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La búsqueda de la felicidad

Un recorrido histórico y un cuestionamiento del concepto de felicidad.

Luis Fernando Afanador
17 de septiembre de 2001

Pascal Bruckner
La euforia perpetua
Tusquets, 2001
233 paginas

Sed felices! Tal parece ser el único dogma de la nueva sociedad hedonista y consumista que estamos viviendo. Sed felices: ya no es necesario transmitirles ningún valor o herencia espiritual a los hijos. Ahora el único objetivo es multiplicar el número de personas felices en el mundo.

Un mandato bastante difícil de cumplir. En efecto, ¿en qué consiste la felicidad? ¿Quién la determina? ¿Es acaso el éxito profesional, económico, amoroso? Nadie lo sabe pero ello no impide que el nuevo catecismo colectivo se mantenga firme en sus exigencias y se convierta en una carga para los jóvenes que muy pronto descubren que la tan esperada felicidad se va esfumando a medida que la buscan.

Porque, según lo explica el filósofo francés Pascal Bruckner, el proyecto de ser feliz tropieza con tres paradojas: se refiere a un objeto inasible que, a fuerza de imprecisión, se vuelve intimidatorio; desemboca en la apatía o el aburrimiento en cuanto se realiza y, finalmente, huye del sufrimiento hasta el punto de encontrarse desarmado frente a él en cuanto éste resurge. “Nunca estamos seguros de ser felices y en cuanto nos lo preguntamos dejamos de serlo”. Lo único cierto es la actitud conformista y envidiosa que promueve: todos quieren sumarse a los placeres mayoritarios y se sienten atraídos por los elegidos de la fortuna. Es la victoria de la banalidad, el advenimiento del kitsch.

Pero no es cierto que todos busquemos la felicidad, un valor occidental e históricamente caduco como lo demuestra Bruckner en este lúcido ensayo en el que hace un seguimiento histórico del concepto de felicidad y en el que descubre que también hay otros valores, como la libertad, la justicia y la amistad que pueden primar sobre aquél. “No se trata de estar en contra de la felicidad, sino en contra de la transformación de este sentimiento frágil en un auténtico estupefaciente colectivo”.

Y es aun más radical: la felicidad no puede convertirse en el fin último de las sociedades humanas ni en el fundamento de la acción. Hay que subordinarla, como el sufrimiento, a la libertad. Hay circunstancias en que la libertad puede ser más importante que la felicidad, o el sacrificio más importante que la tranquilidad. Para Bruckner el secreto de una buena vida es burlarse de la felicidad: no buscarla nunca como tal, darle la bienvenida sin preguntarse si es merecida o si contribuye a la edificación del género humano; no retenerla, no lamentar su pérdida; dejar que siga siendo impredecible, que surja en mitad de un día corriente o que no haga su aparición en las situaciones grandiosas. “A la felicidad propiamente dicha podemos preferir el placer, ese breve éxtasis robado al curso de las cosas”.

A la sociedad capitalista entregada al hedonismo, cualquier esfuerzo intelectual la irrita y le parece un suplicio; no quiere saber nada que no sea entretenimiento, nada que suene a desdicha: sería el fracaso de la felicidad. Pero no son peores los que a la fuerza todavía quieren implantar el comunismo, esa otra nefasta utopía de felicidad colectiva e igualitaria. “Aquí somos felices”, decía una propaganda en Cuba.

A estos últimos habría que recordarles la anécdota de Madame Verdurin —el personaje de Proust— quien disfruta sus croissants mañaneros sin inmutarse por la tragedia que está leyendo en el periódico: el hundimiento del Lusitania. ¿Es Madame Verdurin hipócrita? No, dice Bruckner, es terriblemente humana: sólo somos felices rodeados por la angustia de los demás. Reímos y amamos mientras millones de hombres sufren y agonizan, del mismo modo en que en el momento de nuestra agonía y nuestra muerte, millones de individuos que ni nos conocen ni nos aman se divertirán y disfrutarán. “La difusión de una hambruna en el telediario de las 8 nunca le ha impedido a nadie cenar con buen apetito”. Por dura que parezca esta afirmación, nos parece en todo caso más verdadera que aquella sospechosa consigna castrista.