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"JUEGO DE EMOCIONES"

En la última pelicula de David Mamet, una siquiatra acaba involucrada en peligrosas actividades de jóvenes delincuentes.

14 de noviembre de 1988

Uno de los personajes de la película "Juego de emociones" (House of Games en el original), sostiene que los lugares oscuros son indispensables para la transacción de negocios oscuros con todos los peligros que esto encierra. Ese es el credo de un grupo de delincuentes que se divierte estafando, engañando, robando, asaltando a los demás por medio de una serie de juegos que tienen lugar en una dirección específica, el número 211 de la calle Beaumont: detrás de esa puerta, la víctima no tendrá la menor ocasión de defenderse pero en cambio, se divertirá, gozará y se sentirá inteligente cuando comprenda hasta dónde puede llegar la maldad de los demás.
"Juego de emociones" es una película audaz, fuera de lo común y aquí la frase no es gratuita: si el espectador es aficionado a las aventuras de Rambo o las comedias de Eddie Murphy o las basuras de Chuck Norris, si se siente realizado con esa corriente de adrenalina que fluye con esos héroes, es mejor que no entre a mirar esta película porque se aburrirá cuando comprenda que toda esa demencia que la codicia provoca va más allá de su capacidad interpretativa, más allá de su inteligencia doméstica, más allá de ese simple acto cotidiano de entrar a la oscuridad y sentarse en la butaca. Esta vez la oscuridad no podrá salvarlo, estará indefenso ante la carga de violencia, tensiones y humor negro que se siente desde las primeras secuencias de una película que es un homenaje a la maldad, a esa zona dañada que todos tenemos en mayor o menor grado y que en ocasiones aflora a la menor provocación.
Es un drama sicológico, también una película policíaca, aunque puede catalogarse de una comedia de costumbres o quizás un buen argumento de suspenso pero, para su autor, guionista y director, un genio llamado David Mamet, "Juego de emociones" es un divertimento en que el espectador juega un papel importante, como en esas obras de teatro donde el público camina entre los actores que siguen interpretando sus personajes, ajenos a los murmullos y roces que los rodean.
David Mamet es uno de los casoz más llamativos y espectaculares del arte norteamericano contemporáneo. A los 38 años ya tiene un premio Pulitzer por su pieza "Glengarry Glen Ross", cuatro Tonys por la puesta en escena de esa obra en Broadway, ha merecido los mejores comentarios por otras obras de teatro como American Buffalo, Sexual perversity in Chicago (convertida en una provocativa y erótica película con Rob Lowe y Demi Moore), y The Shawl. Además, recibió una nominación por el guión que escribió para "Los intocables" de Brian de Palma. Por eso nadie se extrañó que decidiera dirigir una película por primera vez y el resultado es éste, con la actuación de Lindsay Crouse, su esposa en la vida real y el actor Joe Mantegna.
Todo comienza cuando esta mujer rubia, hermosa y ya madura, quiere como siquiatra acaba de ganarse los mejores comentarios por un libro recién publicado, atiende a un joven atormentado, extorsionado por un estafador. Hasta ese momento la vids de esta mujer era ordenada, perfecta, sin fisuras ni sobresaltos, dedicada a ejercicio de la siquiatría y contemplando el infierno de sus pacientes con el interés de un entomólogo que usa su lupa a distancia. Pero, cuando intenta ayudar al paciente, cuando acude a esa casa de juegos para encontrarse con el delincuente llamado Mike, siente que está acercándose a una zona peligrosa, que debe retroceder, quedarse con lo que hace muy bien, siente que no debe poner en juego su tranquilidad y sin embargo, con la misma fascinación que los insectos sienten ante la llama de una vela, así la siquiatra se dejará introducir a ese círculo de perversos mentirosos.
Lo que sigue es uno de los procesos síquicos más curiosos y David Mamet no ahorra detalles de la agonía a que es sometida una mujer que, hasta ese momento, era un modelo de ciudadana, obediente de las leyes humanas y divinas, representante de esa zona de la sociedad norteamericana que jamás cometería la menor infracción. Es un mundo con sus propias reglas, donde las víctimas abundan, donde los verdugos se divierten estafando, robando y hasta matando a los que se dejan estafar, robar y asesinar. Es un universo de sombras donde estos personajes gozan y no toman estas actividades como ilícitas, como delitos sino simplemente como una forma desenfadada y feroz de sobrevivir a sus propios instintos.
Es que la vida es un juego permanente, las reglas cambian según el oponente, la vida es una apuesta, todo puede ser apostado, todo puede ser arriesgado aunque en ocasiones un balazo o una cuchillada sean la solución para lo que se presente, para las nuevas reglas que se van planteando. Es la diversión por la diversión, sin sentido del pecado, sin traumatismos morales, ni remordimientos. Mientras más difícil sea la estafa mientras más peligroso el oponente el juego resultará más emocionante.
Pero, lo que más sorprende y golpea de la película es descubrir que la siquiatra también goza con todas estas perversiones, que se siente inclinada hacia esos delincuentes, que los comprende, que comparte su sentido de la maldad, que en el fondo también se divierte con estos juegos dañinos aunque entienda que está siendo utilizada, física y síquicamente por ellos, hasta el final.