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La alegría de leer

Llega a Colombia una colección literaria especialmente dirigida al público joven.

27 de noviembre de 1989

Estos tres libros junto con "Catalino Bocachica", de Luis Darío Bernal; "Ben quiere a Anna", de Sophie Brandes; "La familia animal", de Randall Jarrell, y otros títulos similares y deliciosos, forman parte de lo que el editor y crítico Conrado Zuluaga, uno de los responsables del llamado Plan Lector Alfaguara en Colombia, ha dirigido a niños y jóvenes a través de una cuidadosa selección de títulos con el ánimo, dice, de devolverle a la lectura todo el placer y el encanto de leer. Placer y encanto amenazados por la televisión y el betamax cotidianos.
Con el apoyo de los respectivos maestros, los estudiantes no sólo se sumergen en el mundo maravilloso y mágico, encantador e ingenuo de estos escritores colombianos y extranjeros: también con las correspondientes guías que complementan la lectura, se introducen a nuevas actividades de tal modo que esa lectura se convierte en una actividad entretenida y recreativa, "en la que el joven lector en su papel de receptor no asuma una actitud pasiva o, simplemente, repetitiva".
Placer y encanto: estos son los elementos que rodean el descubrimiento, por parte de los muchachos, de estas historias estupendas. Ahí está el universo creado por Roberto Burgos Cantor en "Estas frases de amor que se repiten tanto", con la ternura y el dolor jugando con el personaje histórico del asesinado José Raquel Mercado. También aparece la precisión espantosa del lenguaje lograda por Hernando Téllez en "Espuma y nada más", con todo ese trasfondo político de la violencia mientras el barbero afeita al enemigo, en tanto hace un repaso de la espantosa situación que atraviesa el pueblo y domina el pulso para que la temida y peligrosa gotita de sangre no aparezca, aunque el otro hable de muertos y fusilamientos y hostigamientos politicos: no en vano ha sido escogido este relato como modelo de literatura política en varias antologías. Lugar especial ocupan los personajes desamparados de Alvaro Cepeda en "Todos estábamos a la espera", con ese castellano directo, cargado de sombras provenientes de Hemingway y Saroyan, con ese suspenso que queda en el aire mientras el lector adivina algunos trazos que después se convertirían en "La casa grande"; y en el mismo tomo de cuentistas está José Félix Fuenmayor con "La muerte en la calle", Eduardo Caballero Calderón con "¿Por qué mató el zapatero?" y Manuel Mejía Vallejo con su narración clásica, representativa de toda una época en su premiada obra "Al pie de la ciudad".
No están todos los mejores cuentistas colombianos, por supuesto, pero sí algunos de los mas representativos ubicados junto a esa pieza estupenda "En este pueblo no hay ladrones", de Gabriel García Márquez, incluída en el otro libro.
El tomo de los cuentistas latinoamericanos contiene "Hombre de la esquina rosada", de Jorge Luis Borges; "Los fugitivos", de Alejo Carpentier; "La autopista del sur", de Julio Cortázar; "Nos han dado la tierra", de Juan Rulfo; "Recuerdo de las sierras", de Adolfo Bioy Casares, y el cuento de García Márquez sobre el robo de las bolas de billar y el drama de ese hombre mediocre junto a su mujer embarazada y agria.
"El oro de los sueños", la novela escrita por el español José María Merino, transcurre durante la Conquista y tiene como protagonista a un muchacho, Miguel Villacé Yólotl, hijo de uno de los mejores amigos de Hernán Cortés y una india mexicana. El dolor de los vencidos, la brutalidad de los unos y la soledad de los otros los peligros que caen sobre los expedicionarios y, sobre todo, el descubrimiento por parte del joven de todo ese universo mágico que los extranjeros van encontrando mientras los cascos de sus caballos acaban con la paz mexicana. En distintas ocasiones los novelistas han utilizado la ficción para entrar a ese mundo aún no revelado del todo, ese mundo lleno de contradicciones y errores, pero pocas veces el lector -sobre todo el lector joven- se había sentido atraído por este lenguaje tan simple que cuenta sucesos maravillosos, repletos de magia y sorpresas que sirven, lo mismo que al protagonista, para entender por qué los españoles quemaban indios y por qué los nativos tendían cercos rituales alrededor de esos seres que llegaban del cielo montados en bestias terribles.
Los cuentistas colombianos y latinoamericanos, más esta historia de la conquista mexicana, junto a los demás títulos juveniles (hay otros libros dirigidos a lectores de menos edad como la deliciosa historia de Frank Tashlin, "El oso que no lo era"), se han convertido en una forma agradable de aprender a mirar el mundo de otra manera.