombres, las prostitutas de Casa Roña, y allí a Yenny -nombre artístico-, quien le enseñó la topografía del cuerpo femenino y lo salvó oportunamente del botellazo certero y del furor homicida.

Sabrosas y divertidas anécdotas que Arango hila muy bien con hondas reflexiones: “Primero el sacudón los ramalazos del trago y la lujuria justo cuando uno se abre paso en la vida, luego el caos y la confusión y, finalmente, la quietud cansina de quien creyó descubrir el secreto fundamental de la vida, a saber: que no había ningún secreto y que no era necesario que lo hubiera”.

La segunda historia es sobre Jorge Iván Cruz, colega de Arango, en la filosofía y en el alcohol. Y un pensador sin obra, como muchos de la antigüedad, que hizo de la filosofía una forma de vivir y no una competencia académica, con publicaciones industriales, pomposas e inútiles. La tercera es sobre Óscar Castro, un ajedrecista genial, que nunca quiso convertirse en gran maestro y desdeñó el dinero y cualquier otra cosa que lo distrajera del tablero y la botella. Y cierra esa breve lista de borrachos emblemáticos Luis Ángel Ramírez, mejor conocido como el Caballero Gaucho, quien encarna la paradoja de haber sido un ebanista exitoso, abstemio, longevo, de vida familiar e irreprochable y que sin embargo compuso y cantó miles de canciones guasca y carrilera, que se oyen todavía en todos los bares y cantinas del Eje Cafetero y siguen alimentando la pasión aguardentera: “No bebas, que no vale la pena / las copas no ayudan a olvidar. / Amigo, no bebas demasiado…”.