Home

Cultura

Artículo

Las plazas y la vegetación nativa son dos elementos clave en el diseño del nuevo Parque Bicentenario, en el que se conservará el Quiosco de la Luz, sobreviviente de la celebración del centenario.

URBANISMO

La gran obra del bicentenario

A finales del próximo año, Bogotá estrenará una obra vital en la transformación de su centro histórico: el Parque Bicentenario.

10 de julio de 2010

Con motivo del primer centenario de la Independencia, el presidente de entonces, Rafael Reyes, quiso hacer una exposición para demostrar que el país avanzaba por la ruta correcta: la del progreso. Después de descartar un terreno en el sur, la comisión encargada de su organización optó por el bosque Hermanos Reyes, donación del urbanizador Antonio Izquierdo que llevaba ese nombre en memoria de los hermanos del presidente muertos en el Putumayo. El lugar -que en 1907 había sido sede de una exposición similar- pasó entonces a llamarse Parque de la Independencia y en sus predios se construyeron los cuatro pabellones y los tres quioscos que albergaron, además de animales, máquinas y productos agrícolas, tertulias, exposiciones artísticas y competencias deportivas.

La celebración del centenario duró 17 días en los que la vida de la ciudad giró en torno al parque, sus pabellones, su alumbrado público y sus fuentes luminosas, gran novedad para la época. En palabras del profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional Luis Carlos Colón, se dio vida a "un lugar en el que la sociedad bogotana sentía que había un puente con ultramar, con Europa". El del centenario fue también un festejo concentrado en el pasado y en torno a los próceres y las batallas de la Independencia.

Pero de nada le sirvió al parque haber sido epicentro de esta conmemoración. Como suele suceder, después de la euforia vino el abandono. Algunos de los pabellones sirvieron transitoriamente como teatro, escenario de retretas dominicales y pista de patinaje, mientras que los restantes fueron clausurados. Colón recuerda que a los pocos años "el Ministerio de Obras, sin recursos para mantenerlos, decidió tumbarlos".

Luego, el parque permaneció más bien al margen de la vida de la ciudad, hasta que a comienzos de la década de los 60 fue atravesado por la calle 26. Esta vía se convirtió entonces en un límite vigente, sobre todo en el imaginario de los bogotanos. Así lo explica Colón: "Cualquier avenida grande siempre rompe el tejido urbano en términos sociales. La 26 separó sectores que tenían algo de vínculo, eso conllevó a que cambiaran las dinámicas urbanas, se generó un trauma". En esto coincide Gabriel Pardo, director del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural: "La ciudad se fraccionó cuando el alcalde Mazuera desarrolló el proyecto de la 26. Hoy es muy distinto el valor de la tierra hacia el norte".

Fue en este contexto que en 2006 y con motivo de la restauración del Quiosco de la Luz -único sobreviviente de la celebración de 1910- surgió la idea de volver a "pegar" la ciudad aprovechando dos coyunturas: la construcción de la Fase III de TransMilenio, en la que se incluyó la calle 26, y el bicentenario de la Independencia. "Queríamos unir esfuerzos para hacer algo que fuera un hito urbano hacia el futuro, como es para nosotros el Parque de la Independencia", asegura Pardo.

Lo primero fue contactar a Rogelio Salmona a quien se le encomendó elaborar el Plan Director del Parque de la Independencia, documento que es también la hoja de ruta para la transformación de este sector. En él se planteó por primera vez sobre el papel la posibilidad de que el parque retomara su dimensión original en torno a tres hitos: el Quiosco de la Luz, el edificio Embajador, obra del arquitecto Guillermo Bermúdez, y la Biblioteca Nacional.

La tarea de materializar la idea original de Salmona le fue encomendada al reconocido arquitecto barranquillero Giancarlo Mazzanti, recordado, entre otros, por su trabajo en las bibliotecas España y León de Greiff en Medellín. Conservando elementos del plan de Salmona, como la estructura general, la arborización y la forma como se inserta el parque en el entorno urbano, Mazzanti y su equipo desarrollaron una propuesta que se hará realidad sobre una serie de franjas que cubrirán la actual calle 26. El proyecto será una continuación del actual Parque de la Independencia, pero con identidad propia: se llamará Parque Bicentenario.

Al ser este proyecto la gran obra que se hará en Bogotá con ocasión del bicentenario, su ejecución ha sido coordinada desde el comienzo por el alcalde y su secretario general, Yuri Chillán. Los estudios, por un valor aproximado de 1.000 millones, así como la concepción del proyecto, corrió por cuenta de la Secretaría Distrital de Recreación, Cultura y Deporte y su Instituto Distrital de Patrimonio. Los recursos para la ejecución de la obra, un total de 30.000 millones, provienen del IDU y hacen parte del presupuesto de la Fase III de TransMilenio. Se espera que esté terminada a finales de 2011.

La idea es que el parque sea ante todo un espacio de contemplación y recreación pasiva en el que la vegetación, compuesta de especies sabaneras, tendrá un papel central. Mazzanti y los demás arquitectos a cargo del diseño hacen énfasis en que se trata de "un espacio de contemplación y recreación pasiva pero con la singularidad de ser en sí mismo un monumento en homenaje al bicentenario de la Independencia. Las plazas que lo conforman son espacios de permanencia que representan cada uno un hecho relevante en la historia de Colombia en el segundo centenario".

Sobre los temas que serán representados en las plazas se ha hablado, entre otros y sin que esté confirmado aún, de la Constitución de 1991, la evolución del transporte en Bogotá, los derechos ciudadanos y la diversidad de culturas que hoy caracteriza a la ciudad.

Un tema clave es el del impacto del proyecto en términos de renovación urbana y de consolidación de un eje cultural para la ciudad. Para Pardo es importante "que el parque no se mire como un espacio independiente en la medida en que este hace parte de otros más en el sector". Pardo se refiere al Planetario -que pronto tendrá nueva cara-, a la Plaza de Toros, cuyo frente en poco tiempo será peatonalizado, y al Museo Nacional, cuya ampliación se espera que pronto se concrete. Mazzanti sabe que su proyecto "es realmente una primera etapa del gran Parque Bicentenario".

En cuanto a la renovación urbana, un proyecto de esta índole apunta a que el desarrollo inmobiliario de su entorno logre incluso recuperar la inversión que el Distrito hace en la obra. Además, a largo plazo se tiene previsto, de acuerdo con el plan de Salmona, que el Parque Bicentenario entre a hacer parte de un conjunto aún más ambicioso del que forman parte también la estación central de TransMilenio, a la altura de la avenida Caracas, y el Parque de la Reconciliación que se construye en el Globo B del Cementerio Central.

Con proyectos como este, el bicentenario le dejará a Bogotá algo más que bustos de próceres y fríos monumentos para recordar batallas. El Parque Bicentenario servirá para reflexionar sobre el presente, mirar desde nuevas ópticas el pasado y generar desarrollo urbano de calidad. De paso, será también una oportunidad para sanar, porque nunca es tarde, viejas heridas urbanísticas.