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Jorge Luis Borges murió el 14 de junio de 1986 en Ginebra, Suiza. | Foto: Archivo SEMANA.

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¿Borges habría sido un tuitero perverso?

La faceta sagaz de Jorge Luis Borges no es muy conocida. ¿Tendría uno de los escritores más respetados del último siglo la actitud para triunfar en Twitter?

22 de junio de 2015

Los sabios dicen más con menos. Jorge Luis Borges fue un sabio que marcó un hito en la literatura mundial. Por eso se cree ahora, 29 años después de su muerte, que el argentino habría tenido la lucidez y la mordacidad para triunfar en el vertiginoso mundo de las redes sociales. ¿Cómo sería ese escenario?


El escritor español Manuel Vincent se aventuró a imaginarlo en un texto publicado en El País de España titulado Borges o el color ámbar. Su hipótesis es que Borges hubiera triunfado como tuitero; no solo por ser un brillante escritor sino por su picardía.  

“Puede que Jorge Luis Borges aprendiera de Oscar Wilde o tal vez de Bernard Shaw que para alcanzar la fama literaria basta con una frase ingeniosa, malévola, sorprendente, paradójica, polémica, que cabree a los representantes oficiales de la cultura”. Así abre el texto Vincent.

Jorge Luis Borges era tímido y tartamudeaba al hablar, pero no era ningún cordero manso; gozaba con escandalizar, era rebelde y original. La lucidez entrelazada con la malicia y la picardía engendraron a este extraño genio.

“Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote, La divina comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente”. Benaventa fue nada menos que Nobel de literatura. Como esta hubo cientos de frases lapidarias. Podía decir casi lo que quisiera y gente le creía. 

¿Borges en Twitter?

En las redes sociales, donde prevalece la intolerancia, la vulgaridad y la calumnia llegarían como bocanadas de oxígeno las frases de Borges, se infiere del texto de Vincent. No solo por lo hermosas y lo bien pensadas que eran sus palabras, sino por lo agudas y ácidas, y porque –es innegable– la mordacidad es inherente a la comunicación virtual.

“Aunque era refractario a toda la tecnología moderna, hoy Borges habría triunfado más aún en el mundo perverso de Twitter con una maldad de 140 caracteres en los que cupiera el elogio desmedido a escritores menores solo para molestar a los consagrados que podían hacerle sombra; el desprecio al propio idioma castellano, cuyo genio dominaba con una perfección absoluta, hasta el punto de preferir el Quijote leído en inglés; el sarcasmo de zaherir a García Lorca tachándole de poeta andaluz, el de los guardias civiles y gitanos. Y así sucesivamente hasta no dejar títere con cabeza”, escribe Manuel Vincent, quien tiene una de las columnas más leídas en el diario más respetado de habla hispana.

Borges no dejaba cabos sueltos. El lector cuidadoso podría evaluar que una a una sus palabras estaban allí puestas en sus ensayos, cuentos y poemas, con manos de cirujano, por una sola razón. Se convirtió en “el poeta de versos de una exactitud matemática mientras veía que ante sus ojos todo el universo adquiría el color ámbar de la ceguera”.

La  tesis de Vincent es que al llegar a la ancianidad y a la ceguera, Borges se tornó en un tipo oral. Ya no leía (“Yo, a diferencia de otros escritores, no me jacto de lo que escribo, sino de lo que leo”, es una de las frases célebres del escritor), entonces optó por ser un orador genial y peligroso.

Los excesos de las dictaduras no lo atemorizaron. “Una dictadura no me parece censurable. A simple vista, parece que cortar la libertad está mal, pero la libertad se presta para tantos abusos. Hay libertades que constituyen una forma de impertinencia. Siempre pensé que la democracia era un caos provisto de urnas electorales, ese curioso abuso de la estadística”. Sus opiniones no solo eran audaces, también rayaban en la indolencia. “¿Qué hacemos con este hombre, lo admiramos o lo odiamos?, se preguntaban sus rendidos lectores. ¿Es un genio o un impostor?”, recuerda Vincent.

No era político sino escritor, no estaba vacilando entre la verdad y la mentira, sino entre la belleza y la fealdad. “Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones”. Y para no contradecirse, en otra ocasión lo sustentaba: “la duda es uno de los nombres de la inteligencia”.