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L I B R O S

Historia de amor y de traición

La obra de Tomás Eloy Martínez, ganadora del premio Alfaguara de novela.

Luis Fernando Afanador
20 de mayo de 2002

Tomas Eloy Martinez
El vuelo de la reina Alfaguara, 2002
296 páginas

J. M. Camargo es el director y propietario del periódico El Diario de Buenos Aires. En una sociedad dominada por la corrupción ha logrado convertirse en el terror de presidentes y políticos. Es un hombre temido y poderoso. Sin embargo, desde hace unos días tiene una obsesión que será su talón de Aquiles: Reina Remis, la nueva redactora de cultura.

Reina Remis: nada especial, ninguna belleza. Labios demasiado finos, pechos pequeños, tobillos gruesos y pantorrillas con músculos de futbolista. Si alguien se la cruza en la calle no se le ocurriría detenerse a mirarla. Pero su imagen irradia “una libertad de gata, una indiferencia inconquistable, algo mercurial que la coloca lejos de todo alcance”.

Tal vez por eso él ha alquilado un apartamento cercano al suyo y desde allí la espía a través de un telescopio Bushnell de 67 centímetros montado sobre un trípode. Desde su ventana indiscreta y mientras escucha el cuarteto en Re mayor de César Franck la ve desnudarse lentamente ante el espejo como si fuera una geisha. Ante su imagen el hombre poderoso no es más que “el sombrío satélite de la ventana de enfrente”.

Lo que sigue es previsible. Reina Remis tiene talento y ambición y Camargo —casado y con dos hijas— con lo único que puede seducirla es con el ofrecimiento de una brillante carrera. De su mano Reina se convertirá en la periodista estrella del El Diario y en su primer trabajo importante conseguirá la prueba que andaban buscando para desenmascarar la cortina de humo —una supuesta visión divina— que un asesor del presidente de la República hábilmente se había inventado para ocultar un oscuro negocio de venta de armas.

Las alusiones a hechos recientes son evidentes. El telón de fondo que enriquece a esta novela es una Argentina “enferma hasta los huesos” que se viene abajo, cada vez más miserable y tercermundista. En una escena emblemática, Reina Remis va a La Perla del Once —aquel mítico café donde alguna vez Macedonio Fernández le diera lecciones de metafísica a Jorge Luis Borges— para leer y celebrar la aparición de una de su crónicas, y sólo encuentra mendigos, sillas astrosas, y un capuchino frío. Aunque al final el autor nos advierta que se trata sólo de una obra de ficción, es inevitable hacer comparaciones y quedarnos con las “mentiras verdaderas”. El otro “telón de fondo” es el ejercicio del periodismo y una dura crítica al espectáculo inútil en que termina convirtiéndose: nada cambia y los corruptos impasibles se relevan para continuar su festín. Sus denuncias no pasan de ser una catarsis colectiva.

Pero El vuelo de la reina es ante todo una historia de amor. Y una historia enfermiza y trágica como terminan siéndolo todas aquellas que se construyen de un solo lado: “Fue una equivocación Camargo. Un espejismo. Una mañana me desperté, te vi el par de venas que te cruzan la frente, el pelo encanecido, la barbilla de pavo, y me dije: ¿qué estoy haciendo al lado de este hombre? ¿Qué he hecho de mi vida?”. Reina Remis permanecerá a su lado por una especie de apego, y en el fondo, por temor de su cólera. Hasta que se le atraviesa el amor verdadero, que aparecerá en las circunstancias menos propicias que puedan imaginarse: en la figura de un periodista colombiano y en plena zona de distensión. Lo que sigue —y que desde luego no se puede contar— será la terrible venganza urdida por la soberbia de Camargo.

Quien ama es carente y frágil. Explorar las debilidades y las frustraciones de Camargo, que tienen que ver con su infancia y con su madre, constituye uno de los aciertos de la novela porque lo muestran complejo y contradictorio a este ciudadano Kane porteño. El otro es su técnica y el manejo impecable de la trama. El final ocurre en el capítulo ocho pero el deseo de saber cómo ocurrieron los hechos nos hará llegar interesados hasta la última página. No obstante, hay que decirlo, es inevitable sentir cierta nostalgia de Santa Evita: El vuelo de la reina es muy inferior.