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Globalizadores y globalizados

El ex presidente Ernesto Samper sintetiza con mucho tino la copiosa bibliografía disponible sobre el tema, cuestiona algunos aspectos de la globalización y propone introducir correctivos.

Luis Fernando Afanador
11 de diciembre de 1980

Otro libro sobre la globalización y nada menos que escrito por el polémico ex presidente Ernesto Samper Pizano: de entrada se impone hacer algunas precisiones para que no se espante el prevenido lector.

Sí, hay que superar los prejuicios: El salto global es una obra interesante y bien escrita. Aunque muchas de las ideas que desarrolla son viejas conocidas -en innumerables foros, en abundante literatura-, gracias al buen uso que hace de ellas y a la forma en que logra sintetizar la copiosa bibliografía que sobre el tema existe, termina haciendo novedosos y enriquecedores planteamientos. Sería equivocado desestimarla de antemano. Desde luego no es fácil: ¿cómo no fruncirse cuando Samper habla de corrupción y de narcotráfico? Y, con la misma actitud atónita con que leemos aquellos libros brillantes que suelen escribir los ex ministros de Hacienda dando soluciones a los problemas económicos, aquí también, por momentos, uno no puede dejar de preguntarse ¿por qué no aplicó las cosas tan inteligentes que dice cuando ejercía su cargo?

Y hay más. Samper no es un investigador, es un político. Resulta inevitable preguntarse: ¿cuál es la segunda intención? ¿Se trata de un reencauche político? Pero esto último ya fue objeto de un artículo de SEMANA. Baste decir, entonces, que dos figuras opuestas políticamente a Samper han reconocido el valor de su libro. Juan Manuel Santos, en El Tiempo: "Me da mucha pena pero en mi casa me enseñaron que lo cortés no quita lo valiente. A pesar de las diferencias que he tenido -y tengo- con el ex presidente Ernesto Samper, debo reconocer que su último libro, 'El salto global'', es un valioso e importante esfuerzo en la búsqueda de un rumbo para América Latina en estos momentos de tanta confusión ideológica". Y Jorge Humberto Botero, ministro de Comercio Exterior, en La República: "Bienvenido Samper al debate político. A algunos servirá de guía; a otros, de inteligente contradictor".

Para Samper, la globalización se inició a comienzos de los años 60, en la época de la distensión nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y se consolidó en los 80, cuando los países occidentales, presionados por la crisis petrolera, abandonaron el modelo proteccionista de posguerra basado en el Estado de bienestar, la concertación del capital, el trabajo y la política sustitutiva de importaciones. No se apareció de golpe y no vino sola: llegó acompañada de la liberalización de los mercados, la desregulación de la vida económica, la transformación de la familia, la informatización por los avances en las comunicaciones, la libre circulación de capitales y nuevas formas de criminalidad y de hacer la guerra.

La globalización es un concepto nada fácil de definir. Por el gran desorden que genera no se la puede catalogar como un proceso. Samper prefiere más bien darle la denominación de "escenario": los hechos que ha desencadenado no obedecen a un libreto, no es algo que vaya para alguna parte de manera clara y definitiva. Incluso, lo mejor para entenderla sería a través de la teoría del caos.

Pero, bien definida o no, se trata de una realidad ineludible -llegó para quedarse un rato largo- que produce grandes efectos en la economía, la sociedad, la cultura y la ciencia que exigen entenderla objetivamente "sin caer en ideologismos globalizantes dogmáticos ni en posturas emocionales antiglobalizadoras". Esta posición es importante resaltarla. Para Samper, la globalización no es ni buena ni mala. Puede ser buena, si amplía los espacios económicos, aumenta la intercomunicación de los agentes sociales y el desarrollo tecnológico. Y mala, si los avances se concentran en unos pocos países, si los costos sociales por asumirla son mayores que sus beneficios económicos y la mayor interconexión que genera se utiliza para imponer patrones culturales selectivos de unos países a otros.

Por desgracia, lo malo es inocultable: sólo 25 países se han beneficiado verdaderamente de las ventajas de la globalización (la cuarta parte de la población mundial ha perdido un 5 por ciento de su patrimonio). La globalización no ha sido global en sus beneficios. Como si de manera injusta hubiera unos países 'globalizadores' y otros 'globalizados'. Además, ha generado sus propias patologías. A través de los mismos canales que ha abierto para acelerar el intercambio veloz, se han filtrado el narcotráfico, la corrupción y el terrorismo. Y la circulación de mercancías no ha sido libre en las dos vías: mientras los productos europeos no quieren ningún tipo de restricciones, a los productos latinoamericanos les han impuesto hasta 172 trabas fitosanitarias, aduaneras y administrativas.

Pero lo dicho: Samper no pretende que se acabe con la globalización sino que se corrijan sus imperfecciones. Por eso propone reglas que reconozcan las profundas diferencias que hoy separan a los actores globales y que se contemplen períodos de transición (América Latina ingresó a la globalización por la puerta de atrás y por la imposición de las economías fuertes de abrir fronteras sin reglas claras que la beneficiaran). También, acuerdos en una nueva agenda global que prevean soluciones concretas a los cuatro grandes desafíos que plantea la globalización: gobernabilidad, equidad, competitividad e identidad cultural; controles a la circulación de capitales, acceso democrático a la tecnología y, frente a la economía global, un orden político global. Al final, invita a los países en vías de desarrollo a tener en cuenta a la China como un modelo acertado de integración globalizadora.

En estos tristes tiempos de escasas ideas políticas, no son malas las banderas que Samper le ofrece al Partido Liberal. Si durante su gobierno no pudo dar el salto social, le queda ahora al menos la oportunidad de realizar el salto global.