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LA BOLSA O LA VIDA

Nominada a un Oscar, Wall Street es la radiografía del "sueño americano".

18 de abril de 1988

Al realizador de la película Wall Street, el norteamericano Oliver Stone, se le olvidó un detalle significativo al final de su historia, colocar una frase que palabras más, palabras menos dijera: "Cualquier parecido de estos personajes con la realidad, no es pura coincidencia". Y esto es cierto. Pocas veces el cine había calcado con tanta vehemencia, con tanto rigor, circunstancias que estaban ahí al otro lado del sitio de filmación. Y el parecido no se limita sólo a Estados Unidos. La historia, en algunos de sus aspectos más importantes, tiene nexos increíbles con situaciones que se han vivido en las finanzas colombianas.
No fue fácil para Stone realizar esta película. A pesar de los Oscares ganados con Platoon, a pesar de la polémica y los premios obtenidos con " Salvador", algunos inversionistas de Hollywood sentían temor ante lo que parecía ser, en el papel, una historia que tiene las fluctuaciones sangrientas de la Bolsa como telón de fondo para contar las relaciones entre un muchacho que quiere aprender a ganar muchísimo dinero y el maestro, un ser despiadado y cínico que pisotea a todos.
Mirando la película que apenas tiene una nominación a los Oscares (para su protagonista, Michael Douglas, como mejor actor), uno entiende que el nervio, el temblor mismo que se sentía en la selva vietnamita o en la jungla centroamericana ante la cámara dirigida por este hombre robusto y medio calvo, son los mismos que se perciben en un drama que comienza fuera del cine, en esos zarpasos de los grandes inversionistas contra los pequeños y anónimos accionistas, hasta mezclar realidad y ficción en una de las películas más agresivas y violentas de los últimos años.
Son dos los protagonistas de Wall Street: un muchacho llamado Buddy Fox (interpretado por Charlie Sheen), empleado de una firma de corredores de la Bolsa, ambicioso y amarrado a una habitación de mala muerte, clientes remisos, jefes que lo presionan todo el tiempo y compañeros mediocres que intentan medrar ante sus computadores, y un auténtico "tiburón" de las finanzas, Gordon Gekko (interpretado por Douglas), un hombre que nació de la nada, estudió en escuelas públicas, tuvo que hacer muchas trampas para consolidar su imperio y poco a poco, comprando y vendiendo propiedades, especulando con la finca raíz, engañando a propios y extraños, desechando cualquier escrúpulo, olvidándose de la moral (uno de los competidores dice de Gekko: "Es capaz de vender a la madre por correo y hacer que paguen por el envío"), haciendo de la ambición el credo máximo (en una asamblea de accionistas, Gekko pronunciará el que puede considerarse un modelo de filosofía capitalista, un discurso sobre la ambición, sus bondades, la necesidad de ser ambicioso ante el amor, el dinero, la fama, la vida con el fin de evitar la caída de "esa otra corporación en decadencia, llamada Estados Unidos"), vistiendo muy bien, derrochando el dinero ajeno, costeando amantes fabulosas, invirtiendo en obras de arte y rodeándose de centenares de empleados que lo siguen, ciegamente, como la realización del llamado "sueño americano" .
Dentro de esta fábula sobre la inmoralidad y la ambición, el muchachito busca al otro, quiere corromperse, quiere aprender cómo colocarle zancadillas al destino mismo que lo convirtió en el hijo de un mecánico quien, a su vez, es dirigente sindical de una empresa aérea en problemas.
El aprendizaje, las relaciones sadomasoquistas que se establecen entre los dos hombres, la forma cómo su aparente amistad (el uno usa al otro, como una mujer, para sus fines económicos), afecta a otros, forma parte de una de las películas más atractivas de los últimos años.
Si el espectador apenas sabe de la existencia de una calle llamada Wall Street en el corazón de Nueva York, si apenas tiene nociones sobre lo que significa una cotización en la Bolsa, que no se preocupe: la película está tan bien contada (el guión fue escrito por el mismo Stone con Stanley Weiser, basándose en parte en las experiencias de su propio padre, quien fue corredor y a quien está dedicada la película), tiene unos diálogos tan bien construidos, un ritmo tan vigoroso y contagioso, que uno se olvida de los elementos financieros y se concentra en la inmoralidad de los caracteres, en la doblez de los personajes, en el peligro que gente como ésta representa para la humanidad misma.
En otra película que entra esta semana en cartelera, "El imperio del sol" de Steven Spielberg, asistimos a la conversión de un niño de doce años en un adulto, golpeado por el hambre, la guerra y la muerte. En Wall Street presenciamos la transformación de Buddy Fox en otro " tiburón", en otra fiera de las finanzas, en otro mentiroso, en un joven que se compra un apartamento de un millón de dólares, lo hace decorar por una rubia decadente y ambiciosa y traicionera (Darryl Hannah, rubia y hermosa, típico ejemplo de la mujer neoyorkina semi-intelectual), mientras el padre lo mira con preocupación. Todo ese proceso de descomposición, ese ascenso vertiginoso y lo que viene después, logran golpear al espectador quien descubre, en medio de los personajes principales y secundarios, en medio de la tensión y la violencia que se respiran, rastros de hechos reales que siguen siendo noticia.
No hay escenarios pre-fabricados en esta película. Todos son reales. Las oficinas, la forma cómo hablan y visten, los gestos, sus mansiones y apartamentos, sus colecciones artísticas, la ausencia de sentimientos, todo corresponde a modelos reales y por eso, cuando se presentó el crack financiero del año pasado, cuando todo cuanto se había contado en la película encajaba con el pánico vivido por millones de personas, muchos apreciaron el sentido premomtorio de una película que puede mirarse como una lección de buen cine, un cine que se refleja en el espejo mismo de la vida.

