LIBROS

La comezón del séptimo año

Peter Stamm, uno de los grandes invitados a la Feria del Libro de Bogotá, cuenta una historia de amor e infidelidad que, sin grandes aspavientos, seduce a sus lectores.

Luis Fernando Afanador
27 de abril de 2013
Stamm es actualmente uno de los escritores más reconocidos de la lengua alemana. | Foto: AFP

Peter Stamm

Siete años
Acantilado, 2011
272 páginas

Hay novelas que ganan por knock out y hay otras que ganan por puntos. Siete años, del escritor suizo Peter Stamm, pertenece a este último grupo. Sin grandes aspavientos nos va envolviendo en su mundo y en sus personajes. 

Alex y Sonja son dos arquitectos exitosos que se conocieron en la universidad. Viven en Múnich y cuando la historia comienza, estamos en 1989, el año en que cayó el Muro de Berlín. Parecen la pareja ideal: guapos, afortunados. 

Sin embargo, al interior las cosas no parecen tan ideales: Sonja es muy ambiciosa y Alex, incapaz de mantener su ritmo y un tanto intimidado por la personalidad arrolladora y la clase social más alta de la que será su esposa, antes de comprometerse con ella, inicia una relación con Ivona, una inmigrante polaca, pobre, ilegal, sin ningún atractivo físico ni espiritual, pero que por eso mismo parece ofrecerle una gratificación y una seguridad especial a Alex, quien siente hacia la polaca una oscura atracción.

Ivona no le exige nada a Alex, simplemente lo ama hasta el sacrificio. “Entonces contemplé su cuerpo marchito, su cara, que no se había vuelto más hermosa con el sosiego del sueño, y me pregunté qué estaba haciendo allí, por qué no podía alejarme de ella”. 

Ivona se convierte para Alex en una adicción, irracional e inexplicable como todas las adicciones. Lo seduce con su entrega absoluta y su simplicidad; Sonja, con su seguridad en el mundo y su personalidad inasible. Ivona será la mancha que reaparece una y otra vez en la vida burguesa e insípida de Alex y Sonja.

Contada así, esta parece una historia nada extraordinaria de infidelidad. Y tal vez lo es. Pero esta novela es muchísimo más. Ahí reside su magia, su encanto, su validez. Consigue que lo insignificante se vuelva relevante. 

El lenguaje, que parece simple y llano, empieza a mostrar una gran elaboración y sutileza. Los personajes, que parecen rutinarios, van creciendo en complejidad y nos llevan a interesantes y profundos dilemas éticos sobre el mundo moderno, su alienación y su desencanto. 

No sabemos si Alex y Sonia son dos arribistas despreciables o dos seres que merecen nuestra consideración; la grisácea Ivona empieza a brillar y a conmovernos con su amor sin esperanzas: “Ella había perdido todo lo que un ser humano puede perder, pero sabía para qué existía. Tenía un objetivo, aún cuando este fuera absurdo. Tal vez Eva tuviera razón, quizá Ivonna era más feliz que nosotros”. 

A la larga, no hay ningún dilema, solo un único drama: el de la católica Ivona –y de ahí el título de la novela– que rememora al personaje bíblico Jacob, quien al cabo de siete años de espera se casó con la mujer equivocada y tuvo que esperar otros siete años. 

Sin dejar de ser la historia mínima que es, Siete años es también el testimonio de una época: la de la Europa acomodada y frívola de aquellos años, indolente ante la situación de los inmigrantes. Además, es una novela para lectores pacientes y para los que todavía se preguntan sobre cuál es la forma correcta de vivir. ¿Debemos obrar de acuerdo a las pasiones o la razón pragmática? 

Peter Stamm es hoy en día uno de los escritores más interesantes en lengua alemana. Que, por cierto, no se caracteriza por la expresión barroca y compleja de los autores alemanes. Al contrario, el laconismo es el sello de su estilo. 

Si queremos saber de dónde viene este raro escritor alemán, tan austero en su expresión, no tenemos que rastrear en su tradición cultural –ni hacer símiles obvios con los relojeros suizos-: debemos volver la mirada a escritores como Hemingway, el gran maestro de Peter Stamm, de quien aprendió la teoría del iceberg: lo más grande es lo que permanece oculto. 

Y, desde luego, hacia Raymond Carver –con quien inevitablemente se lo compara–, en cuyas narraciones ocurre lo mismo que en esta obra: lo que no se dijo, lo que apenas se insinuó, es lo más importante. La verdadera historia comienza una vez se cierra el libro.