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INTUICION Y MODERNIDAD

La exposición de Niki de Saint Phalle induce a reflexiones sobre el desarrollo de la escultura.

5 de agosto de 1996

Se ha argüido que la escultura ha gozado de menos favoritismo que la pintura por parte del público y de los estudiosos del arte en razón de que, como una presencia concreta, se presta menos que la pintura para la fantasía y la ilusión. La exposición de Niki de Saint Phalle que tiene lugar en el Museo de Arte Moderno de Bogotá no sólo constituye una brillante contradicción a dicha falacia, sino que brinda una excelente oportunidad para ubicar sus aportes en el contexto de la escultura moderna.Hasta finalizar el siglo XIX lo que se conoció como escultura fue básicamente la estatuaria, razón por la cual uno de los primeros propósitos de los escultores modernos fue alejarse de las formas establecidas de comunicación a través de la figura humana. Los escultores reclamaban para su arte la misma libertad de pensamiento que había comenzado a transformar a la pintura; y si bien no renunciaron por completo a la representación del ser humano, ya para 1910 el cambio en las miras artísticas de las obras tridimensionales era evidente. La escultura comenzó a impregnarse de cultura cotidiana, de sicoanálisis, de antropología, de lo 'primitivo' y, por supuesto, del sueño tecnológico; y aunque el mármol, la madera y el bronce permanecieron entre los materiales utilizados, su empleo se hizo poco ortodoxo al tiempo que los más diversos elementos -desde objetos prefabricados hasta materiales de desecho- adquirieron estatus artístico.La escultura moderna, sin embargo, no habría de seguir una dirección unívoca sino que habría de bifurcarse por lo menos en dos grandes líneas cuyo desarrollo determina la historia de la creatividad tridimensional en este siglo: la escultura que se interna en reflexiones culturales y la escultura que parte de la naturaleza y la sensibilidad.Se ha dicho que la línea que representa la 'estética de la cultura' comenzó con Guitarra (1912) y con Mandolina y Clarinete (1913) de Picasso, obras realizadas en metal de lámina y que responden a reflexiones que la estatuaria no habría podido condensar nunca puesto que se trata de esculturas abiertas, no monolíticas, y de trabajos ensamblados, no esculpidos. La línea de pensamiento que se inaugura con estas obras está basada en sistemas racionales, emplea tecnología y materiales urbanos y hace incesantes referencias a otras disciplinas como la arquitectura, la música y las matemáticas. Dentro de sus premisas han trabajado algunos de los artistas más descollantes del modernismo, entre ellos Malevich, Smith, Caro, Nevelson, Tinguely (compañero de Niki de Saint Phalle) y Negret (quien recientemente comenzó a involucrar en su producción algunos valores de la posición contraria).La otra línea de la escultura moderna, la de la naturaleza, desciende de Gauguin en Tahití y de los tempranos desnudos y cabezas en bronce de Matisse, y en ella se incluyen aquellas obras tocadas por 'lo primitivo', aquellas que encarnan la fascinación surrealista con los juegos y los sueños, y también las que reflejan un interés por los gestos y arquetipos del expresionismo. En esta línea se inserta claramente la obra de Niki de Saint Phalle por su independencia de la academia y de los manifiestos y por asentarse primordialmente en la intuición.Su trabajo constituye un canto a la vida, una infinita valoración de cada segundo y de cada experiencia, apreciados desde un ángulo poético y feliz. Materiales tan diversos como el bronce y el poliéster se unifican a través de signos personales, formas contundentes y colores intensos, conformando un universo alborozado y atractivo en el cual se combinan una refinada originalidad y una frescura infantil.Trabajos suyos como los famosos Tiros (pinturas ejecutadas con disparos sobre bolsas con colores) que se han relacionado con la situación de violencia que se vivió en Francia en los inicios de los años 70, o como los altares con crucifijos, armas y murciélagos que revelan profundas dudas religiosas, son testimonio de que su producción no ignora sistemáticamente la realidad. Pero como bien dice el crítico y museólogo Pontus Hulten, la artista "sabe dar expresión alegre a sus angustias".Se ha especulado sobre las relaciones entre su producción y la obra de Botero, las cuales son mucho menos cercanas de lo que se podría pensar a primera vista. El volumen de la figuras y su carácter alegre y festivo son, desde luego, puntos de contacto. Pero la monumentalidad de la obra de Botero hace gala de cierto carácter crítico, de cierto comentario agridulce sobre los temas que involucra, el cual no es perceptible en la producción más despreocupada y risueña de la escultora francesa.La exposición de Niki de Saint Phalle ofrece la estimulante oportunidad de olvidar por una horas la dura realidad nacional y de dejarse llevar por su irrevocable y contagiosa alegría de vivir.