ACCIONES EN ALZA
Al actor y productor Michael Douglas todos lo conocen por distintos motivos. Unos, por su papel secundario al lado de karl Malden en la serie de televisión "Las calles de San Francisco". Otros, como el hijo mayor del actor Kirk Douglas de quien ha heredado algunos rasgos físicos, incluyendo la voz y ciertos gestos. Otros lo conocen como el productor de algunas de las películas más taquilleras de Hollywood (desde "El síndrome de China" que despertó enorme polémica porque se adelantó el escándalo nuclear de Three Miles Island, pasando por "Atrapado sin salida" que financió para Milos Forman, hasta dos comedias como "Dos bribones tras la esmeralda perdida" y "La joya del Nilo" en las cuales fue productor y protagonista), mientras otros no podrán olvidarlo porque en los últimos meses, ningun otro actor ha tenido una racha tan brillante como la suya, con Wall Street y antes, con "Atracción Fatal".
Si no se gana el Oscar por haber interpretado este "tiburón" de las finanzas, no se sentirá amargado. Su huella en el cine norteamericano es grande y ha convencido a todos del enorme olfato que tiene para descubrir temas taquilleros. Mientras ensayaba su papel con Oliver Stone mientras discutia las características de un personaje que está en movimiento continuo, gesticulando, hablando, gritando, trampeando, sonriendo, seduciendo a las mujeres más hermosas (en la película, su esposa es Sean Young, la de "Sin Salida"), llegó a un pacto con los productores y el mismo Stone: mientras estuviera en el rodaje, no se preocuparía de sus numerosos negocios, dejaría otros proyectos a un lado y sólo asi pudo alcanzar el que muchos consideran el mejor trabajo de los últimos meses. Sus competidores (William Hurt, Marcello Mastroianni, Robin Williams y Jack Nicholson), en declaraciones a algunas revistas están de acuerdo: "el papel de Douglas es excelente quizás porque, en la vida real, comparte algunos elementos de ambición, poder y soledad con Gekko".