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Juicio a Sartre

Veinte años después de su muerte los franceses reviven el interés por el autor de ‘La náusea’. Y un nuevo libro de Bernard-Henry Lévy enciende la polémica.

27 de marzo de 2000

Para los franceses sigue siendo una leyenda viva. La apoteósica manifestación de jóvenes que lo acompañaron hasta su tumba, el 19 de abril de 1980, en el cementerio de Montparnasse, es una imagen que no se puede olvidar tan fácilmente. El impacto de sus ensayos, novelas, obras de teatro y tratados filosóficos han hecho que su figura se torne mítica. Sin embargo han sido los propios franceses quienes se han encargado de dar paso a las evaluaciones. “¿Qué queda de Jean-Paul Sartre? ”, pregunta la revista Le Point en la primera edición del año, mientras que Le Nouvel Observateur afirma en su portada: “Después de 20 años de purgatorio Sartre regresa”. La algarabía y el entusiasmo que despertaron sus planteamientos han sido sustituidos por fríos análisis que han resquebrajado su prestigio.

El famoso filósofo francés Bernard-Henri Lévy ha sido el primero en hacerlo a través de su libro El siglo de Sartre, en el que deja sin piso varios hechos que lo llevaron a la gloria. Las conclusiones del libro han provocado la enérgica reacción de varios intelectuales de izquierda, quienes a través de una enriquecedora polémica en las principales revistas francesas han puesto el legado del padre del existencialismo en la sala de cirugía. Y no es para menos, pues el minucioso estudio de Lévy asegura que su literatura era didáctica y que su filosofía nunca consiguió una estructura coherente debido al carácter polifacético que quiso desarrollar a través de novelas, periodismo y teatro. Para Lévy hay una frase del propio Sartre que resume lo que se propuso sin lograrlo jamás: “Quiero ser a la vez Spinoza y Stendhal”.

El libro explora la filosofía sartriana y halla varias incongruencias. Una de ellas, el apoyo desmedido al marxismo, al crimen político y a controvertidos líderes como Stalin, Mao Zedong y Fidel Castro a pesar de que nunca exploró a conciencia los textos de Marx. Por ello Lévy recomienda no mirar a Sartre como un marxista aunque el existencialismo que promovió estaba ligado a dicha teoría.

El siglo de Sartre también descubre una serie de contradicciones en su afán por convertirse en un guía: un antihumanista en La náusea y un humanista en Los caminos de la libertad. Según el libro el hecho de que Jean-Paul Sartre se haya declarado en contra del nazismo tampoco es motivo para elogiarlo pues no ha sido el único hombre en adoptar tal actitud sobre el tema.



Discusión viva

Pero no todos lo atacan. Quienes no han estado de acuerdo con las conclusiones del libro han recordado a los franceses su facilidad para acaparar multitudes gracias a la sinceridad que siempre lo caracterizó y a su cercanía a los medios de comunicación. No en vano su figura es una de las más estudiadas en la actualidad. La revista L’évenément du Jeudi asegura que hoy en día hay 800 profesores e investigadores que están ocupándose de Sartre y de su obra. De allí que la polémica en Francia haya cobrado estas dimensiones. Para el escritor Jean-Bertand Pontalis “Sartre fue el último intelectual capaz de pensarlo todo”, mientras que el libro concluye otra cosa: “El entierro del escritor fue una apoteosis pero ese día se enterraron junto a su cadáver todos sus pensamientos”.

La pasión por la libertad es lo que queda de Sartre. La certeza de que el hombre es libre de elegir es lo que más lo angustia. “Si de Marx puede decirse que trabajó y luchó por la libertad social del hombre, de Sartre podría afirmarse que se esforzó por hacer del hombre un individuo socialmente libre”, comenta el escritor Germán Uribe, quién conserva la biblioteca más completa sobre Sartre en América.

El dilema está descrito en varios pasajes de la obra de Sartre, como en El aplazamiento: “Todo está afuera: los árboles en el muelle, las dos casas del puente, que se enrojecen de noche, el galope congelado de Enrique IV por encima de mi cabeza: todo lo que pesa. Adentro nada, ni siquiera un humo, no hay adentro, no hay nada. Yo: nada. Yo soy libre, se dijo él con la boca seca”. De situaciones como esta surge el popular término ‘angustia existencial’. Así concluye uno de sus personajes: “Yo soy libre, se dijo de pronto. Y su dicha se transformó en aplastante angustia”.

Hacia 1954 Sartre decidió dejar a un lado la literatura para convertirse en un baluarte del pueblo. “Movido por la necesidad de justificar mi existencia, había hecho de la literatura algo sagrado. He necesitado 30 años para desprenderme de este estado de espíritu”, confesó alguna vez. Su decisión la ratificaría al rechazar el Premio Nobel de Literatura en 1964. Sin embargo hasta sus más fervientes detractores no dudan en exaltar su virtud literaria, sobre todo la teatral. Títulos como Las moscas, A puerta cerrada y Muertos sin sepultura se han convertido en emblemas del último siglo. Pero aun con todos los errores que se han traído a colación en el debate encabezado por pensadores franceses, Sartre parece cobrar más fuerza. Ha revivido en medio del desprestigio de los intelectuales. Hoy el mismo pueblo que lo exaltó lo está criticando. Pero eso no es lo grave. Lo preocupante es que no hay quien pueda sucederlo.