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Joaquín Cortés: ‘Soul’ con alma flamenca

Con su nuevo espectáculo, que recorre una enorme gama de estilos y estéticas, el bailarín gitano retoma la esencia de su raíz personal.

Emilio Sanmiguel
27 de noviembre de 2000

Cinco años le tomó al bailaor —y también bailarín— Joaquín Cortés recorrer el mundo entero con su espectáculo Pasión gitana. La gira latinoamericana se dio en 1997 cuando visitó Bogotá con una serie de dos exitosas presentaciones en el Palacio de los Deportes, organizadas por el Teatro Nacional. Baste decir que a lo largo de esos cinco años un millón de espectadores del mundo entero aplaudieron la propuesta.

Bien se dice que definir con precisión qué es el flamenco es prácticamente imposible, pues mejor ni intentar definir el flamenco moderno que hace Cortés. Porque es más abierto a todas las influencias y, de paso, se despoja de las españolerías de tarjeta postal aunque, obvio, no renuncia a la esencia misma de lo puramente español.

Eso está latente en Soul, el nuevo espectáculo de Joaquín Cortés, que se presentará en el Palacio de los Deportes el 17 y 18 de noviembre.

Porque si con Pasión gitana Cortés transgredió dogmas flamencos, Soul va más lejos, pues propone un recorrido en el tiempo y en las geografías. El grupo musical que lo acompaña en escena tiene, naturalmente, el coro de cantaores, guitarras y percusionistas pero, además, teclados, flauta, laúd, viola y violín y se permiten tal versatilidad que hasta interpretan fragmentos de cierto tinte mozartiano.

Sobre esta propuesta sonora de Jesús Bola y Diego Carrasco, con arreglos y adaptaciones de Juan Parrilla y él mismo, Joaquín Cortés ha coreografiado esta especie de suite-divertissement en 11 movimientos, que abrirá por Bulerías y cerrará con un Guaguancó. Recorrerá desde ese mundo de atmósfera mozartiana hasta el ritual de la corrida de toros, pero en el espíritu de la fusión a lo largo de un espectáculo que recoge el soul, el gospel y los sones de Cuba.

Lo propio ocurre con lo coreográfico, porque al lado de fragmentos que llegan directamente del tablao flamenco está lo clásico. Por supuesto, se evidencia su formación de bailarín clásico, que le permite realizar proezas en escena que otro sencillamente no podría siquiera meditar, como las series de Doubles Pirouettes, los Tours en l’air o atravesar en segundos el escenario en Grand Jeté; lo propio habría que decir del cuerpo de bailarinas, para el que él ha coreografiado también sobre esta base tan exigente en el mejor espíritu de la fusión.

Y, bueno, no hay que pasar por alto el excelentísimo cuidado del espectáculo mismo, que tiene el vestuario exquisito de Giorgio Armani.

Es precisamente esa suerte de diversos atavismos la que le permite a Joaquín Cortés la realización de un espectáculo tan original y diverso pero que, paradójicamente, va precisamente a la esencia de sus raíces: cordobés, nieto de gitanos, Cortés se formó inicialmente en el seno de la danza flamenca más ortodoxa; a los 14 años ingresó al Ballet Nacional de España y allí trabajó la dura disciplina de la danza clásica y alcanzó rápidamente la categoría de solista de los más conocidos ballets clásicos, románticos y neoclásicos, llegando a actuar al lado de figuras míticas como la rusa Maya Plitseskaya, la francesa Sylvie Gillem y el danés Peter Schauffus como bailarín y coreógrafo. El resto es historia más que divulgada por la prensa: creó su propia compañía en 1992 y con velocidad meteórica se impuso en el mundo entero con su propuesta de modernizar e internacionalizar el flamenco.

Y ese es el secreto de Soul: sencillamente que Cortés recoge lo que le es familiar y le viene de su esencia misma: la danza flamenca y la universalidad de lo clásico; el resto es categoría, gusto, talento, una gran compañía y, sobre todo, mucho trabajo.