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Improvisación plena

Vacío y realidad’, del saxofonista Antonio Arnedo y el pianista César López, es uno de los discos más osados que se han hecho en Colombia: improvisaciones de 30 y hasta 40 minutos.

Juan Carlos Garay
29 de mayo de 2000

El tema de la improvisación en el jazz es uno de los que despierta más curiosidad y asombro. Los músicos nos aseguran que hay sonidos que surgen de la nada en el momento más inspirado de la interpretación. Pero ¿puede en verdad la música salir de la nada, desarrollarse y morir en un instante? La idea asusta, sobre todo si se le compara con esa imagen del músico metódico que se sienta a componer, tacha, reescribe, ensaya con su instrumento para estar seguro de cómo va a sonar la pieza. Pero, claro, si la música es una especie de lenguaje espiritual, no estaría mal idear un sistema de composición que hiciera a un lado tanto raciocinio para lograr resultados más espontáneos. Y la improvisación en el jazz es precisamente eso: un sistema de composición sobre la marcha. Utilizo la palabra ‘sistema’ para que no se piense que improvisar es tocar desordenadamente. Cuando llegó a mis manos el álbum doble Vacío y realidad me sorprendió por ser el primer disco de improvisación plena que se ha hecho en Colombia: el saxofonista Antonio Arnedo y el pianista César López se pasean por la música sin tocar nada preestablecido, produciendo piezas de 30 y hasta 40 minutos sin interrupción. Le pregunté a César López cómo se desarrolló la grabación y me contó que, antes de tocar, se ponían de acuerdo en la nota inicial. Lo demás iba surgiendo como parte de una ‘comunicación mágica’ entre ellos dos. En la historia del jazz son notables algunos ejemplos discográficos de este sistema de creación. Arnedo y López están familiarizados, desde luego, con los Conciertos en Japón de John Coltrane (1966) y el Concierto de Colonia de Keith Jarrett (1975). El espíritu de sus experimentos no dista mucho de aquellas obras maestras de la improvisación. Pero aparece aquí una primera dificultad: esos discos clásicos no eran grabaciones de cualquier improvisación, sino de los momentos más inspirados de toda una carrera. Difícil decir que lo mismo sucede en Vacío y realidad, un disco que no registra la espontánea creación de sonidos alentada por un público y un ambiente determinados, sino simplemente lo que tocaron estos dos músicos un día cualquiera en un estudio de grabación. La diferencia no sería significativa si no se tratara de improvisaciones absolutas. Pero sucede que, como anotó alguna vez Keith Jarrett, esa disposición del músico para improvisar también lo hace vulnerable a todo lo que suceda a su alrededor. Si su entorno es el de una sala acogedora y un público dispuesto a dejarse llevar, la energía que de allí surge es única y entonces se justifica que estén los micrófonos para registrar un momento irrepetible. Si, en cambio, el único entorno son las cuatro paredes y la asepsia sonora del estudio de grabación, el resultado será apenas afable. La improvisación fue estudiada a fondo por Barry Green, y en su libro The Inner Game of Music concluyó que para improvisar correctamente hay que evitar pensar, poner la mente en blanco y dejar que la música fluya. Los resultados son interesantes la mayoría de las veces; mágicos muy pocas veces. En Vacío y realidad hay instantes mágicos que uno quisiera que se prolongaran. Tal vez en otro momento o en otro lugar estas piezas hubieran sonado mejor o peor, quién sabe: esos son los riesgos que se corren cuando se permite que el azar juegue un papel tan importante en la creación musical. Admiro profundamente a Antonio Arnedo —pienso que es el mejor jazzista colombiano— y me interesa mucho la trayectoria de César López. Su disco a dúo es muy osado y eso quizá sea lo más importante en un medio en el que escasea la osadía. Pero no podía dejar de mencionar las dudas que me asaltan al escuchar este álbum. Dudas sobre el vacío y la realidad.